Benvolguts,
Recupero aquest article de Francesc-Marc
Álvaro a La Vanguardia publicat el 4 de juliol passat. Analitza el procés
mental del Dyango quan va dir a Intereconomia: “Me
siento más catalán que español ahora mismo”.
En Dyango sabia que mai més no tornaria a cantar a les
Espanyes, però ho va fer! Es la Sortida de l’Armari!
I a l’endemà de l’episodi d’Intereconomia es va fer
fotografiar a Montjuic, amb vista a la Plaça d’Espanya, onejant una gran
estelada! Si no vols caldo, tres tasses!
I és el que en Francesc-Marc Álvaro diu que
des de fa temps, denomina “la desconnexió”.
I és el que denomina també amb una frase volgudament
ambígua: Un estado del espíritu, un
estado propio.
Hi ha una frase
interessant: El
soberanismo inesperado de Dyango ilustra lo que está pasando entre las clases
medias y sectores populares de aquí, incluido el pequeño y mediano empresariado.
Aquesta frase lliga amb les que hem estat dient aquests darrers dies:
Els espanyols se senten amb manca d’il·lusió, amb manca d’orgull de pertinença, amb manca de
seducció dels poders que els haurien de seduir, amb manca de projecte! I els
catalans ens sentim engrescats en un projecte que ens apassiona i que agrupa
cada cop més gent de la societat civil, com en Dyango!
De Vicens Vives a Dyango
Francesc-Marc Álvaro a La Vanguardia
OPINIÓN
El colega Iu Forn, con su
agudeza habitual, me ha robado el título que yo quería para este papel a
propósito del caso del cantante melódico que ha asumido la bandera soberanista:
“Dyango, un heroi per accident”. En su artículo en el Ara, el amigo
Forn destaca la naturalidad con que, hace unos días, el artista respondió
–siempre muy educadamente– a los tertulianos de una cadena televisiva española
que se escandalizaron y enfadaron porque se había sumado al Concert per la llibertat, donde
fue recibido y aplaudido con especial afecto. Las respuestas del ciudadano
Josep Gómez i Romero –conocido en los escenarios como Dyango– constituyen una
de las mejores explicaciones de lo que siente y piensa hoy mucha gente en este
país, y tienen la enorme virtud de la claridad, la sencillez y la autenticidad.
Harían bien algunos que opinan sobre Catalunya desde lejos en escuchar este
testimonio. Quizás empezarían a comprender algo.
El soberanismo inesperado
de Dyango ilustra lo que está pasando entre las clases medias y sectores
populares de aquí, incluido el pequeño y mediano empresariado, el que quiere
que la patronal Foment del Treball se hubiera sumado al Pacte Nacional pel Dret
a Decidir en vez de juntarse con el PP, el PSC y Ciudadanos. El paso
de Dyango no es una anécdota. Que un cantante muy alejado de la tradición y la
estética del arte comprometido y la protesta no tenga miedo de decir
públicamente “me
siento más catalán que español ahora mismo” indica que el cambio de
mentalidad que se ha dado es más profundo y de más alcance de lo que parece. Es
lo que, desde hace tiempo, denomino “la desconexión”. Si yo fuera un político o un periodista allende
el Ebro, intentaría averiguar las causas reales de este fenómeno.
“Los artistas, ya se sabe, son de la rauxa”, dirá alguien para liquidar la
cuestión. Me gustaría recordar que casi todos los cantantes y actores que tomaron
parte en el Concert per la llibertat –incluido Dyango– también son lo que hoy
se denomina emprendedores. A menudo, arriesgan su dinero (a veces todo su
patrimonio) para sacar adelante sus proyectos, y dependen del mercado de una
manera tan o más descarnada que un fabricante de grifos o un hotelero,
castigados además por un IVA cultural abusivo dictado desde Madrid. ¿Y si fuera
el seny empresarial y la
previsora mentalidad del botiguer
lo que –digamos– pesa más a la hora de decir “basta” en personas que, como
Dyango, nunca antes se habían expresado en estos términos? Piénsenlo. Esta es
una revuelta de gente ahorradora que vive de su esfuerzo, y por eso siente
tanto asco ante Millet como ante Bárcenas.
No está de más recordar
que el catalanismo es un movimiento construido por poetas e industriales a
caballo de los siglos XIX y XX, cansados unos y otros de un Estado rancio que
ellos querían regenerar y abrir a Europa, en beneficio del reconocimiento de la
nación catalana, del bienestar de todos los españoles, de los negocios y de la
modernización general. El catalanismo supo aunar los intereses y los
valores de clases antagónicas, unidas todas circunstancialmente contra una oligarquía miope,
sustentada en el caciquismo, el palo y el centralismo. La fuerza del
catalanismo como movimiento de masas que articula el país proviene de esta suma
y pluralismo interno. Y todavía perdura.
Jaume Vicens Vives define el catalanismo, en el
libro Industrials i polítics del segle
XIX, como “la culminación de un estado del espíritu que arranca de la crisis del
Antiguo Régimen en 1808 y tiene como eje de marcha la línea del moderantismo y
como alas desbordantes de un lado el tradicionalismo foralista y del otro el
radicalismo liberal”. La Diada
del año pasado, el Concert per la
llibertat, los debates en Foment o la adopción del proyecto soberanista por parte de Dyango y
miles de ciudadanos expresan la culminación de un nuevo estado del
espíritu –para decirlo con el lenguaje de Vicens– que representa el fin del
catalanismo político y la consolidación del soberanismo social. Pero el
eminente historiador nos advierte que “un estado del espíritu no es un dogma ni
una doctrina”, lo cual nos recuerda que el malestar, si no encuentra relato, se
acaba desbravando. Doctrina, como bien subraya Vicens Vives, el catalanismo “no
la tuvo hasta la generación de 1901”. La nueva doctrina del Estado propio fue
propulsada por la sentencia del TC sobre el Estatut, el momento en que la
transición española en Catalunya se nos deshizo entre las manos como papel
apolillado. Podríamos hablar de la generación del 2010. El català emprenyat
se está transformando en otra cosa, una multitud de Dyangos que dicen: “Hay que
aprovechar la ocasión”.
Ahora es como si escuchara la pregunta que Juliana
le hacía el otro día a Graupera por Twitter: ¿Y qué pasa con Maquiavelo? Busco
pistas en el Vicens de Notícia de Catalunya. Vayamos al Minotauro, que es el
poder, según el historiador gerundense. Los catalanes, dice el sabio, no
estamos familiarizados con el poder y de ahí todos los males. Todo eso de las
derrotas. Es cierto, pero también lo es que ha llovido mucho desde 1953. Dyango
–que tenía 13 años cuando Vicens teorizaba sobre las debilidades colectivas–
ahora es “sincero y real” como los catalanistas de 1892. No es el único. Un estado del
espíritu, un estado propio.
Joan
A. Forès
Reflexions
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