Benvolguts,
Si comentem articles de Francesc de Carreras,
cal que sapiguem amb qui ens la juguem. Qui
és Francesc de Carreras i Serra?
De Viquipèdia:
Francesc de Carreras i
Serra (Barcelona,
1943) Jurista i
articulista català. És Catedràtic de Dret Constitucional en la Universitat Autònoma de Barcelona.
Fill del
destacat militant franquista Narcís de
Carreras i Guiteras. Cosí germà de Narcís Serra i Serra.
Impulsor del Foro Babel, premiat per l'Associació per la
Tolerància i impilsor del partit Ciutadans. Nacionalista espanyol.
Actiu militant antifranquista, es va unir en 1967 al Partit Socialista Unificat de
Catalunya que, dins de l'esquerra catalana, era
el més representatiu en l'època clandestina. Després del restabliment de la
democràcia, va
considerar que el PSUC derivava cap al nacionalisme en integrar-se en Iniciativa per
Catalunya i va abandonar la formació en 1986.
Va treballar com a
expert jurista per la Generalitat de Catalunya, a través del Consell Consultiu de
la Generalitat de Catalunya entre els anys 1981 i 1998, i ha col·laborat en
diaris com El
País, El Periódico de Catalunya i La
Vanguardia. En aquest últim col·labora habitualment en l'actualitat.
La seva actitud crítica cap a, segons ell, la deriva
nacionalista dels grans partits d'esquerres, tant l'antic PSUC
com el PSC,
l'ha dut a participar en diverses iniciatives cíviques i polítiques de
Catalunya. A la fi de 1996,
va intervenir activament en la constitució i el desplegament del Foro Babel
juntament amb altres intel·lectuals com Félix Pérez Romera o Miguel Riera. L'activitat del
fòrum, bàsicament articulada a través dels seus dos Manifestos (abril de 1997 i juny de 1998), articles de
diari i posicionaments públics, es va centrar a defensar el bilingüisme a Catalunya, advertir
contra la utilització política -en clau nacionalista- de la llengua i la
cultura catalana, assenyalar la complicitat dels partits d'esquerra en
l'extensió de l'hegemonia nacionalista i plantejar la necessitat d'un nou model
de ciutadania, incloent i flexible, capaç d'integrar harmònicament el català i
el castellà en l'espai públic català. Per aquest lideratge al
capdavant de Foro Babel, i en reconeixement al seu compromís cívic, Francesc de
Carreras va ser guardonat en 1998 amb el IV Premi a la Tolerància de l'Associació per la
Tolerància de Barcelona.
Amb l'entrada de Pasqual
Maragall a la Generalitat, en 2003, al capdavant d'una coalició tripartida entre PSC, ICV i ERC, la classe política catalana
es va marcar com a objectiu principal la reforma de l'Estatut d'Autonomia de Catalunya.
El gir nacionalista dels partits d'esquerra, singularment del PSC, i la
crispació generada dins i fora de Catalunya pel debat estatutari; van portar De
Carreres a unir-se a altres destacats intel·lectuals, com Arcadi
Espada, Albert Boadella, Félix Ovejero Lucas, Félix de Azúa o Ivan Tubau Comamala, en una crida a la societat
catalana en el qual van constatar l'allunyament de la classe política respecte
als problemes reals i van demanar als ciutadans la seva mobilització en la creació d'un
nou partit capaç de superar l'obsessió identitària i nacionalista en què havia
caigut la política catalana.
El Manifiesto por un
nuevo partido político en el qual van concretar aquestes idees va ser
presentat el 7
de juny de 2005
i va suposar l'inici de la plataforma -posteriorment, associació- Ciutadans de Catalunya /
Ciudadanos de Cataluña en la qual De Carreras, juntament amb Espada
i Boadella, va tenir un protagonisme determinant. Aquesta
associació, que va defensar el NO en el referèndum estatutari de 2006, fou el
germen del partit Ciutadans - Partit de la Ciutadania
que es va constituir en juliol de 2006. En les primeres eleccions a les quals aquest partit es va
presentar, les autonòmiques catalanes de novembre de 2006, Francesc de
Carreres es va integrar en un lloc simbòlic (núm. 85) de la llista de Ciutadans
de Barcelona, manifestant així el seu suport al projecte que ell havia
contribuït a impulsar. Ha estat present en diferents actes del partit,
destacant la seva participació en l'acte de rellançament del partit: "Cataluña somos
todos" de 31 d'octubre de 2009.
Avui publiquem un article, sense els nostres
comentaris, ja que és autocomentat. La tesi de l’article està molt inspirada en
l’article de Joaquim Muns que el mateix Carreras utilitza i que hem copiat més
avall. Si es llegeixen els dos articles en l’ordre que hem posat es pot copsar
millor la tesi de “La razón última de
la crisis”.
Llegim-los:
Un
nuevo horizonte
Francesc de Carreras
La Vanguardia
el 26 junio, 2013 en Derechos, Economía, Libertades, Política, Sociedad
OPINIÓN
En los últimos tiempos,
muchas de las más interesantes opiniones políticas publicadas en los periódicos
solemos encontrarlas en las páginas de economía. Las pequeñas trifulcas entre
partidos, los comentarios sobre inciertos, y tantas veces equivocados, sondeos
de opinión, así como las insustanciales declaraciones de los políticos, suelen
dar explicaciones muy pobres sobre lo que verdaderamente nos está pasando. En cambio, en las
páginas de economía a veces encontramos análisis que nos permiten ir más allá de
los hechos, entender sus causas y prever sus consecuencias. Es el
caso, por ejemplo, del artículo “La razón última de la crisis”, escrito por
Joaquim Muns y publicado en La Vanguardia del pasado 2 de junio.
Muns considera que las hipotecas
basura, la crisis de la construcción o el descontrol bancario, son las causas
inmediatas de la actual crisis, pero no su razón última, que
encontramos en un proceso anterior más profundo y trascendente. Esta razón
última tiene una doble vertiente:
·
En primer lugar, el progresivo
desplazamiento del poder económico desde los antiguos países industriales a los
nuevos países emergentes.
·
En segundo lugar, la incapacidad de las
tradicionales sociedades desarrolladas en adaptarse a este cambio
geoestratégico.
En efecto, a lo largo del
siglo XX, y especialmente a partir de 1945, los países subdesarrollados han aportado a los
países ricos materias primas y energía a precios muy bajos, lo cual
permitía a los países occidentales fabricar mercancías baratas y mantener unos
salarios razonablemente altos que facilitaban el consumo de masas y, mediante
altos impuestos a las clases trabajadoras, tanto medias como bajas, poder así financiar
el Estado de bienestar. Así pues, el tercer mundo, sumido en una
gran pobreza debido al expolio de los países ricos, suministraba materia prima
barata que el primer mundo convertía en producto industrial: EE.UU. y Europa
occidental eran, a la vez, fabricantes y consumidores.
Esta situación, dice
Muns, ha cambiado en los últimos decenios: ahora las fábricas están en los
países emergentes del Sudeste Asiático, cada vez más en Latinoamérica y, de
forma incipiente, en África. Estos países emergentes, ya industriales, son
mucho más competitivos que las antiguas potencias occidentales al tener una
reserva de trabajo más barata y, especialmente, al asimilar muy rápidamente las
tecnologías más avanzadas.
Ante esta situación, dice
Muns, los viejos países occidentales tenían dos salidas:
· disminuir el nivel de las condiciones laborales
(especialmente salarios y horas de trabajo)
· o imponer trabas proteccionistas al comercio
mundial.
Afortunadamente, hasta
ahora no han optado por ninguna de ellas, al menos de forma drástica. Pero la opción
escogida, la más cómoda para empresas y gobiernos, ha constituido el
error que está en el verdadero origen de la actual crisis: endeudarse más allá de lo que se podía,
razonablemente, devolver con comodidad. La crisis social por la que
atravesamos, con precipitados y arbitrarios recortes de gasto, tanto público
como privado, es consecuencia del muy difícil y costoso pago de esta deuda.
La solución acertada –¿la que emprendieron hace unos años Alemania y
los países nórdicos?– hubiera sido, quizás, el aumento de la competitividad y un
mejor reparto del trabajo. Parece que en eso estamos hoy en España.
Precisamente en la página contigua al artículo de Muns se publicaba otro de
Alfredo Pastor que, hablando de España, probablemente partía de un diagnóstico
parecido y llegaba a dos principales conclusiones:
· En primer lugar, Pastor sostenía que “hemos de
acostumbrarnos a ser más pobres de lo que imaginábamos que íbamos a ser porque
si durante más de una década mantuvimos un déficit frente al exterior fue,
naturalmente, porque el conjunto del país gastaba más de lo que producía y
vivía en parte de prestado”.
· Fíjense en que Pastor no dice que debamos ser más
pobres, sino “más
pobres de lo que imaginábamos que íbamos a ser”. Es decir, anuncia
que, si bien las perspectivas de crecimiento serán menores de lo esperado, hay
posibilidades de superar de forma moderada el estancamiento.
Con este fin, propone un
proyecto común basado en crear trabajos de calidad que requieran una buena formación
y permitan
ofrecer buenos salarios. Es decir, propone reorientar la política económica mediante
inversiones, ayudas públicas y un modelo educativo que logren asentar nuestra
estructura productiva sobre unos pilares distintos a los actuales.
No concreta mucho más
Pastor, pero muestra como es necesario un proyecto nuevo, un horizonte distinto, dejar de
contentarnos con el cómodo expediente que supone decir simplemente que debemos
salir de la crisis o que estamos contra los recortes. Si el problema
de fondo es el que señala Muns, y parece razonable que así sea, en España
debemos empezar a encontrar un modelo distinto de crecimiento económico para
adaptarnos a la nueva situación, así como un nuevo modelo social y hasta
cultural. Cada
vez creo más que es en esto último, en lo cultural, hoy tan abandonado, donde
está la clave del futuro.
I ara l’original:
La
razón última de la crisis
Joaquim Muns. Catedrático de OEI en la UB. Premio de Economía Rey Juan Carlos I. Fue director ejecutivo del FMI y del Banco Mundial
La Vanguardia
el 2 junio, 2013 en Derechos, Economía, Internacional, Libertades, Política, Sociedad
IDEAS Y DEBATES
En los fenómenos
políticos, sociales y económicos solemos fijarnos, para explicarlos, en las
causas inmediatas. La relación causa-efecto es uno de los postulados
fundamentales de nuestra manera de pensar. Pero más allá de esta relación y de
las causas más evidentes, suele haber unos motores más o menos lejanos, en
muchos casos confusos y difíciles de identificar, que están detrás de las
causas con las que nos contentamos para explicar lo que pasa.
Estas consideraciones son
perfectamente aplicables a la crisis que estamos viviendo desde el 2007. Se ha hablado y
escrito ampliamente sobre sus causas. Se ha responsabilizado a las llamadas
hipotecas basura de Estados Unidos, a los excesos de los sectores bancario y de
la construcción, a las deficiencias de la supervisión financiera, etcétera.
En un plano más ético, se ha aludido a la codicia exagerada y a la imprudencia
que ha acompañado el proceso gigantesco de endeudamiento que está en la base de
la crisis. En definitiva, graves errores de juicio y de actuación.
Todas estas causas y
otras que se podrían añadir dan en el clavo. La crisis ha sido bien estudiada y
ampliamente debatida, de manera que tiene pocos secretos para cualquier
analista. Pero podemos intentar ir un poco más lejos y preguntarnos por qué el
conjunto de causas que explican la crisis se ha dado cita en este preciso
momento histórico. ¿Hay alguna explicación que nos ayude a contestar a esta
pregunta? ¿Esta crisis es un accidente –grave– de la historia o responde a una
razón última, más allá de las causas que habitualmente se presentan?
La respuesta a estas
preguntas es fundamental. La crisis tiene una serie de causas inmediatas que es
conveniente conocer. Pero si no se intenta ir más al fondo, a la razón última
de los hechos, resulta imposible entender el significado de lo que pasa y
encontrar soluciones duraderas. Sólo indagando más allá de las causas inmediatas, las más
obvias, podremos valorar hacia dónde hemos de ir, como sociedad, para volver a
una situación de equilibrio y estabilidad duraderos.
La tesis de este artículo
es que la razón última de esta crisis se halla en el desplazamiento del poder
económico desde los países desarrollados a los que llamamos emergentes y a
algunos todavía en vías de desarrollo y a la incapacidad de nuestras sociedades desarrolladas de
entender las consecuencias de este cambio geoestratégico y, por tanto, de
reaccionar adecuadamente. Aludí ampliamente a este desplazamiento
del poder económico a escala mundial en mi artículo El mundo de la poscrisis
(10/II/2013).
Los países emergentes y
de una manera particular China han roto los esquemas tradicionales de la
economía internacional. En estos, los países desarrollados eran la gran fábrica
del mundo. El grueso del comercio de manufacturas se realizaba entre este grupo
de países industrializados. Los países en vías de desarrollo proporcionaban las
materias primas y gran parte de la energía. Con estos inputs, en general
baratos, y una productividad creciente fue posible ir incrementando la renta de
los países desarrollados y con ello el nivel de vida de Occidente. Este esquema
fue válido durante muchos años y contribuyó de manera decisiva a la
reconstrucción de las potencias industriales en la posguerra.
Desde los años ochenta del siglo XX,
este esquema ha cambiado radicalmente. Los países que llamamos emergentes, con
China a la cabeza, han pasado a ser la nueva fábrica del mundo. Sus vastas
reservas de mano de obra, que percibe salarios mucho más bajos que los de
Occidente, y su gran capacidad de asimilar las tecnologías de los países
industriales, los han convertido en un amplio grupo de sectores, en más
competitivos que los países desarrollados.
Esta nueva fábrica
mundial, competitiva y dinámica, ha supuesto un reto de una enorme magnitud
para los países desarrollados e industrializados. El hecho más significativo es
que la vieja fábrica ha perdido competitividad respecto a la nueva, a la de los
países emergentes. Los capitales se han dirigido hacia esta nueva meca del
desarrollo. Lo mismo ha ocurrido con los puestos de trabajo, que se han
desplazado en la misma dirección, especialmente por lo que se refiere a las
ocupaciones que han sido el pilar de las clases medias. En este contexto, los
países desarrollados han perdido cuotas de mercado y el comercio entre los países emergentes está en
clara expansión.
El paro y la pérdida de
expectativas laborales ocasionados por este trasvase de poder económico han
hecho mella especialmente en las clases medias de los países desarrollados, que
constituyen su columna vertebral económica y social. Esta pérdida de competitividad con los países
emergentes sólo se hubiera podido contrarrestar bajando costes, entre ellos los
salariales, y trabajando más horas. Es decir, con las mismas armas
de los países emergentes. Pero sabemos muy bien que este camino es imposible de
transitar en nuestras sociedades avanzadas.
Teóricamente otra opción
hubiera sido posible ante este cambio geoestratégico: el proteccionismo. Pero
se consideró, acertadamente, que la nueva fábrica que estaba apareciendo
ofrecía muchas posibilidades de comercio y expansión económica. En definitiva,
se iba a crear un mercado mucho más amplio capaz de beneficiar a todos. Pero
con ser correcto, este enfoque no solucionaba a corto plazo el problema de la
pérdida de empleos y de nivel de vida, especialmente –como he señalado antes–
de las clases medias del mundo occidental.
O el aumento del nivel de vida alcanzado
en la posguerra se frenaba o tenía que encontrarse un mecanismo que, a pesar de
la competitividad perdida frente al mundo emergente, permitiera mantener la
demanda, continuar con la expansión y permitir que los aumentos del nivel de
vida no se interrumpieran. Este mecanismo fue relativamente simple, pero al
mismo tiempo letal: cantidades de crédito y de endeudamiento más allá de
cualquier proporción razonable.
De acuerdo con esta
interpretación, el boom que precede y aboca a la crisis no es más que el
montaje económico-financiero, sustentado por el crédito y el endeudamiento de
una sociedad, la desarrollada, que ni ha sabido comprender el reto de los
países emergentes, de la nueva fábrica, ni ha sabido responder a él de la única
manera eficaz, es decir, haciendo un gran esfuerzo para aumentar la
competitividad y para aceptar un incremento más moderado del nivel de vida.
Esta falta de visión y de adaptación a
una realidad cambiante, con todos los perjuicios a corto plazo que pueda
causarnos, es la razón última de la crisis que vivimos. En este contexto, los recortes y en general el
adelgazamiento de las economías occidentales no es otra cosa que el
reconocimiento del grave error de no haber sabido crear un marco adecuado para
competir con la nueva fábrica y de haber hinchado con el endeudamiento una
demanda que a todos complacía y que nos liberaba del yugo de una dura
adaptación que no quisimos contemplar, y que ahora la realidad, siempre
implacable, nos impone.
Joan
A. Forès
Reflexions
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