Benvolguts,
Aquest és el tercer article de la sèrie publicat pel
periodista exiliat Antonio Alonso Baños en els anys 80, sobre l'Exèrcit espanyol i l'Alzamiento.
Jo considero que l’exèrcit espanyol és sempre el mateix: És
el mateix que va envair els Paisos catalans des del 1709 fins al 1715, és el
mateix que es va revoltar amb en Franco i també el que no es revoltà. És el
mateix que bombardejava Barcelona cada 50 anys i el mateix que convertit en
forces d’ocupació a Catalunya es va anar succeint després de cada guerra, des
dels temps del Conde-duque en el segle XVII.
Una mostra no explicada en aquest article és que en la dictadura l’exèrcit era
unitari però algú havia pretès de canviar les coses (infructuosament), com la UMD
(Unió Militar Democràtica). Juli Busquets Bragulat, fill de metge de la Guàrdia
Civil i net de general, fou el cap visible de la UMD, facció que fou jutjada
pel mateix exèrcit i destituïts els seus components de tots els càrrecs, es va
retirar molt abans de la Transacció, que no transició els anys 1976-1981, va estudiar sociologia a la UAB i havia escrit l’any 1967 en la seva tesi doctoral que “des de feia 30
anys no s’havia publicat cap llibre sobre l’Exèrcit espanyol ja que era un tema
tabú”.
En la Vikipèdia es troba aquest fragment:
Sin
embargo una organización como la UMD, que significaba un grave peligro para la
dictadura, no podía pasar inadvertida en el seno de un ejército donde eran mayoría los militares contrarios a
su ideario y en el que el simple hecho de que un militar cursara estudios en la
Universidad o diera una conferencia en la misma le hacía sospechoso.
Vegem ara l’article del periodista republicà exiliat als
anys 50, Antonio Alonso:
El 18
de julio o la destrucción del Ejército
Seguramente, el más trágico y sangriento hecho de nuestra
historia contemporánea fue la destrucción del Ejército el 18 de julio de 1936.
Es sabido que el Ejército no respondió a la llamada del general Franco como
éste esperaba.
No existen, no han existido nunca, datos
oficiales dados por el Gobierno de la República sobre los efectivos del
Ejército que se sublevaron. Tampoco han existido datos oficiales por parte del
Gobierno de Franco, sobre los efectivos que se sumaron al Alzamiento. Naturalmente,
lo sucedido a continuación en ambos bandos enemigos explican este silencio,
esta falta de clarificación de una cuestión esencial. El grito de Franco
desarticuló las Fuerzas Armadas y
las redujo a ruinas. Con sus escombros se reconstruyeron apresurada y
heterogéneamente dos ejércitos para la guerra que, indudablemente, no
representaba ninguno de ellos a la totalidad de España. Desaparecido el general Franco y al
proclamarse España en régimen democrático, se alzaron voces, más o menos
autorizadas, que hablaron de reconciliación política y de reconciliación
cultural. Más vidrioso, pero fundamental, podría ser el tema de la
reconciliación militar.
Aquel día, el 18 de
julio, la fraternidad de la gran familia militar se quebró. Y no fueron las
ideas políticas o las ideas religiosas las que originaron la quiebra. Puesto
que hubo con Franco militares, como Cabanellas y Aranda, que eran liberales, y
estuvieron con la República militares católicos y conservadores, como Batet,
Salcedo, Campins o Herrera. La causa de la quiebra fue la idea que los hombres que
vestían uniforme tuvieron del cumplimiento del deber.
Donde la sangre corrió
primero fue en los cuarteles. Allí estuvieron los primeros defensores de la
República y las primeras víctimas de Franco. Se rompió la unidad, el
compañerismo, la disciplina. La destrucción del Ejército fue patente. Y esta destrucción, con frecuencia, fue acompañada de una
íntima división familiar, porque no solamente se enfrentaron compañeros contra
compañeros, sino hijos contra padres y hermanos contra hermanos, ya que los
vínculos familiares eran frecuentes en el Ejército. Recordemos
algunas de estas dolorosas separaciones familiares entre los nombres que
alcanzaron el generalato, a los Villalba Rubio, Ruiz-Fornells, Hidalgo de
Cisneros, Pozas Perea, Aranguren, Urzaiz, Puente Bahamonde, Gómez Morato, Cruz
Boullosa, Pérez Salas.... familias de honda raigambre militar, en las que los
miembros de más edad y graduación defendieron la República y los de menos edad
y jerarquía la atacaron. Detengámonos
en los Pérez Salas. Eran cinco hermanos militares. Cuatro permanecieron con la
República: Joaquín, coronel de Artillería, hecho prisionero por las tropas de
Franco en Cartagena y fusilado el 4 de agosto de 1939; Manuel, teniente coronel
de Infantería, que también fue hecho prisionero por las tropas de Franco, en
Valencia, y fusilado; Jesús, coronel de Infantería, que cruzó los Pirineos a la
caída de Cataluña y marchó al exilio; José, comandante de Artillería, que fue
profesor de la Escuela de su Anna. Y del otro lado de la barricada, Julio,
comandante de Caballería, que sirvió en las filas de Franco y alcanzaría el
grado de teniente general.
Esta gran tragedia del Ejército
profesional, prólogo indispensable para que la guerra civil se iniciara, y
punto de apoyo para la creación de dos ejércitos nuevos en ambos campos
enemigos, quiso evitarla Diego Martín Barrio al constituir el 18 de julio de
1936 el Gobierno de conciliación (véase EL PAIS, 18 de julio de 1978). Su tesis
(rechazar el concurso de las organizaciones obreras y confiar en el Ejército)
carecería de valor si los acontecimientos posteriores hubieran probado su
error. Pero los acontecimientos posteriores, es decir, la actitud militar,
prueban que tenía razón. Que la República podía haber confiado en el Ejército.
No se puede minimizar este hecho, la
actitud militar en aquella fecha. Hay que poner de relieve la verdad histórica,
que si fracasó el golpe de Estado militar del general Franco fue debido al
propio Ejército, porque una fracción mayoritaria de generales, jefes y
oficiales decidieron defender la legalidad, la Constitución y la República. Sobre todo, no se puede emplear la técnica de la amalgama
y confundir la República, el golpe de Estado y la guerra civil, porque son tres
tiempos distintos y plenamente diferenciados.
¿Quién lanzó la especie de que se sublevó
todo o casi todo el Ejército, cuando en realidad fue tan sólo una fracción
minoritaria la sublevada, que apenas alcanzaría más tarde la mitad de la
oficialidad y escasos generales? ¿Cómo se deformó este hecho?
En las filas de Franco
esta idea convenía. La pregonaron con todas sus fuerzas, era el elemento
central de su propaganda: el Ejército está con Franco. En el campo de la
República, fracasado el Gobierno de Martínez Barrio, desencadenada la
revolución obrera, armadas las milicias, rechazadas las instituciones
militares, también convenía esta idea: el Ejército se ha sublevado. La propaganda, como decíamos, gritaba y exaltaba,
en ambos bandos, esta imagen. La nube de periodistas extranjeros que cayeron
sobre España la acreditaron. Además, según se mire, la estampa era grata de
contemplar: un pueblo luchando contra su Ejército, para unos, y un Ejército
salvando a su país, para otros.
Así se abrió paso la
leyenda, que tuvo en Julio Alvarez del Vayo (periodista y ministro socialista
de la tendencia revolucionarla de Largo Caballero), en lo que concierne al
campo de la República, su más ferviente patrocinador. Esta leyenda fue luego
recogida por Salvador de Madariaga en 1942
y se inició una cadena infinita de historiadores que la confirmaron y
acreditaron en el extranjero. Los historiadores franquistas hicieron lo mismo
en España.
Nadie prestó atención
al contingente importantísimo de militares profesionales que marcharon al
exilio y que denunciaron esta superchería. En sus uniformes, conferencias,
libros, pusieron de manifiesto este secreto
que, por otra parte, ya había señalado en 1938
el general francés Maurice Duval. Lo pusieron de relieve en 1939 el general Mariano Gamir Ulibarn,
exiliado en Francia, y el general Vicente Rojo Lluch, en 1942, exiliado en Argentina. El general Fernando Martínez-Monje y
Restoy, que al estallar la sublevación tenía el mando de la III Región Militar,
suscribió un documento sobre la sublevación militar anexo al memorándum
presentado a la ONU en 1946 por el Gobierno de la República española en exilio, donde declaraba
taxativamente: «Es
falsa la afirmación franquista de que le acompañaron las instituciones
armadas». Lo mismo repitieron en 1947, desde su exilio en México, el coronel diplomado de Estado
Mayor Mariano Salafranca y el coronel de Infantería Jesús Pérez Salas, y en sus
notas insistieron sobre este hecho los generales exiliados en México Francisco
Llano de la Encomienda, Sebastián Pozas Perea y José Miaja Menant. Como
asimismo el general José Asensio Torrado, exiliado en Nueva York, y los
generales José Riquelme y López-Bago y Emilio Herrera Linares, exiliados en
París.
Este hecho fue descubierto en España treinta años más tarde por la segunda
generación de historiadores franquistas. Ricardo de la Cierva, «pluma al
servicio de los grandes hombres de la España nacida el 18 de julio» (según
Antonio Guerrero Burgos al presentarlo en el Club Siglo XXI), ha podido
escribir: «No se sumó a la rebelión el 80%
de los generales de brigada, ni el 70% de los coroneles y tenientes coroneles,
ni la mitad de los comandantes... Más de la mitad de la oficialidad decidió
servir a la República... Hay que descender en la jerarquía militar hasta
comandantes y capitanes para encontrar una proporción favorable a Franco ... ».
Ramón Salas
Larrazábal, militar de profesión que, como él mismo nos dice, «ha gozado del
privilegio de poder patear con absoluta libertad» el Archivo Histórico Militar y que ello le ha llevado «a incurrir
constantemente en el complejo de Colón», llega a estos
descubrimientos: «Si las Fuerzas Armadas se hubieran levantado en su
totalidad o simplemente en la proporción que comúnmente aceptan los
historiadores, la rebelión hubiera triunfado con sorprendente facilidad»
(página 170, Historia del Ejército Popular de la
República). «En
Madrid», sigue Larrazábal, «en Barcelona, en Valencia, en Cartagena, en Bilbao,
en Santander, en Málaga o en Almería, ciudades todas ellas en las que triunfó
el Gobierno y que en su conjunto decidieron el golpe de Estado, fueron las Fuerzas Armadas que permanecieron
fieles al Gobierno -Ejército, Guardia
Civil, Carabineros o Asalto quienes resolvieron la situación, reduciendo a
los rebeldes» (también página 170).
Todos estos descubrimientos refuerzan
extraordinariamente la tesis mantenida por Diego Martínez Barrio el 18 de julio
de 1936. Fue la mente lúcida que vio
claro el problema. Al Ejército español,
exasperado por la violencia de la extrema izquierda e intoxicado por las
peticiones de la extrema derecha, se le proponía «salvar a España de la anarquía».
Pero el golpe militar sembró la anarquía en el Ejército y condujo a España a la
guerra civil.
* Este artículo apareció en la edición impresa de El País el Sábado, 18 de julio de 1981.
Antonio Alonso Baño fue
ministro del Gobierno de la República española en el exilio.
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