Benvolguts,
Joan Tàpia
Es posible
despujolizar CDC?
La semana pasada vivimos en Cataluña un episodio
que revela que la sombra de Jordi Pujol, el fundador de CDC, es más alargada de
lo que imaginaban algunos cachorros de su partido. El martes, Pujol –casi
“eterno” presidente de la Generalitat y Padre de la Patria durante muchos años–
sufrió la pena de “paseíllo” al tener que declarar en la Ciutat de la Justicia
ante una juez de Barcelona que instruye uno de los casos en los que la familia
está involucrada. Y ERC, que está
apoyando al Gobierno Mas desde 2012 y que va a permitir que la legislatura
catalana continúe al apoyar los presupuestos del 2015, votó –tras haberse
opuesto en hasta cuatro ocasiones– a favor de la comparecencia de Artur Mas en
la comisión de investigación parlamentaria sobre Jordi Pujol.
ERC justificó su cambio de criterio diciendo que
hasta el momento votaba en contra porque esperaba que Artur Mas compareciera a
petición propia en la Comisión de Asuntos Institucionales. Es muy posible que
el cambio obedezca también a nuevas revelaciones en el sumario de las ITV sobre
Oriol Pujol Ferrusola, el hijo del expresidente que fue secretario general de
CDC (aunque delegó funciones tras su imputación) hasta pocos días antes de la
confesión de su padre, en las que de alguna forma aparecía Mas.
Hasta aquí nada inesperado. Lo novedoso es que el
voto de ERC a favor de la comparecencia de Mas –algo lógico en una comisión que
ha citado hasta a José María Aznar y Felipe González– desencadenó la
indignación y la cólera del Govern de la Generalitat. El conseller Homs acusó
inmediatamente a ERC de ir contra las elecciones plebiscitarias –previstas,
pero no convocadas, para una fecha tan inminente como el 27 de setiembre– al
“distraer” al personal con otros asuntos. Y al día siguiente el conseller Santi
Vila –quizás el más moderado del Govern y que mantiene buenas relaciones con la
ministra Pastor– sorprendió todavía más ya que, pese a las críticas recibidas
por Homs- insistió en la deslealtad de ERC. Sorprendente.
La irritación de los más próximos a Artur Mas con
ERC y oriol Junqueras por obligar al 'president' a comparecer en la comisión de
investigación sobre Jordi Pujol es una muestra de las dificultades para
'refundar' CDC
¿Cree el Govern que un partido diferente que le
apoya (pero con cuyo líder han pactado darle el título de líder de la
oposición) es desleal si vota que comparezca, en la comisión de investigación
sobre Pujol, su antiguo consejero de Obras Públicas, luego de Economía y más
tarde jefe de Gobierno, que fue nombrado sucesor por el mismo Pujol y que ha
tenido en la secretaría general del partido hasta hace poco al hijo del
president? No, no lo pueden creer pero
reaccionan así porque el mando de Jordi Pujol fue tan fuerte que la vinculación
Pujol-Mas se ha convertido en una seria amenaza para el proyecto de
refundación. Ya el alcalde de Barcelona, Xavier Trias, dijo dos días después de
la confesión que lo que Jordi Pujol tenía que hacer era desaparecer. Y quizás
la sombra de la Comisión Pujol es una de las razones por las que CDC quería el
adelanto electoral y la lista única con ERC y las entidades independentistas.
Con adelanto electoral y lista única, la Comisión Pujol ya estaría enterrada. Y
bien enterrada. No ha sido así, y ahora se irritan cuando Oriol Junqueras, que
no ha supeditado su partido a la estrategia de Artur Mas, deja claro que CDC es
CDC y ERC es ERC.
En el reciente libro La gran vergüenza. Ascenso y
caída del mito de Jordi Pujol su autor, Lluís Bassets, cita un escrito suyo de
1998 en el que describe el pujolismo: “Un fenómeno de personalización del
poder, una patrimonialización de la institución (la Generalitat) por parte de
un partido (CDC), incluso en detrimento de su socio de coalición (Unió) e
incluso una identificación de Cataluña con su presidente. El pujolismo sin
ninguna duda se ha revelado así como un sistema de trabajo, una forma de
instalación en el poder, una ideología pragmática y tacticista y al final un
estilo personal multiforme capaz de imponerse a la coalición, al partido, a la
institución y hasta al mismo país”. Claro ante un fenómeno tan fuerte los
intentos de la nueva y joven dirección convergente (Josep Rull, Meritxell
Borràs, la alcaldesa de San Cugat Mercà Conesa o Jordi Sánchez) de refundar son
obligatoriamente difíciles. Un día Rull dice que la nueva CDC se tiene que
caracterizar por la “tolerancia cero con la corrupción” y a la semana siguiente
los consejeros Homs y Vila se lanzan contra ERC por algo tan elemental como
pedir que uno de los políticos más ligados a Pujol comparezca en la comisión de
investigación.
Y después está la ideología. Pujol era un
nacionalista enrage (creo que en su fuero íntimo siempre soñó con la
independencia), pero era también un pragmático genial. Tras su éxito en las
elecciones de 1980 logró aunar en su partido desde antiguos alcaldes de Franco
(no franquistas, pero sí acomodaticios) hasta jóvenes independentistas tan
radicales como Miquel Sellares. Y se trabajó ser nombrado “Español del Año” por
el ABC de Luís María Ansón mientras gente muy próxima llevaba pancartas de
Freedom for Catalonia ya cuando los JJOO del 92. Pujol pudo ser el líder del
catalanismo porque tenía una personalidad poliédrica –capaz de sintonizar al
mismo tiempo con el alcalde Porcioles y con Antoni Gutiérrez Díaz, el líder del
clandestino PSUC– y era un gran pragmático. En un momento dado pensaron –él y
Miquel Roca– en convertir CDC en el PNC (Partit Nacionalista de Cataluña).
Abandonaron. Convergència era un nombre menos comprometido y más abierto, más
atrapa-todo.
CDC, al convertirse al independentismo, ha perdido
su seña de identidad –el pragmatismo- frente a ERC, que tiene más tradición
soberanista y carece de todo compromiso con los 23 años de ‘pujolismo’
Y Artur Mas –pese a ser un líder preparado,
trabajador y racionalista– carece de la intuición y la personalidad camaleónica
de Pujol. Y ha convertido un partido atrapa-todo, que predicaba el nacionalismo
pero no quería las siglas PNC, en un partido ideológico que compite por ver
quién es más independentista con ERC.
La transformación de un partido amplio, con
corrientes, grupos y personalidades (estas bien sujetas, eso sí) en un partido
ideológico y con un único líder no le ha sentado bien a CDC. Por eso, Mas no
consiguió nunca el 46% de los votos y la mayoría absoluta que lograba Pujol y
por eso cayó de 62 a 50 diputados en el 2012, tras la identificación de Mas con
la manifestación independentista del 2012.
Y ahora la confesión del máximo líder y las
“radiaciones Pujol”, como definía ayer Jordi Amat en La Vanguardia el rebote
actual de la bomba nuclear de julio (la confesión del líder), hacen la vida muy
difícil a un Gobierno en minoría y a unos jóvenes cuadros del partido que
empiezan a experimentar que refundar un partido es un verbo más fácil de
enunciar que de llevar a la práctica. Y la competencia de ERC –de más
tradición, más independentista y nunca pujolizada– es dura de soportar.
Pero en España hacen mal en creer que el
independentismo ha perdido la batalla. No es así. El independentismo ha topado
con sus límites y sus divisiones. Mas propone cosas que suenan un poco
estrambóticas, como abrir 45 nuevas embajadas (para parecer más fiero que
Junqueras), pero tiene un proyecto y enfrente no tiene nada. El Gobierno Rajoy
sólo propone continuidad, lo que choca frontalmente con el deseo de Cataluña de
un mayor autogobierno. Y la propuesta de reforma federal del PSOE –que podría
abrir una vía de diálogo– no tiene ni credibilidad ni operatividad mientras los
socialistas sigan en la oposición.
CDC tiene serios problemas. Su socio de Unió,
Durán Lleida, está crecientemente incómodo. Y la división con ERC puede
agudizarse. Pero si España no hace sus deberes, que consisten en entender lo
que quiere el 16% de su población, el 18,5% de su PIB y el 25% de la exportación…
las cosas no irán bien. Aunque a Artur Mas le vayan regular o mal.
Joan A. Forès
Reflexions
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