Pedro Jota o
Pedro Jeta o Pedro J. o Pedro piscinas o Pedro Corpiño rojo o Pedro armario. De
totes aquestes maneres i de moltes més el podríem anomenar. Però aquest cop ha
fet un bon article. Un molt bon article explicant discretament
com és la gran família del PP, però
fent-se autobombo sempre que pot. Un article amb una mesurada dosi de mala
llet. Un article que comença com un conte de fades o com un conte pastoral. La familia
que resa unida roman unida. Hi surt la flor i nata del PP i els seus pactes de
sang, i la de la trama Gurtel. Si jo fós en Sisa diría que hi surten molts dels
seus personatges, abans que surti el sol: Hi surt la Blancaneus, els
tres porquets, l’Ali Babà , el compte Dràcula i en canvi falten els que ja són
a la garjola així com el Pepe Gotera i l’Otílio
que darrerament treballen per la Moncloagate i Mètodo3 junt amb Mortadelo i
Filemó...
Oh! Benvinguts, passeu, passeu.
de les tristors en farem fum.
A casa meva és casa vostra,
si és que hi ha casa d’algú.
Oh! Benvinguts, passeu, passeu.
de les tristors en farem fum.
A casa meva és casa vostra,
si és que hi ha casa d’algú.
El títol de l’article fa homenatge a Luís
Mariano, cantant melòdic dels anys 50-60, títol que sembla enigmàtic i no ho és. És el
títol d’una cançó de Luís Mariano, d’exaltació de l’amistat de dos amics,
sempre units, pel mateix camí, la ma dins la ma, en els dies dolents i en els
bons. Sempre d’acord, a la vida i a la mort..., que Pedro jota usa per cloure l’article:
«Quand on est deux amis/
et que toujours unis/
sur le même chemin/
On va main dans la
main…
Dans les plus mauvais
jours/
comme dans les beaux
jours…
On est toujours
d’accord/
à la vie à la mort».
Luis Mariano
Pedro J. Ramírez en El
Mundo
OPINIÓN: CARTA DEL
DIRECTOR
Suave era la noche. Faltó
la cámara de Ford Coppola para filmar la fiesta en el jardín de la casa de Pozuelo.
No digo que los reunidos formaran parte de ninguna mafia, pero sí que
constituían la más unida de las familias. El 24 de septiembre de 2009 Ana Mato
cumplía 50 años y para celebrarlo reunió a sus más íntimos en el partido. Empezando por Mariano,
que acudió acompañado por Viri, siguiendo por Javier, que para no variar llegó
solo y tarde, y continuando por Luis y Rosalía, por Gerardo y Lourdes. Había algún nuevo
en esta plaza como González Pons y pocos más. Los hijos de Ana correteaban
alrededor, mientras las mujeres formaban grupo y los hombres hablaban de
política. Las volutas del humo de un habano surcaban la oscuridad.
A diferencia de lo habitual, Paco Correa
no pudo pagar ni el catering, ni los globos, ni el confeti. Desde el 12 de
febrero estaba encerrado en una celda de la cárcel de Soto del Real tras el
estallido del caso Gürtel. Las
salpicaduras del escándalo no habían dejado desde entonces de embadurnar
desagradablemente a buena parte de los presentes. A la propia Ana Mato
le había salido lo
del Jaguar que su ex marido Jesús Sepúlveda –el réprobo del grupo, pobre Ana–
había tenido durante años en el garaje sin que ella se enterara de su
procedencia. A Luis Bárcenas le habían imputado ya por cohecho y fraude fiscal y se
había visto obligado a dejar el cargo de tesorero tras «28 años de lealtad,
profesionalidad y buen hacer». Aunque sólo, «de forma transitoria y hasta que quede
acreditada su inocencia», según la nota oficial del partido. Sobre Gerardo Galeote
pesaba la misma espada de Damocles pues el instructor había comunicado al
Supremo que veía en su conducta indicios de delito. Además, el eurodiputado tenía imputados a su
padre y a su hermano. Y los cuchicheos sobre Arenas estaban ya a la
orden del día.
Eran, como digo, una familia unida. Partes de un mismo
cuerpo. Dentro y fuera de la sede de Génova. Durante casi dos
décadas habían
controlado las finanzas, la organización, la estructura, la
maquinaria del partido en suma. Todos
tenían los móviles de todos. Constantemente se intercambiaban mensajes. Sus
cónyuges eran íntimos y sus hijos hacían todo tipo de planes. Comían y cenaban
juntos, veraneaban juntos, jugaban al pádel juntos. Recuerden la
alineación, de izquierda a derecha, de la foto de Marbella: Sepúlveda, Bárcenas,
Galeote, Arenas. En eso era en lo único en lo que Mariano
no les seguía.
En lo demás sabían que
podían contar con él. Era el Jefe y por lo tanto –no escribiré aún otra
palabra– el
protector de todos ellos. Un hombre que se proclamaba
«independiente» de las empresas del Ibex y de la prensa pero que para llegar al
poder dependía de ellos y, por lo tanto, ellos también dependían de él. Nunca
habían encontrado en su figura desgarbada ni la magia hermética, ni el seco
carisma, ni el liderazgo fulminante de Aznar, pero sus anchas espaldas estaban
siempre ahí, prestas a dar cobertura a todos. En el despacho de la planta séptima, y en el
jardín de casa de Ana Mato.
Esa noche tuvo palabras
de aliento tanto para el imputado como para los imputables. ¿Cuántas veces
escuchó Bárcenas a lo largo de los cuatro años siguientes palabras como «no van a por ti,
Luis; van a por mí», «eres víctima de una persecución política» o «estaré siempre
con vosotros»? ¿Diez, veinte, cincuenta? Tantas como se vieron,
llamaron y escribieron para discutir la evolución del procedimiento. Y, como
indica la gavilla de mensajes de móvil que, a modo de simple muestra
reproducimos hoy, eso ocurrió antes y después de que Bárcenas dejara
formalmente sus cargos, antes y después de que Rajoy llegara a La Moncloa,
antes y después de que apareciera el dinero en Suiza.
Es imprescindible
sumergirse en ese mundo cerrado del marianismo para darse cuenta de por qué Bárcenas no
entiende que haya seguido el mismo camino de Correa hasta Soto del Real.
Él no era un outsider sino parte del núcleo duro de la dirección del partido.
El PP se ocupaba de su defensa y Rajoy había prometido protegerle frente a los
enemigos exteriores e interiores. «¡Están locos! ¿Cómo pueden actuar así, cuando saben lo que
yo sé?», estalló en un momento de nuestras cuatro horas de charla.
Ya escribí el domingo que
así como todo lo que me contó sobre la financiación ilegal del PP me pareció
muy verosímil, por su coincidencia con lo que ya conocíamos por otras vías, su
insistencia en que el dinero de Suiza es suyo y nada tiene que ver
con el partido sólo suscitó en mí un «reiterado escepticismo». Pero curiosamente es en lo único en
lo que la versión de Bárcenas coincide con la de Génova y Moncloa:
esa fortuna oculta es fruto de una actividad privada al margen de su posición
orgánica. Como
si al término de su jornada laboral hubiera acudido durante años a otra oficina
para desarrollar criminales manejos.
El problema es que sobre
las actividades ilícitas de Bárcenas sólo caben dos hipótesis:
· o fueron ajenas a la política, en cuyo caso
estaríamos hablando de uno más de los cientos, o más bien miles, de evasores
fiscales que esconden su dinero fuera –y nadie ha estado nunca en
prisión provisional sólo por eso–
· o, como indica la imputación por cohecho, están vinculadas con
la corrupción de cargos públicos. Y en este segundo escenario, que
es el real, resulta
imposible disociar a la persona de Bárcenas de la posición que ocupaba en el
partido de Rajoy. Porque ni su tarjeta de visita era cualquiera, ni
trataba con ministros del PSOE, con consejeros de IU o con concejales de UPyD.
Si además existe una contabilidad B en
soporte documental, el círculo se cierra en la misma zona oscura de los casos
Filesa o Palau: una parte para el partido, otra para los operadores de la
trama. De ahí la trascendencia de
ese original arrancado de un cuaderno que entregué el lunes en la Audiencia.
Según el fiscal Romeral –flemático cruce entre José Bódalo y Gene Hackman– todo
el mundo lo había buscado «con ahínco durante meses». Ese papel era como la estatuilla de El
halcón maltés. Había pasado por varias manos y con distintos
propósitos. Yo no podía hacer otra cosa que ponerlo a disposición de la
Justicia… y de los lectores. Lo escribí el día que nació este periódico: «EL MUNDO
jamás utilizará la información como elemento de trueque u objeto de compraventa
en el turbio mercado de los favores políticos y económicos». Veinticuatro años
después nadie podrá reprocharnos no haber cumplido este sagrado precepto.
«¿Actúa usted por inquina hacia Rajoy?»,
me preguntó una colega al salir de declarar. «Sí, por la misma inquina que hacia González
cuando publicamos las pruebas sobre los GAL, con la misma inquina que hacia
Aznar cuando publicamos los documentos de Gescartera y las 100 razones contra
la Guerra de Irak o con la misma inquina que hacia Zapatero cuando publicamos
las actas de la negociación con ETA». Hemos oído ya tantas veces la
cantinela de la «conspiración» que casi me sentiría extraño si no se
reprodujera esta vez. Y como uno de sus ingredientes va a ser la decisión de
Gómez de Liaño y de Márquez de Prado de aceptar la defensa de Bárcenas y su
esposa, anticiparé, para que no quepa ningún equívoco, que si bien he conocido a personas honradas, y
he conocido a personas inteligentes, y he conocido a personas idealistas y he
conocido a personas valientes, sólo María Dolores, Javier y muy pocos más
reúnen estos cuatro atributos a la vez. No me extraña que su paso al
frente del jueves por la tarde fuera la puntilla de una jornada aciaga para los tenebrosos
emisarios del poder que siguen intentando in extremis mantener cerrada la boca
del ex tesorero.
El primer acto del drama
se desarrolló por la mañana en una habitación sin ventanas de seis metros por
cuatro de la Audiencia Nacional, con un mobiliario tan inadecuado como para que
la mesa del secretario judicial requiriera la calza de un cartón, y con unas
condiciones de salubridad tales que un abogado que sudaba la gota malaya pidió
cambiarse de sitio con una colega que se helaba de frío bajo el chorro del aire
acondicionado. Quince
partes procesales dirimieron allí, como cuestión previa, la petición de
aplazamiento de mi declaración, presentada de repente por los abogados Bajo y
Trallero, que habían renunciado a defender a Bárcenas porque era al PP al que
servían. En realidad la declaración que de rebote trataban de
aplazar, con el pretexto de su indefensión, era la de mañana del propio
Bárcenas para ganar tiempo en pro de la componenda. Yo sólo aporté el temario, pero muchas cosas empezarán
a cambiar en España si él pasa mañana el examen.
El privilegio de asistir
a ese debate me permitió comprobar que en el río del procedimiento hay peligrosos cocodrilos con
toga sirviendo a intereses opuestos de los que dicen representar; pero
también pude darme cuenta de que el juez Ruz y el fiscal Romeral se sienten tan prisioneros de
su deber como yo del mío. La serenidad y el lúcido aplomo con que
zanjaron esa cuestión previa reavivó mi fe en la Justicia: uno y otro eran conscientes de que la «celeridad»
se había convertido en requisito indispensable para la búsqueda de la verdad.
Y eso que ignoraban que, casi al mismo tiempo, Bárcenas y sus allegados
escuchaban cantos de sirena de sedicentes emisarios gubernamentales: el uno ofrecía la
cabeza de Gallardón, el otro una pena mínima y la protección del 25% de lo
descubierto fuera. Cuando la respuesta fue algo así como: «Hemos vivido cinco
años instalados en la mentira y ahora hemos tomado un camino irreversible y si
hemos hecho algo mal, pagaremos por ello», entonces las cañas se trocaron en
ciegas y amenazantes lanzas, con todo el poder intimidatorio del Estado en la
embestida.
O mucho me equivoco o
estos últimos actos mafiosos van a terminar de convencer a Bárcenas de lo que debe hacer
dentro de 24 horas. Puede que haya vulnerado la ley pero desde luego
no es un alfeñique. Adversarum ímpetus rerum viri fortis non vertit animum,
que decía Séneca. De hecho, a esa misma fortaleza era a la que apelaba el 18 de
enero de este 2013 –sí, sí, hace menos de seis meses– el presidente del
Gobierno cuando, plenamente consciente de lo que se había descubierto en Suiza,
le pedía un nuevo servicio al partido, a la causa, a la familia, al espíritu de
aquella cena en el jardín de la casa de Pozuelo, en forma de clamorosa mentira:
«Luis… sé fuerte». O sea, niega que recibiéramos dinero en bolsas, niega que
ayudáramos a los donantes, niega que repartiéramos sobresueldos, niégalo todo
que «te llamaré mañana».
Éste es el trasfondo del
patético derrape del habitualmente atildado portavoz parlamentario
del PP cuando acusó a todos los demás grupos de la Cámara de «apadrinar a un
delincuente». En esta triste película, ¿quién ha sido el Padrino?
Bien, ya he escrito la palabra. Alfonso Alonso debería haberse dado cuenta de que lo que el
jardín de Ana Mato ha unido no lo puede separar el hombre. Nada lo
explica mejor que una de las más famosas canciones del gran Luis Mariano, suma
de tantos contrarios: «Quand on est deux amis/ et que toujours unis/ sur le même
chemin/ On va main dans la main… Dans les plus mauvais jours/ comme dans les
beaux jours… On est toujours d’accord/ à la vie à la mort». No dejen de escucharla en Orbyt.
pedroj.ramirez@elmundo.es
Joan
A. Forès
Reflexions
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada