Benvolguts,
Qué hacer con la corrupción
Hay que regular a los partidos políticos desde
fuera, como en Alemania
El funcionamiento de los
seres vivos, de los motores de explosión y de los organismos sociales produce,
inevitablemente, residuos tóxicos que se deben eliminar. Si no se
hace, sobrevienen la muerte y la descomposición. De ahí la existencia de los
riñones, de los tubos de escape y de la regulación de los partidos políticos,
por ejemplo.
En todos los sistemas políticos hay corrupción: es
tan consustancial con la política como el monóxido de carbono con el automóvil.
Por ello, en las
democracias avanzadas, existen leyes que regulan la actividad interna de los
partidos políticos. Esta regulación impone los mecanismos de reciclaje de
toxinas que permiten que la democracia siga funcionando de manera saludable.
El nivel insoportable que ha alcanzado la corrupción política en España se debe a la ausencia de
reciclaje de los residuos tóxicos que generan nuestros partidos. La
democracia española es como un cuerpo sin riñones o un coche sin tubo de
escape.
La ley española de partidos políticos está vacía
de contenido y permite que, en la práctica, los partidos se autorregulen. Esto
es una anomalía gravísima e insólita en las democracias avanzadas. Los partidos
políticos no deben autorregularse porque son entidades especiales a las que se
les reconoce el monopolio de la representatividad política y se financian con
recursos públicos. Este reconocimiento no debe darse sin un riguroso
control legal para evitar que los partidos acaben, como en España,
convirtiéndose en élites extractivas. En Alemania, por ejemplo, la ley obliga a
los partidos a celebrar congresos bienales, a que los delegados en estos congresos
sean elegidos por votación secreta entre los militantes, a que los candidatos a
cargos electos sean elegidos en primarias, a someterse a auditorías externas…
El sistema genera competencia entre los dirigentes y los candidatos a serlo.
Como no puede ser de otra manera, los mecanismos de reciclaje de residuos son la democracia
interna, la transparencia y la competencia. ¿Hay corrupción política
en Alemania? Por supuesto que la hay, pero los mecanismos legales previstos
evitan una espiral degenerativa y contagiosa como la española. La corrupción
puede llegar al tobillo, pero el drenaje impide que llegue al cuello.
En España los congresos
los convocan las direcciones partidarias cuando les conviene, los candidatos
son nombrados por cooptación, gran parte de los afiliados son cargos públicos o
allegados, las auditorías las hace el Tribunal de Cuentas —cuyos miembros son
nombrados por los partidos— con años de retraso… ¿Por qué
no hay sistemas de dragado de residuos en la política española? Porque en la Transición se
decidió potenciar la estabilidad de los partidos cediendo un poder casi
ilimitado a sus cúpulas dirigentes. Pesaba mucho el recuerdo de la
inestabilidad política durante la II República y se confiaba en que partidos
estables dieran lugar a una democracia estable. Además, se creía que este tipo de partidos era
una garantía de unidad política ante el proceso descentralizador del Estado de
las Autonomías. Hoy hay que reconsiderar esa decisión, porque el
precio que se ha pagado por ella ha sido excesivo.
La falta de competencia interna y de control
externo en los partidos españoles ha tenido dos consecuencias:
· Primera,
una corrupción a la que no es posible poner límites y que tiene efectos
cancerígenos. No se trata de cargos cometiendo delitos o de partidos buscando
dinero extra. Se trata de empleados y políticos integrados en los aparatos que
los utilizan para enriquecerse sin control o para conseguir ingresos
adicionales escapando al control de Hacienda. De la corrupción individual se ha pasado a una
fase institucional.
· La
segunda consecuencia ha sido la degeneración de la competencia técnica y
capacidad de liderazgo de nuestros políticos, cooptados en base a su fidelidad
a las cúpulas en cada vuelta del torno electoral con grave detrimento de su iniciativa e
independencia de pensamiento, pese a la supervivencia en los engranajes
partidarios de muchas personas capaces y honestas.
¿Qué hacer? No hay que esperar que el sistema actual se regenere de
manera endógena. No lo hará. Y la solución no pasa por más fiscalía
y más tribunales. Eso es necesario, pero insuficiente. Hay que regular a los
partidos españoles desde fuera, como en Alemania. Hace falta una nueva ley de partidos políticos que
imponga la democracia interna y la transparencia, es decir, que obligue a tener
mecanismos de reciclaje de residuos tóxicos. Esto es lo último que
hará una élite extractiva porque vive de la opacidad y de la cooptación. La reforma habrá
que hacerla contra la resistencia numantina de las élites partidarias, que
antes prefieren pasar por el juzgado de vez en cuando que someterse a controles
externos. Es necesario un amplio movimiento ciudadano para exigir
una Ley de Partidos como la alemana:
· que
imponga congresos periódicos,
· que
obligue a que los delegados se elijan por sufragio secreto entre la militancia,
· que
obligue a hacer primarias para elegir a todos los candidatos a cargos
representativos,
· y que
obligue a auditorías externas independientes.
Se tendría que recoger firmas para llevar una
propuesta de ley en este sentido al Congreso de los Diputados. ¿Quién se va a
oponer públicamente?
José Antonio Gómez Yáñez y César
Molinas son politólogos.
Joan
A. Forès
Reflexions
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