Benvolguts,
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27/09/2017
- 18:43 h
El
problema está en que la gente sepa que, de verdad, tiene el poder de cambiar
cosas.
De hecho, es un
problema para las élites y lo que podríamos llamar estructuras de poder
establecidas, como un Estado. También podríamos llamarlo “el sistema”. Me explico. El caso catalán sólo lo
resolverá la gente. Si este domingo la gente se moviliza en masa, aunque
repartidos en colegios electorales, no hay policía ni ejército que lo pueda
detener. Pero si la gente tiene miedo y se frena, será también el triunfo de la
gente, pero de la gente que se frena ante una amenaza (o de un aviso, o de una
aplicación contundente de la ley).
Es obvio que sin
estructuras, sin sistema, sin organización se haría muy difícil vivir en
sociedad. No quiero darle vueltas ahora, no toca. Pero también es evidente que
el elemento básico en toda sociedad es la gente, las personas, los individuos.
La historia nos ha enseñado que, con mejores o peores liderazgos, cuando la
turba, el tumulto, la multitud se mueve, es muy difícil de parar.
La historia
también nos demuestra que hay básicamente dos tipos de liderazgos, los que se
ganan y los que se imponen.
Este domingo
habrá una situación de confrontación (espero que no llegue a enfrentamiento)
entre dos bandos: en uno, el Estado español, con la
mayoría de medios de comunicación y las fuerzas y cuerpos de seguridad del
Estado (Policía, Guardia civil, algunos mossos y algunos policías locales); en este bando habrá
poca gente; y en el otro extremo del ring habrá
gente, mucha gente, y unos cuantos políticos como el Gobierno de la Generalitat
y más de 700 alcaldes que se han visto impulsados por las inercias que ha
movido esta gente desde hace 7 años.
¿Quién ganará?
Ganará el que se sepa más fuerte. La confianza, en confrontaciones como ésta,
es fundamental. También lo es la estrategia, pero a mí me parece que existe un
gran desequilibrio entre las fuerzas contrincantes. Los unos son miles y los
otros, millones. Si, además, añadimos que los miles vienen obligados, deben
utilizar la estrategia porque saben que delante tienen millones y, aunque
lleven armas (pistolas o porras y cosas similares) saben que el mundo los mira
y será muy difícil que las utilicen, aún lo tienen peor porque su preparación,
su fuerza, se reduce a unas técnicas y unas armas que no les garantizan el
éxito. En cambio, en frente tienen millones de personas, repito, millones, que
tienen un objetivo sencillo y claro: votar. La clave está en si estos millones,
esta gente, sabe que tiene todas las de ganar, porque si lo sabe, su voluntad
es su fuerza, y es imparable.
Hay un par de
factores más que convierten este enfrentamiento en desigual, por un lado está
el concepto no-violencia. Si se mantiene, es un arma poderosísima, porque no se
acaba nunca y no necesita recargas. Y por el otro lado hay una debilidad enorme
al haberse judicializado el conflicto. El ejército de policías que quieren
impedir votar deberá empapelar, literalmente, la jornada, es decir, deberán
apuntar en papel, uno por uno, a todos los sediciosos y revolucionarios que se
encontrarán delante. Y deberán hacerlo mientras cientos de miles continúan
delinquiendo contra unas decisiones aparentemente jurídicas que son contestadas
cada día por más juristas, es decir, que sus pies son de barro. Y son de barro
por dos razones, porque cuando tienes que acusar de un delito a miles de
personas, a decenas de miles, el problema es el delito y que, materialmente, se
hace imposible la aplicación de cualquier decencia procedimental o procesal.
Total, que estamos ante una situación en la que la clave es si
la gente es consciente de la inmensa fuerza que tiene. Será muy
interesante, el domingo, ver qué pasará. Y está claro que, pase lo que pase, no
se acabará. Sólo
se acabará cuando entre en combate la única arma que lo puede parar: la
política. Tan fácil que sería pararlo. ¿No es evidente que “tenemos” un
problema? ¿No es evidente que los gobiernos deberían solucionar los problemas?
Y, en este caso, el más responsable es el más grande (en dimensión) y éste es
Madrid. Pero no, chico, parece que a algunos les va más aquello de “a por
ellos, oé”. Qué lástima. Para que luego venga alguien y se atreva a hablar de
modernidad y evolución.
Si Darwin levantara la cabeza…
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