Benvolguts,
¿Qué escribió Jamal Khashoggi para
irritar a la monarquía saudí?
En sus columnas más recientes, el periodista desaparecido dirige sus
críticas al príncipe heredero y se compromete con la libertad del mundo árabe
Madrid 18 OCT 2018 - 21:19 CEST
Jamal Khashoggi, en Davos (Suiza) en
2011. En vídeo, declaraciones de la editora de Opinión del 'Washington Post'
sobre el columnista el pasado 10 de octubre. VIRGINIA MAYO (AP) / VÍDEO:
REUTERS-QUALITY
"Recibí esta columna del traductor y
ayudante de Jamal Khashoggi el día después de que se supiera de su desaparición
en Estambul. El Post decidió
aplazar su publicación porque confiábamos en que Jamal se pusiera en contacto
con nosotros y así, editarla juntos". Quien así se expresa es Karen
Attiah, la editora del periodista saudí que, según la policía turca, fue asesinado
en el consulado saudí de Estambul el 2 de octubre. Su nota encabezaba
este miércoles la última colaboración de Khashoggi en su sección
habitual, Global Opinions, en The Washington Post. "Esta
columna recoge perfectamente su compromiso y pasión por la libertad en el mundo
árabe. Una libertad por la que parece que él ha dado su vida", añade
Attiah.
Khashoggi había respaldado en anteriores
textos decisiones de la corte saudí, como
su intervención inicial en Yemen o la diversificación de la economía. Considerado
generalmente como un periodista crítico pero no un disidente, adoptó un tono
más duro después de su decisión de abandonar el país, hace algo más de un año,
especialmente en sus colaboraciones en el Post, que empezaron en septiembre de 2017.
En su última colaboración, Lo que el mundo árabe necesita es más libertad de expresión, no
se encuentran referencias explícitas al príncipe heredero, Mohamed bin Salmán,
que sin embargo ha aparecido en casi todos sus textos de este año. En su lugar,
Khashoggi recoge menciones a una de sus habituales bestias negras: la falta de
libertad en el mundo árabe. "Los árabes [con la excepción de Túnez] o no
reciben información o están mal informados. No pueden abordar adecuadamente y
mucho menos debatir en público, las cuestiones que afectan a la región y a su
vida diaria".
No repara en alusiones a enemigos acérrimos
de Arabia Saudí, como Catar. "El Gobierno catarí mantiene su apoyo a la
cobertura de las noticias internacionales, a diferencia de los esfuerzos de sus
vecinos de mantener el control de la información en apoyo del viejo orden
árabe".
Irán, el gran rival de los saudíes en Oriente
Próximo, también aparece en boca de Khashoggi a menudo. En una de sus
columnas, ¿Por
qué debería el príncipe heredero preocuparse por las protestas en Irán?, celebra
las manifestaciones populares del último año contra el régimen de los ayatolás,
una celebración que, insinúa, comparte el régimen saudí. A pesar de eso,
aprovecha para asaetearlo con una crítica directa: "Ha llegado el momento
de que MBS [Mohamed bin Salmán] se libere de su miedo a la democracia y la
verdadera Primavera Árabe, y también de sus preocupaciones, justificadas, del
expansionismo iraní [en el mundo musulmán]". "¿Qué puede impedir que
los saudíes piensen que esa celebración de la libertad, la democracia y la justicia
apoyadas por el Estado está reservada a los iraníes?", se preguntó.
Al hilo de las protestas, Khashoggi zahería a
la monarquía saudí: "Después de fallar en su intento de cortocircuitar el
acuerdo nuclear iraní, y con Irán dominando los conflictos de Yemen, Irak,
Siria y Líbano, Arabia Saudí tiene un aliado nuevo e inesperado: el pueblo
iraní".
El periodista abordó también los "errores" de Arabia Saudí en la vecina guerra de
Yemen. En una de sus frases reúne a varios enemigos de los saudíes en
una única línea: "La continuación de la guerra [entre los yemeníes] dará
validez a aquellos que dicen que Arabia Saudí está haciendo allí lo que el
presidente sirio Bachar el Asad, los rusos y los iraníes están haciendo en Siria".
No dudó en mencionar de continuo a colegas
encarcelados por sus ideas y reivindicaciones. "El equipo de comunicación
del príncipe heredero en la corte ha castigado, y lo que es peor, intimidado a
todo el que disiente", afirmó en febrero. Criticó
el encarcelamiento de Samar Badawi, activista de los derechos de las
mujeres y hermana del bloguero Raif
Badawi, condenado en 2014 a 10 años de cárcel y a 1.000 latigazos por
“insultos al islam”. La detención de la activista abrió una crisis diplomática
con Canadá, que protestó por la decisión judicial y cuyo embajador terminó
siendo expulsado de Arabia Saudí.
“Hoy los ciudadanos saudíes ya no entienden
la lógica que subyace en la ola incesante de detenciones", afirmó.
"Esos arrestos arbitrarios han empujado a muchas personas al silencio y a
otras incluso a abandonar discretamente el país [...] Hay un modo mejor de que
el reino evite las críticas de Occidente: simplemente, que libere a los
activistas por los derechos humanos y que interrumpa las detenciones
innecesarias que han perjudicado la imagen de Arabia Saudí”.
También aludió a los grandes proyectos constructivos apoyados
por la monarquía saudí: "Si [Bin Salmán] ayudara a la gente
corriente a reconstruir sus vidas en sus casas y ciudades actuales, y les diera
mejores escuelas, formación profesional, carreteras y saneamientos, se daría
cuenta de que puede que no necesite levantar ciudades de ensueño lejos del
desierto".
Khashoggi también alabó a
Bin Salmán cuando consideraba que actuaba de manera oportuna. Así
lo hizo cuando se permitió por fin que las mujeres condujeran coches: “El
príncipe heredero [...] merece reconocimiento por buscar una conclusión
correcta para la cuestión. Cuando dirigentes anteriores a él se resistieron a
abordar el asunto, él lo afrontó e hizo lo correcto para Arabia Saudí”. Pero
enseguida rebajaba el mérito: "[Lujain al Hathlul, activista por los
derechos de las mujeres] le permitió al príncipe heredero llevarse todo el
crédito de que se levantara de la prohibición de que las mujeres
conduzcan". Al punto, reivindicaba la libertad de ella y otras
mujeres presas. “Espero que [Bin Salmán] no olvide las actuaciones valientes de
cada saudí que dedicó sus esfuerzos en pro de la libertad y la modernización.
Debería ordenar la liberación de Hathlul, Aziza al Yusef, Eman al Nafjan y
el resto de las valientes mujeres que hicieron campaña por el derecho de las
mujeres a conducir”.
El periodista abundó en sus columnas acerca de esos arrestos.
"Se nos pide que abandonemos cualquier esperanza de libertad política, que
nos callemos acerca de las detenciones y de las prohibiciones de viajar que
penden no solo sobre los críticos, sino también sobre sus familias",
aseguraba, para afirmar después: "Se espera que aplaudamos con entusiasmo
las reformas sociales y que cantemos las alabanzas del príncipe heredero y, al
tiempo, que evitemos cualquier referencia a los saudíes que se atrevieron a
abordar estos problemas hace décadas".
“Los árabes [con la
excepción de los tunecinos] o no reciben información o están mal informados”
Mostró cierto escepticismo con el alcance de
algunas medidas, como
la reapertura de los cines en Arabia Saudí, cerrados desde finales de
los setenta. “¿Tenemos que escoger entre que haya cines y nuestros derechos
como ciudadanos para expresarnos, sea para apoyar o para criticar la acción de
nuestro Gobierno?", se preguntaba. "A mí se me ha dicho que tengo que
aceptar, con gratitud, las reformas sociales que he reclamado desde hace mucho
tiempo y que a la vez me calle sobre otras cuestiones, que van desde el
atolladero de Yemen, las apresuradas reformas
económicas, el
bloqueo a Catar, los debates sobre una
alianza con Israel en contra de Irán y el encarcelamiento de decenas
de intelectuales y clérigos saudíes del último año".
"A esa decisión me enfrentaba cada
mañana desde junio pasado, cuando dejé Arabia Saudí por primera vez desde que
el Gobierno me mandara callar durante seis meses”, aseguraba en el mismo texto.
En el último publicado, sentenciaba: "El mundo árabe afronta su propia
versión del telón de acero".
Ahora, como una involuntaria herencia suya, abogaba por crear para los oyentes
musulmanes una especie de Radio Free Europe, la emisora financiada por Estados
Unidos que emitía para los países comunistas durante la Guerra Fría.
El
apellido Khashoggi pertenece a una estirpe de origen turco bien
relacionada en Arabia Saudí. Su patriarca, Mohamed Khashoggi, fue médico
personal del rey Abdulaziz Bin Saud, fundador de la moderna Arabia Saudí.
Algunos de los miembros más destacados de la familia han sido el traficante de armas Adnan Khashoggi o
la escritora Samira Khashoggi, madre del multimillonario egipcio Dodi al Fayed,
novio de la princesa Diana de Gales.
Jamal Khashoggi, como su abuelo, mantenía una
excelente relación con la élite saudí: fue consejero del príncipe Turki al
Faisal, exjefe de la inteligencia saudí, durante su etapa como embajador en
Londres. Pero también hablaba de manera franca y directa -como explica la corresponsal de EL PAÍS Ángeles Espinosa,
que lo conocía personalmente- y eso le hizo caer en desgracia y lo llevó al
exilio. Su conocimiento de los entresijos de la política saudí hacía que sus
columnas en el Post doliesen
aún más en Riad.
José
Manuel Abad Liñán
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