Avui us presentem un article d’una sociofranquista
de nom Victòria Camps.
Segons la viquipèdia, nascuda el 1941. Va ser Senadora
pel PSC-PSOE a les eleccions generals espanyoles de
1993,
·
Segons la viquipèdia la seva vida
política comença als 52 anys, el 1993.
·
El 1996 formà part dels
signants dels manifests del Foro Babel.[1]
·
L'octubre de 2012 signà, juntament
amb un centenar de professionals, un manifest a favor del federalisme espanyol i en
contra la independència de Catalunya.[2]
·
Amb
aquests antecedents què voleu que escrigui aquesta bona dona!
·
Si
repasseu els títols dels llibres publicats per la senyora, veureu que no n’hi
ha cap en català (l’ètica i el català deuen estar renyits...)
Jo tinc 4 anys més que la tal Victòria, i no em vull penjar
cap medalla, però als 20 anys, el 1957, en plena dictadura franquista, ja era
militant del Front Nacional de Catalunya, i coordinador del servei clandestí d’ensenyament
del català a la Universitat de Barcelona,
Al 1966 es va crear el Sindicat Democràtic d’Estudiants
de la Universitat de Barcelona (SDEUB).
En un acte als Caputxins de Sarrià que es va anomenar La Caputxinada.
A l’època jo era professor a l’Escola d’Enginyers
Industrials, que estava adscrita a la Universitat de Barcelona (UB) i vaig
participar en el suport al SDEUB. El
rector falangista Garcia Valdecasas ens va expulsar de
la UB a 69 professors entre els quals els germans Lluch, Jordi
Solé Tura, Josep M. Bricall, Joan Reventós, Isidre Molas, Miquel Roca i
Junyent, Narcís Serra, etc.
Entre els estudiants hi va haver centenars d’expedientats,
molts expulsats com Joaquim Boix Lluch, Albert Broggi, Francisco Fernández
Buey, Alfredo Pastor, Enric Argullol, i d’altres.
I la senyora Camps? Hi era a les lluites de
la universitat?
Hi havia en Maragall i tot! I no hi era la senyora Camps?
A part d’això, el menyspreu per l’adversari mostra la
categoria ètica de la tal Victòria...
L’autoodi, segurament molt ètic, però “portador
de valores eternos...”
Pel que fa a l’article, està ple de llocs
comuns i de retrets que fa 4 o 5 anys que estem escoltant:
·
revisar las relaciones entre Cataluña y España, con reforma constitucional
incluida y referéndum final para conocer el sentir y la opinión —esta vez con
garantías— de los ciudadanos. 40 milions sempre dominaran a 8 milions…
·
Oriol Junqueras, que ha renunciado del todo a cualquier entendimiento con
España que no contemple previamente la ruptura. L’entesa només es pot abordar entre iguals…
·
se impondrá una negociación larga con el Gobierno de España o, en el caso
de que esta fracase, otra negociación aún más larga con las autoridades
europeas. Com ho sap la senyora
Camps si la negociació será curta o llarga i si la negociació amb la CE será més
o menys llarga que la negociació amb el Reino de Castilla (Estado español)…
· Y no solo depende de eliminar el déficit
fiscal. Ah, però hi ha déficit fiscal? El señor
Montoro i el señor de la Fuente diuen que no n’hi ha…
I ara l’articulet:
De la independencia al cielo
Victòria Camps en El País
el 28 octubre, 2014 en Derechos, Libertades, Nacionalismo, Política, Sociedad, Sociología
OPINIÓN
Tirar la toalla de
la negociación y del diálogo es ceder a la impotencia, el mayor enemigo del
progreso y la emancipación
Nadie hubiera dicho hace unos años, cuando el
nacionalismo catalán era sinónimo de liberación, que declararse nacionalista
estaría mal visto, fuera cuál fuera la nación de referencia. El núcleo duro del
independentismo se confiesa solo independentista. Así lo hacía Oriol Junqueras
en el programa de Jordi Évole: no soy nacionalista, soy independentista.
¿Independencia porque sí? No exactamente. Las razones que justifican la independencia son, en primer
lugar, el reiterado desprecio del Estado español por la singularidad catalana,
que ha hecho fracasar todos los intentos por conseguir un reconocimiento del
poder político y una financiación suficiente para Cataluña. La segunda razón es
que una Cataluña independiente será el país que todos deseamos: más libre, más
demócrata, más equitativo, sin corrupción.
Por increíbles que nos
parezcan a quienes no compartimos ni el ideal independentista ni argumentos tan
simples para justificarlo, estas son las razones que han penetrado hasta el
fondo en la mente y el corazón de los que comulgan con la fe secesionista.
Convendría notar en su contra que el argumento de romper con el Estado español,
con la excusa de que todo intento de conseguir un encaje con Cataluña ha sido y
será inútil, no es un alarde de sabiduría política. Al contrario, hacer
política es no cejar en el empeño de negociar para resolver los conflictos
generados por intereses contrapuestos. Tirar la toalla de la negociación y del
diálogo es ceder a la impotencia, el mayor enemigo de la emancipación y del
progreso que debieran estar en el horizonte de la buena política.
El espectáculo que han
dado los partidos del “derecho a decidir” muestra que la reticencia a la
negociación no está solo fuera, sino en los mismos artífices del proceso. Solo
desde la lógica partidista se comprende que ni ICV ni ERC quieran “perder el
tiempo”. Y que las prisas por llegar a la independencia de ERC no sean
compartidas por CDC que necesita más tiempo para reconvertirse y que no acepta
la desobediencia como método. Llegado el momento decisivo, el interés general, incluso
cuando este se denomina “independencia”, ha sido vencido por el interés en las
elecciones.
Tanto si se abraza la independencia por sí misma,
como si se emprende un replanteamiento que mejore el autogobierno de Cataluña,
la negociación con el Gobierno español será inevitable. El Informe del Consell
Assessor per a la Transició Nacional es diáfano al respecto: tras una DUI
(declaración unilateral de independencia), la medida más extrema, se impondrá
una negociación larga con el Gobierno de España o, en el caso de que esta
fracase, otra negociación aún más larga con las autoridades europeas.
Todo será difícil y, sobre todo, largo. Más largo y, sin duda, más complejo que
aprovechar el potencial desencadenado por la espiral independentista para revisar las
relaciones entre Cataluña y España, con reforma constitucional incluida y
referéndum final para conocer el sentir y la opinión —esta vez con garantías—
de los ciudadanos.
Pero no es ese el rumbo que quiere marcar la
fuerza más poderosa, la de Oriol Junqueras, que ha renunciado del todo a cualquier
entendimiento con España que no contemple previamente la ruptura. A
su juicio y al de los suyos, solo una Cataluña libre de la “opresión” española
podrá construirse como un país mejor. La desconfianza y el desánimo que a los
secesionistas les produce el Gobierno de España (esté en manos del PP, del PSOE
o de cualquier otra conjunción de partidos “españoles”), es directamente
proporcional a la fe ciega en las posibilidades de una Cataluña soberana y
próspera.
No lo cree solo Junqueras, el aludido Informe sobre la Transición Nacional
comulga con tan desmedida ilusión al señalar de entrada que el proceso hacia la
independencia tiene como fin “hacer de Cataluña un país nuevo donde todos vivan
mejor, donde se garantice la cohesión social y el bienestar de todas las
personas”. Las razones no son sentimentales ni miran solo a un
pasado de dominación, sino a la supuesta potencialidad de los catalanes de construir un
estado inédito, sobre bases cívicas y de justicia social. El
nosotros catalán tiene por lo visto capacidades de las que carece el resto de
los españoles.
No es broma, la ilusión la comparten y la expresan
en tales términos muchos de los que se han sumado a la ola independentista. No
importa que la política catalana haya mostrado hasta ahora tener los mismos
defectos que exhiben nuestros vecinos: la misma corrupción, los mismos
recortes, el mismo fracaso escolar, el mismo despilfarro, la misma burbuja
inmobiliaria. No importa que los años de autogobierno catalán, por escaso que
este sea a juicio de los insatisfechos, no hayan servido para crear en Cataluña
ninguna estructura muy distinta de las que tienen otras autonomías y el propio
Estado español. El salto hacia la Arcadia no necesita otra base que liberarse
de España.
No nos dejemos engañar más. Las rupturas no traen
por sí solas mejoras sustanciales. Vivir en una sociedad decente y que funcione
es fruto de la buena voluntad de quienes viven en ella y, en especial, quienes
la gobiernan. Y
no solo depende de eliminar el déficit fiscal.
Victòria Camps es profesora emérita de la UAB.
Joan
A. Forès
Reflexions
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