Benvolguts,
I si ens fixem en l'article:
Abans de preocupar-se per “desactivar” s’haurien de
preguntar per què cal desactivar! I si la democràcia serveix per alguna cosa
només cal veure, ep! sense fer trampa! què desitja el poble!
Catalunya, i els Països catalans, són comunitats o
territoris que varen néixer fa més d’un mil·lenni, i que varen viure com a
comunitats, territoris o nacions independents (o interdependents en forma de
confederació) durant 700 anys. I
aquesta independència ningú no ignora que es transmet amb la sang, amb els costums, amb la llengua!
I encara més, tal com el savi economista Alfons Duran-Pich ho va
definir fa poc amb gran certesa:
És interessant
assenyalar que només les nacions amb arrels històriques que incloguin el
comerç, les arts i els oficis, el capitalisme primitiu de caràcter mercantil, la
revolució industrial, l’acumulació de capital, la creació i solidificació d’una
burgesia il·lustrada, els ateneus obrers, les associacions cíviques, etc. es
poden permetre el luxe de tenir una “societat civil”.
A partir d’aquestes premisses i tenint en compte que l’articulista no
pot entendre biològicament que la base
dels nostres països és aquesta, és molt fàcil desmuntar-li els seus arguments
per proposar les animalades que proposa:
·
Para desactivar al independentismo es
necesaria una reforma de la Constitución que cancele la inmersión lingüística educativa en una sola
lengua. El Estado debe atreverse a hacerlo ahora o Cataluña en un
futuro se separará de España
·
Por eso, el momento revolucionario de las pasadas
elecciones fue cuando Arrimadas animó a votar en honor a las raíces andaluzas
de los trabajadores del cinturón barcelonés. No sorprende que,
morena, socialmente ascendente, sin complejos, atraiga tanto odio africano.
·
El subsistema catalán del
capitalismo franquista importó una clase obrera, y media demografía. Cataluña ya no
era un pueblo, se convirtió en dos. Uno
els de casa, otro els de fora (l’articulista no sap o no vol saber que Catalunya ha
estat un país de pas, d’integració de cultures diverses, grecs, fenicis,
cartaginesos, romans, visigods, àrabs, castellans). És per això que a Catalunya
és el poble qui proposa solucions als problemes i són els polítics que les
accepten i les fan seves. Recordem que la sentència màxima de la
relació entre els comtes catalans i els reis de la Corona Catalano-Aragonesa, en els actes de jurament dels reis a les
Constitucions catalanes era:
"Nós,
que som tant com vós, i junts més que vós, us hem triat com el nostre Senyor i
Rei si conserveu els nostres drets i llibertats, i si non, non".
Crec que ha de ser clar que els manaies que fa 300 anys que
patim es mereixen que se’ls expliqui aquesta sentència per si no l’han sentida
mai!
El darrer cop que es va celebrar aquesta cerimònia fou el 1701 quan Felip V va jurar successivament les Constitucions del Principat
de Catalunya, del Regne de Mallorca, del Regne de València, del Regne de Sicília,
etc. Després
ens vàrem embolicar tots en la Guerra de Successió a la Corona espanyola, dintre
de la guerra europea entre Àustria i França.
I els borbons espanyols i francesos varen anar apoderant-se del Regne de València el 1709 a Almansa, de
Catalunya el 1714 a Barcelona i del Regne de Mallorca el 1715.
Després varen
aplicar-nos els Decrets de Nova Planta que són l’equivalent al 155 en versió segle
XVIII.
I
com que no
han conservat els nostres drets i llibertats sinó tot al contrari, actuant en conseqüència, fem que
s’executi la sentència:
“i
si non, non".
Vegem l’article:
‘Els
de casa’ frente a ‘els de fora’
Para desactivar al independentismo es necesaria una reforma de la
Constitución que cancele la inmersión lingüística educativa en una sola lengua.
El Estado debe atreverse a hacerlo ahora o Cataluña en un futuro se separará de
España
El ser humano se
diferencia de especies inferiores por su capacidad estratégica: imaginar el
pensamiento y emociones del adversario, predecir sus movimientos, sorprenderle
decisivamente.
El secesionismo dispone de una estrategia
espléndida, diseñada por el político ibérico, con Felipe González, más brillante
del siglo XX: Jordi Pujol. Ninguna de sus
divisiones actuales quiebra la hegemonía que Pujol construyó.
Pujol enfrentó un
desafío de magnitud desconocida a líderes catalanistas precedentes: la inmigración española. El subsistema
catalán del capitalismo franquista importó una clase obrera, y media
demografía. Cataluña ya no era un pueblo, se convirtió en dos. Uno els de casa, otro els de fora. Sin éstos, Cataluña
no era viable, pero dejaba de ser lo que había sido. Pujol adoptó como misión
disolver esta antinomia. Su objetivo no es la fusión de los dos pueblos. Es
esperar al declive demográfico y cultural de “los otros catalanes” para
consolidar la supremacía de els
de casa. Una estrategia de décadas. Que “Cataluña, un solo pueblo” pasara a ser el lema del catalanismo fue
precisamente para ocultar el objetivo: dos pueblos desiguales.
Ya que desempatar
poblaciones a corto era imposible —al matrimonio Pujol, sus clases medias, no
les imitaron su fecundidad—, Pujol desarrolló tres políticas que sostuvieran su larga marcha:
La primera fue la
superioridad moral. El momento estelar de Pujol fue cuando, contratacando en el
caso Banca Catalana, proclamó: “a
partir de ahora, de ética hablaremos nosotros”. Como saben los revolucionarios,
y Pujol lo es, ética es lo que ellos tienen y lo que el enemigo no tiene. Con
la superioridad ética —real o aparente es políticamente irrelevante— inmovilizó
al adversario,
desde entonces a la defensiva.
La segunda consistió en
una administración y medios de comunicación nacionalistas. Pujol, que conoce
mejor España que cualquier líder español Cataluña, previó la indolencia e
inocencia de los gobiernos centrales, quien cedieron las competencias precisas
para que desde el Govern se
fortaleciese la capacidad de insurrección de medio país, tanto que hoy las bases soberanistas son más
radicales que sus líderes, quienes les temen, como les teme el gobierno
español. El soberanismo siempre ha
tenido media población —que por décadas no votasen independencia es elogiable
paciencia— y ha contado, y volverá a contar, con la Generalitat. Esta combinación arriba-abajo explica
la admirable organización del 1-O.
La tercera fue la
inmersión educativa en catalán. No existe para integrar sino para señalar qué mitad del país
impone su supremacía. Con ella, a las
barreras políticas —un voto de Cornellá vale la mitad de un voto de Lleida—,
sociales —los apellidos de las elites catalanas son reveladores— se añaden las
culturales. La inmersión es un pivote estratégico:
conseguida da todo lo demás porque ablanda la identidad de los inmigrantes.
Por eso, el momento revolucionario de las pasadas
elecciones fue cuando Arrimadas animó a votar en honor a las raíces andaluzas
de los trabajadores del cinturón barcelonés. No
sorprende que, morena, socialmente ascendente, sin complejos, atraiga tanto
odio africano.
Misión, objetivos,
políticas, son elementos de una estrategia, pero no su esencia. Ésta es aplicar
los recursos disponibles en el momento que tengan un efecto decisivo sobre las
fortalezas clave del oponente. En el designio pujolista, la oportunidad será en
unos cinco años, cuando hayan fallecido la mayoría de los llegados a Cataluña
en los 50 y 60. Entonces el
independentismo superaría el 50% de los votos, incluso podría llegar al 60-65%.
Si se han sentido tan amos como
para montar un golpe con menos del 50% de la población, es imaginable lo que harán
con más. El ritmo maoísta de Pujol tendría un final leninista: un pequeño
empuje sería suficiente. Europa, con esos porcentajes, ya no bloquearía la secesión
(hipótesis verosímil).
La falta de sangre fría de los sucesores de
Pujol estropeó el timing previsto.
No han estado a su altura. Han revelado debilidades. La mayor es la aversión de sus clases medias a las
consecuencias económicas de un conflicto intenso. La pela es
la pela: principio de realidad, medrosa, sin patriotismo. Por ello, los independentistas inteligentes
sugieren una legislatura “técnica”, relajar la confrontación, recuperar el
ritmo lento. Y cuando llegue el momento demográfico volver a intentarlo, porque
siguen disponiendo de los recursos que Pujol construyó y porque no soportan la herida
narcisista de haber perdido, otra vez [???].
¿Qué hacer para derrotar esa estrategia? Toda
estrategia debe surgir de la superioridad moral. Este no es sólo un conflicto
político. Es
antropológico. No exactamente —hay miles de excepciones— pero si esencialmente:
donde residen apellidos castellanos se vota constitucionalismo, donde
catalanes, independentismo. Intentar
independizar Cataluña dejando atrás a media población es una inmoralidad. Ahora de ética
tiene que hablar el constitucionalismo, superior moralmente al golpismo, no
porque España sea mejor que Cataluña, ambas flatus vocis en un mundo global, sino porque la clase obrera, media población de la residente en
los kilómetros cuadrados conocidos como Cataluña, ha sido despreciada.
Esta superioridad moral posibilita políticas: ni nación, ni mayores competencias en
cultura y educación, ni referéndum. No es
humillar. Es ganar.
Pero el tic-tac demográfico continua. La negligencia
estratégica de décadas obliga al constitucionalismo a un arriesgado cambio de
ritmo, a adelantar el conflicto. Existe una batalla que sorprenderá a
los soberanistas, que piensan que el
constitucionalismo no se atreverá a ello. Se
aplica a su centro de gravedad. Es tan decisiva que los independentistas no tendrán más remedio que acudir al
envite, emplear todos sus recursos, luchar hasta el final, unidos, contando con
un PNV que se pondrá “estupendo”. Pueden
ganar, pero si pierden agotarán su voluntad y recursos. Es la confrontación máxima, concentrada, final. Esta batalla es llevar una reforma constitucional que cancele la inmersión lingüística educativa en una sola lengua.
Si el constitucionalismo no se atreve a plantearla, ahora,
Cataluña será independiente, cuando “toque” que diría Pujol.
Hace tiempo,
Puigdemont exclamó encorajinado “Nos
tienen miedo y más miedo nos tendrán”. Gracias al trabajo extraordinario de
Jordi Pujol ha sido y es cierto lo primero, y probable lo segundo, a no ser que, en honor de los
trabajadores venidos a Cataluña de otras partes de España —esforzados, humildes,
respetuosos con la cultura catalana— se tenga finalmente lo que
Pujol ha tenido: voluntad y
estrategia.
José Luis Álvarez, doctor en Sociología por la Universidad de
Harvard, es profesor de INSEAD (Fontainebleau-Singapur).
Joan A. Forès
Reflexions
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada