Jordi Gracia, nascut el 1965, Catedràtic de
literatura espanyola a la Universitat de Barcelona.
Tingueu en compte que aquest assaig està fet a
l’abril, abans de l’espantà dels Pujol...
Assaig molt imparcial i sucós del possible xoc de trens. Tanmateix aquest xicot, que és català es mira la política catalana des
d’una perspectiva espanyola. Posició que els encanta a El País i a Madrid. I no
hauria de ser així ja que pel que sembla és un bon coneixedor de la literatura catalana
i per tant de la idiosincràsia catalana...
Se´n fot de la situació amb intel·ligents boutades quan qualifica “les elecciones plebiscitarias, cosa que
como todo el mundo sabe nadie sabe lo que es.”
Afirma que la política catalana en la seva
relació amb Madrid és totalment impostada: Contra las apariencias útiles, Wert y Rigau, Mato y Boi
Ruiz se me antojan más hermanos que adversarios (aunque anden a la greña por
los símbolos, que es la manera más tramposa de hacer política)…
Continua plantejant que
el que sembla un imminent xoc de trens, no ho és. I analitza la situación des
del punt de vista dels partits catalans signants del pacte pel dret a decidir. CiU, ERC, la CUP, ICV, que tiene un sector todavía
integrador, y el PSC.
Acaba analizant el
comportament del PSC, recordem que l’article és de l’abril…
Vegem l’article:
Erotismo ferroviario
Esos dos trenes de Mas y Rajoy chocando
juguetonamente han logrado hacer el convoy más largo y el Estado social más
débil
Jordi Gracia, Catedràtic de literatura espanyola
a la Universitat de Barcelona.
Entre el blindaje budista de Rajoy y el empuje rupturista
del Gobierno de Mas yo no veo hoja de ruta alguna por ningún lado. Veo más bien la
firme determinación —interesada, deliberada— de seguir espachurrándose los dos
trenes, uno frente al otro, mientras alertan precisamente contra el choque de
trenes. Pero están ya morro contra morro, en una suerte de cortejo
erótico trufado de mordiscos y amagos de mordiscos, cobras y semicobras, roces
atrevidos y algún rasguño tan morboso como excitante, que es de lo que se
trata. Lo que es seguro es que si renunciamos al vicioso voyeurismo y dejamos de mirarles
allí, en las partes y en los morros, los dos Gobiernos enfrentados mantienen
imperturbablemente sus políticas neoliberales y la población sigue disfrutando
de los recortes con una redentora paciencia evangélica.
Aunque resulte desconcertante, esos dos trenes
chocando feliz y juguetonamente han conseguido hacer el tren más largo y al
Estado social más débil. Parece que se hayan puesto de acuerdo las respectivas
tripulaciones para insistir en aplastarse en cada nueva embestida, mientras la
política real de los Gobiernos en Madrid y Barcelona sigue haciendo lo suyo:
minimizar el vendaval terrorífico que sigue cayendo sobre una tupida capa
social de desprotegidos, desesperados y desamparados ciudadanos que jamás
imaginaron un retroceso vital vertiginoso, el fantasma del paro crónico, la
angustia de la sequía financiera radical. Contra las apariencias
útiles, Wert y Rigau, Mato y Boi Ruiz se me antojan más hermanos que
adversarios (aunque anden a la greña por los símbolos, que es la manera más
tramposa de hacer política).
El resto del campo tiende al vacío, como si no
fuésemos los demás capaces de apartar la vista del morboso espectáculo de dos
amantes en fase fiera y dejásemos escapar la oportunidad de ir pensando en otra
cosa más saludable, menos enrocada y viciada, menos enfermiza también. Es lo
que está intentando hacer la izquierda y quizá ni siquiera un solo partido de
la izquierda sino varios, y sus varias fracciones. Pero a falta de la pasión
erótica que se ha despertado entre amantes traidores y desleales, tan productiva
en el terreno de los gestos y los despechos, quizá sería balsámico poner algo
de música, algún ritmo bailable y enérgico, con swing contagioso y hasta con algunos timbales. Pero a ser
posible sin rastro de las tristezas sádicas de los boleros, de los tangos y las
milongas.
Artur Mas ha aprovechado su excelente francés para
explicar en Le Figaro la viabilidad de unas
elecciones plebiscitarias, cosa que como todo el mundo sabe, nadie sabe lo que
es
Ahora Artur Mas ha
aprovechado su excelente francés para explicar en Le Figaro la viabilidad de unas elecciones plebiscitarias, cosa
que como todo el mundo sabe nadie sabe lo que es.
Requerirían un improbable acuerdo en un punto
explícito y claro de varias fuerzas políticas, o de algunas, o de todas, o de
casi todas, o de muchas. Un lío, por tanto, y un jerogífico interpretativo ante la
presumible pluralidad de lecturas y la fragmentación potencial del electorado.
· En
apariencia constituyen el mal menor, la opción resignada de Mas. A mí me parece que
son literalmente la salvación: no solo la salvación del proceso desde la óptica
de un partido de poder con mucho poder que perder, CiU, sino desde la óptica
del independentismo conservador, burgués, emprendedor y empresarial, que es el
que encarna su cúpula, desde el invisibilizado David Madí (ora pro nobis) hasta la actual
directiva con Homs, Rull y Turull. Y es sobre todo la salvación para mantener
las cuotas de poder convergente que hoy peligran como no han peligrado en
treintaytantos años de democracia.
· El
misterio es ERC porque el crecimiento de su expectativa de voto nace de la
ausencia del líder y la ausencia del partido en cuanto no atañe al proceso: ni
una declaración, ni un gesto público, ni una protesta fuerte y rotunda que
recuerde a los demás que se trata de un partido de izquierdas.
· La CUP
custodia con su independentismo anticapitalista y su empuje desacomplejado la
honradez de las convicciones a cualquier precio
· Y ya solo
quedan dos más en la izquierda:
o
ICV, que tiene un sector todavía integrador,
o
y el PSC.
El electorado potencial socialista
escapa o se abstiene por presión ajena, sí, pero sobre todo por desintegración
propia
Pero quién pone la música. El electorado potencial
socialista escapa o se abstiene por presión ajena, sí, pero sobre todo por
desintegración propia. Para junio anuncia Rubalcaba una ofensiva ideológica en torno
a la reforma del Estado a través de la reforma constitucional. Tanto
sus votantes como la izquierda que nunca lo votaría deberían estar ya
agitándose, bamboleándose, quizá solo balanceándose, algunos a lo mejor
aporreando la mesa con los dedos, tarareando el nuevo ritmo y hasta dando algún
salto como los de Vicky el vikingo. No un cortafuegos, ni una trinchera, no una
defensa contra una ofensiva.
La música ideológica de la protección del Estado social contra el
expolio de los privilegiados está en la calle pero abandonada por la
izquierda, quizá
porque, mucho más que los ciudadanos, son los propios partidos quienes han
quedado hipnotizados por tanto mordisco apasionado, de morro a morro, mientras
chocan los trenes.
Jordi Gràcia es escritor y
ensayista.
Joan
A. Forès
Reflexions
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