Benvolguts,
El bon amic Joan m’ha fet notar que en el meu resum de
Reflexions del diumenge hi faltava un article que explica com la premsa
espanyola s’ha convertit des de fa anys en cavernícola. Me n’ha enviat un
enllaç i us el passo.
Hem de recordar que la deriva feixista (borbofranquista) de
l’Estat espanyol, siguin les dretes de sempre o els usurpadors de les esquerres
com el Pedro Sánchez del PSOE, està desbocada recentment. Per exemple La
Vanguardia havia cessat fulminantment la col·laboració del Pepe Antich (per
esquerranós?), de l’Albert Sànchez Pinyol, per un article sobre
militars, i del filòsof Xavier Antich sobre les
clavegueres de l’Estat sobre el sinistre “afinador” Fernández Díaz.
POSTED ON OCTOBER 15, 2017
Este es el artículo,
publicado en The Times, que ha causado el despido de John Carlin de El País.
Independencia de Cataluña:
la arrogancia de Madrid explica este caos
JOHN CARLIN
Los catalanes ya han llegado a su límite de aguante tras tres siglos de agravios, pero la intransigencia del gobierno español es, en última instancia, la culpable de la crisis actual.
JOHN CARLIN
Los catalanes ya han llegado a su límite de aguante tras tres siglos de agravios, pero la intransigencia del gobierno español es, en última instancia, la culpable de la crisis actual.
Poco antes de que
el rey de España se dirigiera a la nación esta semana, algunos
de sus súbditos más racionales esperaban que, tal vez, pudiera
elevarse por encima de la mezquindad de la clase política de Madrid. Pensaban
que podía ofrecer una visión generosa de cómo resolver la crisis causada ante
el creciente clamor por la independencia catalana. No hubo suerte. Al final de
su discurso de seis minutos, Felipe VI sólo había empeorado las cosas.
Rígido en su porte,
con frialdad en su tono, no construyó puentes, cavó trincheras. No
lamentó la violencia policial durante la celebración del pasado domingo de un
referéndum en Cataluña, tan perjudicial también para la imagen exterior de su
país; denunció la “irresponsabilidad” y el “desprecio” del gobierno catalán
elegido por los catalanes y amenazó con más violencia. La
“responsabilidad de los poderes legítimos del Estado”, advirtió el rey, es la
de “garantizar el orden constitucional”, forma codificada de decir que si el
gobierno catalán cumple su promesa de declarar la independencia
unilateral, se enviarán los tanques.
Hablando en nombre no de la nación, sino del
gobierno central, se
limitó a imitar cómo el ministro Mariano Rajoy ha actuado
durante estos últimos cinco años: abdicó de su responsabilidad y,
ajeno a lo que estaba haciendo, abdicó también como soberano en los
corazones de los cada vez más amargados 7.5 millones de catalanes, el 80% de
las cuales están a favor del derecho al voto sobre la independencia.
Antes del domingo,
varias encuestas indicaban que el voto secesionista en Cataluña se situaba
entre el 40 y el 50 por ciento. No cabe duda de que esos números han aumentado
desde entonces. Como dijo un amigo británico que conoce bien la política
española, minutos después del discurso del rey, “aumentó en otros diez
puntos el número de los independentistas “. Así es, agregándose. a los diez
o más que se habían sumado después de los apaleamientos de la policía del
domingo pasado.
DESPLIEGUE LENTO
HACIA EL DESASTRE
Tengo un interés más
que académico en este despliegue lento hacia el desastre. Mi madre
es española, de Madrid. Viví 15 años
en Cataluña hasta que me mudé a Londres, hace cuatro años, pero siempre he
querido regresar y solicitar un pasaporte español después del
referéndum sobre el Brexit. Me encanta España, así que estoy contra la
independencia catalana, pero nunca he amado la política española, especialmente la
peligrosa cepa autoritaria representada por la gente en el poder hoy y
compartida por gran parte de la clase política madrileña. Nunca he olvidado una
conversación que tuve hace 15 años con un hombre que sigue siendo un pilar de
ese régimen. “No soporto a los catalanes”, exclamó. “Siempre
quieren hacer un trato. ¡No tienen principios, por Dios! ¡No hay principios!”
Es el aferramiento de
Madrid a sus sagrados principios lo que nos ha llevado al peligroso desorden de
hoy. También explica lo que, para la mente anglosajona, parece ser la inexplicable
negativa del gobierno de Rajoy a tratar de resolver el problema a través de la
mediación internacional o el diálogo de cualquier tipo. “Principios”
en el contexto catalán significa la Constitución española, que no permite un
referéndum sobre la soberanía de Cataluña. Uno podría pensar que una
Constitución, siendo un documento humano, necesariamente falible, estaría abierta
al cambio a medida que las circunstancias cambiasen. No en la cuestión
catalana; no para Rajoy.
Miguel de Unamuno, célebre escritor español del siglo pasado,
lamentó lo que veía como un espíritu político nacional contaminado “por
los cuarteles y la sacristía”. Mi opinión ha sido desde hace mucho
tiempo que el hábito de pensamiento intransigente exhibido por la clase
política de España es la herencia de 500 años de absolutismo católico. El
catolicismo español era, para la
cristiandad en general, lo que el Islam
saudí es para el mundo musulmán de hoy: el más resistente a la influencia
filosófica, política, cultural o científica exteriores. No creo que sea un
accidente que no haya traducción en español, o en árabe, de la palabra inglesa
“compromise”. El concepto de “cedo
un poco y tú cedes un poco para que ambos acabemos ganando” es ajeno a la mente
política española.
Es por eso que el
imperio español perdió Cuba en 1898, y antes California y el resto de lo que
ahora es el oeste de los Estados Unidos. Es la razón principal por la
que, sobre la cuestión catalana, el gobierno de centro-derecha del Partido
Popular de Rajoy y la clase política madrileña han logrado lo contrario
de lo que pretenden: en lugar de trabajar para preservar la unidad de
España, alientan al pueblo catalán y echan combustible al camino hacia la
independencia.
POLÍTICOS DE
TERCERA CATEGORÍA
En pocas palabras, son
políticos de tercera categoría. La primera regla para la resolución inteligente
de una disputa como la del problema catalán es conocer a tu enemigo: ponerse en
sus zapatos, tratar de entender por qué piensan de la manera que lo hacen y,
luego, tratar de persuadirlos de que se acerquen a tu punto de vista, o al menos para
encontrarte en medio del camino. En La lucha por Cataluña, un nuevo libro del corresponsal del New York Times en España,
Raphael Minder, acaba con la siguiente nota: los pueblos de España no se unirán,
escribe Minder, mientras la clase política de Madrid no haga ningún esfuerzo
por “comprender los sentimientos expresados por cientos de miles de
personas en las calles de Barcelona”.
Los sentimientos
nacionalistas catalanes se remontan al menos a 300 años atrás. El 11 de septiembre de 1714, al final de la guerra de sucesión española, Barcelona cayó
tras un largo asedio ante el ejército de Felipe
V, el primer rey Borbón de España. Su homónimo actual podría haber
tenido un poco más de tacto en su discurso esta semana, y hubiera
podido recordar que esta gloriosa derrota, el Dunkerque catalán, marca hoy la
fecha de la fiesta nacional anual de Cataluña. Se trata de una conmemoración
del heroísmo suicida de los defensores de la ciudad, pero también un
recordatorio de la opresión que sufrieron bajo Felipe V, un gobernante absoluto que demolió una quinta
parte de la ciudad, cerró el parlamento catalán y las universidades y prohibió
al catalán en la administración.
Otro gobernante
absoluto de memoria más reciente, Francisco Franco, avivó las
llamas del agravio nacionalista llevando a cabo medidas asombrosamente
similares después de que asumiera el poder por la fuerza en 1939, después de la victoria de sus
fuerzas fascistas en la guerra civil española. Además de las
ejecuciones por fusilamiento de los principales políticos catalanes y de otros
tantos miles de personas, también suprimió el lenguaje local, principal emblema de la
identidad catalana. Bajo el gobierno de Franco, los padres no podían
dar a sus hijos nombres catalanes como Jordi o Josep. El generalísimo optó por considerar al catalán
como un dialecto, algo tan insultante como erróneo: el catalán es un idioma,
tanto como el español, el francés y el italiano.
Una herencia de la era franquista que sigue agitando la olla
nacionalista es el desdén por el catalán entre otros españoles. Se acompaña de una aversión por los catalanes en general,
que muchos optan por considerar como estirados y creídos, cuando la verdad es,
creo, que son simplemente tímidos. Pero el nacionalismo es un sentimiento,
un resentimiento a fuego lento hacia un vecino percibido como abusador. El
nacionalismo no es un plan. La independencia sí lo es. Lo que vemos
hoy es cómo uno ha evolucionado hacia el otro y en una escala nunca antes
vista. Muchos de los que en otro tiempo eran simplemente nacionalistas
de corazón, plenos de sentimientos, son ahora militantes activos por la
independencia.
UNA REACCIÓN
NACIONALISTA ESPAÑOLA
Los años 2006, 2010 y
2012 marcan la progresión. En 2006, el voto pro-independencia
representaba apenas el 15% de la población. Una decisión tomada ese
año dio esperanzas de que la cifra se redujera: no sólo el Parlamento catalán
de Barcelona, sino el parlamento nacional de Madrid, votaron a favor de un
nuevo estatuto que definía a Cataluña como nación y le otorgaba mayor autonomía
de la que había disfrutado desde la muerte de Franco en 1975. Esto incluía el
dotar a Cataluña de un mayor grado de independencia judicial.
Los retrasos en la
aplicación del estatuto dieron tiempo para una reacción nacionalista
española. En 2010, el Partido Popular de Rajoy, entonces en oposición,
sucumbió a la tentación que provocó la explosión del independentismo
catalán y que ha llevado a la crisis actual: buscar votos en el resto de España, haciendo
campaña contra el estatuto catalán, llevándolo al notoriamente politizado
Tribunal Constitucional, donde fue anulado. La
ley derrotó a la política, lo que fue el precedente que sigue
obstaculizando una solución del problema hoy.
En 2012, lo que
entonces era el gobierno de centro-derecha catalán, sin embargo trató de
encontrar un acercamiento a Rajoy, que se había convertido en primer ministro
el año anterior. Buscó la negociación para tratar de obtener concesiones
fiscales en la línea de las concedidas al País Vasco, cuyo gobierno tiene una
autoridad mucho mayor sobre la recaudación y distribución del dinero de los
impuestos. Pero Rajoy los rechazó. Si se suma la crisis económica y el
alto desempleo a la indignación de los catalanes comunes por el trato
despectivos que sentían que habían recibido, el resultado fue la mayor protesta
que nadie en Cataluña podría recordar. En la fiesta nacional del 11 de septiembre, un millón de
personas salieron a las calles de Barcelona.
Lo que pidieron fue
entonces un referéndum de independencia legalmente vinculante, y la
esperanza creció después de que el gobierno británico accediera
precisamente a tal cosa en Escocia, en 2014. Pero el gobierno de Rajoy no
se movió. La ley era la ley. El pragmatismo era para él una palabra griega
ininteligible. Era como si se apropiara del consejo que Franco le había dado
una vez al editor de un periódico afín: “Haz
como yo, no te involucres en política”.
Pero los catalanes
estaban, al contrario, haciendo mucha política, y en 2015 una coalición
pro-independencia, encabezada por Carles Puigdemont, llegó al poder por un
delgado margen en el parlamento catalán. Con lo cual la retórica de ambos lados
se puso más enconada, y el clima político más hostil.
El gobierno
de Rajoy y sus partidarios en los medios de comunicación han
retratado al “pelo de fregona” Puigdemont y a sus camaradas radicales como
irresponsables e infantiles, pero ha sido difícil evitar la conclusión de que,
de ser así,los políticos supuestamente adultos en Madrid han descendido al
mismo nivel.El ministro de Educación echó más leña al fuego indicando su
intención del gobierno de “españolizar” a los niños catalanes; el ministro de Relaciones
Exteriores hizo lo mismo cuando acusó al gobierno catalán de “levantamiento” y
“golpe de Estado”. Felipe
González, ex primer ministro socialista, los superó a ambos en un artículo
en El País en el que
comparó el movimiento de independencia con “la aventura alemana o italiana” de
los años treinta.
Las cosas podrían
haber sido muy diferentes, tan fáciles, empezando por que el Partido
Popular hubiera reprimido el impulso vengativo que lo llevó a anular el
estatuto de autonomía a través de los tribunales. Incluso si no
hubiera sido así, las protestas callejeras masivas dos años más tarde dieron
otra oportunidad. Si Rajoy tuviera un algo de estadista, podría haber
ido a Barcelona, discutido conciliadoramente y ofrecido diálogo al gobierno
catalán, menos militante y más flexible, que entonces estaba en el poder.
Los aplausos habrían resonado alrededor del pasillo y los radicales de
Puigdemont probablemente habrían también aplaudido.
FANÁTICOS ESPAÑOLES
Y ROMÁNTICOS CATALANES
El peligroso
enfrentamiento actual entre los fanáticos españoles y los románticos catalanes
nunca habría ocurrido si,
junto con el cambio en el fondo de la actitud, el resultado de las
conversaciones hubiera sido la concesión de un referéndum vinculante como el
que Escocia realizara hace tres años. Los catalanes dicen de sí mismos que
dos emociones compiten en sus corazones, seny y rauxa: el sentido común y la
pasión furiosa. Son, por tradición. mediterránea una antigua nación que negocia. Cuando
no están enojados, como ahora, son las personas más prácticas de la tierra. Un
referéndum celebrado hace un par de años habría producido con toda probabilidad
un “no” sustancial a la independencia de España y, como sucedió en Quebec, el
tema habría sido puesto a enfriar por lo menos durante una generación.
En cambio, lo que
tenemos ahora es el absurdo cruel del gobierno de Madrid actuando hacia los
catalanes como un marido que odia a su esposa y
la maltrata, negándose a contemplar como ella le abandona, gritando
“¡Ella es mía!”.
¿Que pasa ahora?
Puigdemont ha dicho que hará una declaración unilateral de independencia, pero
su demora en hacerlo indica un miedo completamente realista a las
represalias más violentas de Madrid, de ahí su deseo declarado de mediación a la
UE, hasta ahora rechazado. Tal declaración no significaría más que
el resultado del “referéndum” unilateral: sería más bien teatro político. Cataluña
no es una pequeña isla del Pacífico, suficiente por sí misma. Forma parte
de España y forma parte de la Unión Europea. Un Catexit duro, en una
noche, simplemente no es posible. Puigdemont está jugando un juego de alto riesgo.
El gobierno español
podría ver, sin embargo, que está jugando un juego, si lo deseara, y reaccionar
proporcionalmente: vigilar y esperar un poco, reconocer que el clamor
por la independencia catalana tiene un apoyo significativo detrás de él, y
acceder a las conversaciones. La “esposa”, en este escenario, podría
aceptar aún a algunas proposiciones. Rajoy podría hacer lo que debería
haber hecho hace cinco años y aceptar un referéndum vinculante. En el
caso de una victoria para el voto “sí”,
el orden – al menos el orden del tipo que ahora se encuentra en el Brexit de
Gran Bretaña – sería restaurado. Madrid, habiendo dado su bendición legal al
referéndum, tendría que soportar con los dientes apretados el resultado. En el
caso de una victoria del “no”, el
problema estaría resuelto.
Sin embargo, ni
hablar de eso. Tal y como están las cosas, lo más probable es que
triunfe la inquietante defensa del “orden constitucional” por “las fuerzas
estatales legítimas”. Luis de Guindos, ministro de Economía, mostró lo
inflexible que es el gobierno español cuando dijo en una entrevista televisiva,
el jueves pasado, que la independencia catalana estaba “fuera de consideración” porque era, en primer
lugar, “ilegal” y, segundo, “irracional “:” Cataluña siempre ha sido parte de
España “.
Una parte de mí
todavía se aferra a la mota de esperanza que sentí antes del discurso del rey,
que tal vez la UE vaya a intervenir y hacer entrar en razón a los líderes
españoles. Pero es más probable que lo hagan sólo después de que muelan
a palos a más catalanes, momento en el que puede ser demasiado
tarde. Una muerte a manos de la policía del rey, un mártir por la causa
catalana, y cualquier cosa podría suceder.
Rajoy llama a Puigdemont
traidor, pero si el conflicto se inclina hacia la violencia generalizada, y si
Catalunya finalmente consigue la independencia, la historia puede registrar
que el traidor más grande fue
Rajoy.
John Carlin
Joan A. Forès
Reflexions
Joan A. Forès
Reflexions
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada