Benvolguts,
Correm-hi tots que quatre no poden!
Cada cop més ràpidament els partits espanyols
estan començant a llençar llast, per tal de trobar una solució, a partir de la conllevancia
d’Ortega y Gasset, al que ells anomenen problema catalan, i que estan començant
a adonar-se que més aviat és el problema español...
I per què corren? I per què parlen de cambio de régimen?
Doncs perquè veuen que Catalunya s’està separant
acceleradament (expliquen que un dia que tot Europa, excepte Anglaterra, estava
emboirat, un anglès va exclamar “Europa ha quedat aïllada...”).
I aquest és el seu neguit. Si Catalunya se
separa, qui quedarà aïllat? Catalunya o el que quedi d’Espanya? Temen que el
que quedi d’España (s’hauran de buscar un nom), s’enfonsarà, ja que han viscut des
de fa molts anys de la subvenció catalana i de la subvenció de la UE (la sopa
boba) però no s’han
espavilat com succeeix en la faula dels tres porquets o en la de la
cigala i la formiga o en la del corb i la guineu:
·
Dels 3 porquets n’hi havia un de
previsor que es va construir una casa resistent per si un dia venia el llop i dos
més que eren baliga-balagues i que no s’havien preocupat de construir-se cap casa
resistent. Fins que va venir el llop i se’ls va cruspir.
·
La cigala es va passar l’estiu
cantant mentre la formiga anava laboriosament portant menjar cap al cau i quan
va arribar l’hivern la cigala va haver de demanar menjar a la formiga.
·
El corb que havia robat un tros de
carn del pagès s’estava dalt d’un arbre amb la vianda a la boca i una guineu a
sota, que hauria volgut l’aliment no hi podia arribar, fins que va usar l’enginy
i va començar a lloar el corb dient-li que era l’animal més formós de tots
excepte que no sabia cantar. El corb va intentar cantar i la guineu se’n va
endur la vianda.
I si veuen que es queden penjats, deuen haver
analitzat que no podran continuar xuclant de la mamella catalana i per tant se’n
preocupen, massa
tard, però fan plans per modificar la consti, per canviar el règim o per fer que
Catalunya es repensi. I no s’adonen que ja han fet tard! Aquest
article ho explica molt inteligentment i molt didàcticament...
·
Explica la incomoditat de l’esquerra
espanyola i catalana en el seu “seguidisme” de la catalanofòbia fomentada per
la dreta
·
Es dol del café para todos
·
Es dol de la Consti i la “indisoluble” unidad de la Patria
·
Es dol de l’augment exponencial de
la burocracia i el caciquisme amb les 17 autonomies
·
S’adona que les comunitats més
riques inclouen les tres comunitats de la Nació Catalana. I parla de l’espoli,
del Madrid ens roba, etc
·
Es dol que les esquerres secundin
les dretes amb la pretesa insolidaritat catalana
·
Parla dels greuges en
infraestructures i espoli de Catalunya
·
Parla de com els successius Gobiernos
espanyols no mantenen els pactes
·
Parla de que els problemes de
Catalunya no són només econòmics
·
Parla del TC
·
Parla que a Catalunya fins i tot
els castellanoparlants estan tant emprenyats com els catalanoparlants (cosa
molt normal)
·
Parla de l’error de les esquerres
espanyoles d’atribuir tots els mals de Catalunya a les dretes i que es queixen
de les esquerres catalanes estan traint la lluita de classes
·
Parla de que una carencia de la
izquierda catalana –al menos de la que ha sido y es sensible a las
aspiraciones catalanistas— ha sido no haber hecho ningún intento serio de explicar a
la izquierda española esta visión de la historia, ni la estimación de que el
pluralismo nacional, cultural y lingüístico de España es una riqueza y no una
debilidad, etc
·
I parla de
que un gran error de los demócratas españoles ha sido no comprender (o no ser capaz de
afrontar) que la catalanofobia es y ha sido desde hace más de un siglo un arma poderosa en
manos de la derecha para combatir no sólo los derechos de Cataluña, sino los de
todos los españoles.
·
I finalment
explica que lo único que las izquierdas catalanas deberían
pedir a las izquierdas españolas es el reconocimiento del derecho de Cataluña a
decidir su relación con España.
¿Cataluña? ¿España? Por un
proceso constituyente para un cambio de régimen
Joaquim Sempere en SinPermiso
el 10 octubre, 2013
OPINIÓN
1. La animosidad o animadversión entre Cataluña y
España es un fenómeno antiguo, viejo no de años ni decenios, sino de siglos.
Antes de la guerra civil de 1936-1939 este secular desencuentro hizo exclamar a
Ortega y Gasset que la única relación posible era la “conllevancia”. La derecha ha
explotado este desencuentro con gran eficacia como elemento de cohesión social
de la población española fuera de Cataluña. La guerra civil se
justificó, entre otras motivaciones, como un remedio al “separatismo” catalán y vasco en defensa de la
unidad de España. La izquierda española ha participado ampliamente de este
sentimiento, con cierta incomodidad pero no por ello con menos pasión.
En general, puede decirse que la catalanofobia de la izquierda española quedaba
moderada o frenada por la inclinación democrática (que la derecha española no
ha tenido, salvo raras excepciones) y, en el caso de los comunistas, por la formación
leninista en materia de nacionalidades. Un fenómeno tan antiguo no
se resuelve fácilmente.
2. La conquista de las libertades políticas tras
la muerte de Franco supuso un gran paso adelante en los derechos nacionales de
Cataluña con el restablecimiento de la Generalitat (hecho atípico: fue la única
institución republicana recuperada) y la aprobación del estatuto de autonomía,
como parte del nuevo orden constitucional. Un parlamento democrático y un
gobierno propios, la (co)oficialidad del catalán, la prioridad del catalán en
la escuela y en los medios públicos de comunicación, abrían una etapa nueva, una
continuación mejorada del estatuto de autonomía republicano de 1932. Durante
los primeros años la opinión sensible a la cuestión vivió una etapa de
satisfacción ante estas novedades, pese a las limitaciones de la nueva
ordenación institucional. La Constitución española de 1978 –que en este punto recogió
al pie de la letra la imposición de los militares— declara “indisoluble” la
unidad de España encomendando al ejército la garantía de la misma, excluyendo,
por tanto, el derecho de autodeterminación de las comunidades autónomas y toda
veleidad independentista. La autonomía catalana se diluía en una
estructura de 17 autonomías (el “café para todos”) como expediente para hacer
aceptable en el resto de España la autonomía de Cataluña, lo cual reforzaba la
negación constitucional de todo carácter nacional –y potencialmente soberano—
de la sociedad catalana: para la Constitución el único sujeto de soberanía es el
“pueblo español” indiviso.
3. Pese a estas limitaciones, nunca desde 1714
Cataluña había gozado de tanta capacidad de autogobierno. Los demócratas españoles, que habían aceptado y
a veces activamente defendido las aspiraciones colectivas de Cataluña,
consideraron que “el problema catalán” ya estaba definitivamente resuelto.
Por esto cuando surgieron nuevas reivindicaciones al respecto su reacción
espontánea fue decirse: “Pero, ¿qué más quieren?”. La simpatía
–históricamente anómala— que la democracia española sintió durante los años
finales de la dictadura e iniciales del régimen de libertades (recordemos que
Raimon era entusiásticamente aplaudido al cantar cantos de libertad en catalán
en un campus universitario madrileño, poco antes de la muerte del dictador),
esa simpatía se disipó en pocos años. El desencuentro tradicional se instaló de
nuevo entre Cataluña y España. La izquierda no hizo nada para remediarlo, ni siquiera para
discutirlo. En esos años la formación de Izquierda Unida como
proyecto neocomunista se salda con la ruptura de la formación catalana
homóloga, que toma incluso un nombre distinto, Iniciativa per Catalunya (no
sólo para diferenciarse desde el punto de vista nacional, sino también para
señalar un giro hacia la derecha). La disidencia que en Cataluña funda Esquerra
Unida i Alternativa, para recuperar el vínculo con IU, queda en minoría.
4. El “Estado de las Autonomías”, de las 17 autonomías, reveló
pronto su artificialidad, multiplicando la burocracia y una clase política
superflua e hipertrofiada, con sus efectos de neocaciquismo.
Contribuyó pronto a exacerbar las querellas distributivas entre
Comunidades Autónomas. Un aspecto positivo de la nueva estructura territorial
fue la creación de mecanismos de compensación entre territorios más ricos y más
pobres. Pero incluso lo positivo de la solución se torció. Por un lado, nacía
con una anomalía: el País Vasco y Navarra –con su “concierto”— quedaban fuera
del régimen común, gozaban del privilegio de su propia agencia tributaria y
quedaban fuera del esquema de la solidaridad entre regiones. Por otro lado, las
regiones más ricas (es decir, con mayor PIB regional por habitante) quedaban
sometidas a una presión
transferencial muy fuerte. Las regiones más ricas eran Baleares, Madrid, Cataluña y
Valencia. En Cataluña esto se podía interpretarse –y se interpretó— en clave
nacional. Empezó a circular la frase “Madrid nos roba” y a hablarse de “expolio”.
Esto no estaba justificado, porque el problema era semejante en las cuatro
comunidades más ricas arriba citadas. Pero quien aireó el problema fue una vez
más Cataluña, y luego se le sumaron las demás comunidades. La respuesta
“centralista” era previsible: “Cataluña es insolidaria” (con el frecuente añadido
del estereotipo sobre el catalán codicioso y pesetero).
5. En los años 90 la ciudadanía catalana de a pie
empezó a manifestar malestar por síntomas de lo que se podía interpretar,
efectivamente, como un expolio y como un trato discriminatorio:
· En
Cataluña hay muchísimas más autopistas de peaje que en el resto de España:
· Los
trenes de cercanías del área metropolitana de Barcelona estuvieron durante años
sufriendo constantes averías por falta de inversiones.
· La
dotación por alumno en las escuelas y universidades públicas de Cataluña era
menor que la de otras comunidades autónomas.
La lista se podría
prolongar. Cuando ganaron las elecciones autonómicas catalanas
las izquierdas y formaron el primer gobierno tripartito presidido por Pasqual
Maragall, el estado de ánimo de la calle estaba maduro para que se planteara
una revisión del estatuto vigente desde 1980 y para revisar los flujos solidarios entre
comunidades. Curiosamente se puso de manifiesto que los gobiernos
pujolistas se habían mostrado muy dispuestos a aceptar unos balances muy
desfavorables para las arcas catalanas; y fueron gobiernos de izquierdas los
que reclamaron insistentemente claridad sobre las “balanzas fiscales” interterritoriales, que
nadie en los sucesivos gobiernos españoles, tanto del PSOE como del PP, parecía
querer desvelar. El resultado de esa insistencia fue aceptar que el nivel de
transferencias a las comunidades más pobres había sido exagerado, del orden del
7% u 8% del PIB
regional de las regiones más ricas, mientras que lo habitual en estados
federales (como Canadá o Alemania) era del 4% aproximadamente. El
interminable debate sobre las balanzas fiscales –que alimentó tanto en Cataluña
como en el resto de España los recelos mutuos— acabó con un acuerdo con el
gobierno Rodríguez Zapatero para equilibrar las transferencias y evitar un cambio de la
ordinalidad entre comunidades en sus ingresos por habitante. Se
entiende por cambio de ordinalidad que unas comunidades que antes de las
transferencias eran las primeras en renta disponible por habitante pasaran a
puestos más bajos en la ordenación una vez efectuadas esas transferencias. Pero
el acuerdo con el gobierno socialista quedó frustrado cuando el gobierno Rajoy
que ganó las elecciones de noviembre de 2011 invocó la crisis de la deuda para no transferir
a Cataluña la cuantía resultante de las nuevas normas distributivas pactadas.
6. El hecho de que no se haya acordado un
procedimiento más o menos automático de transferencias tiene un efecto
distorsionador muy grande en el clima social. Este hecho hace que las transferencias estén
sujetas a la discrecionalidad del gobierno de turno y convierte el reparto de
recursos en una ocasión de discusión y regateo entre gobierno central y
gobiernos autonómicos. Cuando a esto se añade la diferencia
nacional, como en el caso de Cataluña, el debate interminable está servido, y
contribuye a enrarecer aun más el clima de convivencia, y no sólo entre gobiernos
sino también en el seno de la ciudadanía.
7. Fuera de Cataluña se suele interpretar el
malestar catalán como algo meramente económico. Y hay mucho más: una sensación de
ser ignorados, ninguneados y despreciados por una parte nada insignificante de
los opinadores del
resto de España, y de ser objeto de falta de respeto por las instituciones del
Estado español y de otras comunidades. Los numerosos conflictos con
el Tribunal
Constitucional han sido cruciales, en particular la sentencia (como
resultado de un recurso interpuesto por el PP, avalado por una recogida masiva
de firmas de la ciudadanía) contra varios puntos substanciales del Estatuto
promovido por el gobierno Maragall. La suma de los agravios económicos con
estos agravios políticos y morales ha desembocado en un clima de animadversión contra “España”
que ha alcanzado niveles nunca vistos. En las encuestas la simpatía
por el independentismo, que normalmente oscilaba en torno al 15% de
los encuestados, ha superado el 50% últimamente. Esto no puede achacarse a la
propaganda política. Fenómenos como la Assemblea Nacional Catalana, promotora
de las manifestaciones del 11 de septiembre de 2012 y 2013, no se explican sin
una amplia difusión de malestar, incluso entre castellanoparlantes.
8. ¿Qué responsabilidades se pueden atribuir a las
izquierdas españolas y catalanas en todo este proceso? Las izquierdas españolas
nunca han aceptado –salvo franjas minoritarias— el derecho de las “comunidades
políticas” a autodeterminarse, a decidir sobre su vinculación a otras
comunidades.
· Por eso las izquierdas españolas han
interpretado siempre las aspiraciones “nacionales” catalanas como un vicio
burgués, como una maniobra de la burguesía catalana para lograr la hegemonía
sobre el conjunto de la sociedad catalana: para “llevar al huerto” a los
trabajadores. Y por eso han entendido la asunción de las
izquierdas catalanas de las aspiraciones nacionales como un error o desviación, cuando no una traición a
la lucha de clases.
· Por su
parte, las izquierdas catalanas, cuando han asumido esas aspiraciones lo han
hecho con una cierta incomodidad. Y no sin razón, porque es cierto que el
nacionalismo ha sido muchas veces ese instrumento de las clases dominantes para
desdibujar las líneas divisorias de la lucha social. Pero esto no quita que naciones, haberlas haylas. Y
no son eternas: Cataluña podía haber desaparecido como comunidad nacional del
Estado español como ocurrió en la Cataluña francesa (cuya
identidad colectiva “nacional” quedó sumergida por un ideal colectivo más
potente y atractivo: la revolución de 1789 y la ulterior historia republicana
de Francia); pero
su pertenencia a España no sólo no le dio ninguna ventaja, sino que además la
sujetó a una dinámica retrógrada. El desafecto de Cataluña es
también un fruto del fracaso histórico de España para construir una nación (o,
si se quiere, una “nación de naciones”) moderna, democrática y atractiva.
9. Una carencia de la izquierda catalana –al menos de
la que ha sido y es sensible a las aspiraciones catalanistas— ha sido no haber
hecho ningún intento serio de explicar a la izquierda española esta visión de
la historia, ni la estimación de que el pluralismo nacional, cultural y
lingüístico de España es una riqueza y no una debilidad, etc. En
consecuencia, no se ha podido construir ningún proyecto viable y atractivo para
todos los pueblos de España. Esto supone una desgracia, porque finalmente la
lucha de las izquierdas es una lucha internacional por la justicia, que
requiere la unidad y la hermandad de todos los pueblos, pertenezcan o no a un
mismo Estado. La
hipotética independencia de Cataluña respecto de España no eliminaría este
ideal de fraternidad. El independentismo catalán no acabaría con el
deber sagrado de solidaridad entre todos los trabajadores, también por encima
de las fronteras, de modo que no deben confundirse las cosas. Lo que debe
entenderse es que la clase social no es el único terreno de agregación y
cohesión social: la nación también lo es. Y merece respeto. En un
Estado plurinacional como el español esto debería ser hoy una evidencia y un
punto de partida para todos los defensores de la justicia, la democracia y el
progreso social.
10. Un gran error de los demócratas españoles ha sido
no comprender (o no ser capaz de afrontar) que la catalanofobia es y ha sido desde hace más de
un siglo un arma poderosa en manos de la derecha para combatir no
sólo los derechos de Cataluña, sino los de todos los españoles. Ya he aludido
al papel que Franco le dio para consolidar el bloque antirrepublicano. La
Segunda República, por otra parte, fue un marco óptimo para los derechos
colectivos de Cataluña. Todo indica que esos derechos colectivos han estado y
están íntimamente ligados a las libertades españolas. Cuando el Tribunal Constitucional eliminó
varios artículos del Estatuto de Cataluña de 1996 los demócratas españoles debían haberse sentido tan agredidos en sus
derechos como se sintieron muchos ciudadanos de Cataluña. Sin
embargo, en los medios de comunicación españoles no se oyeron apenas voces en
este sentido. El TC invalidó un texto constitucional aprobado por el Parlamento
catalán y por un referéndum popular en Cataluña, pero también por las Cortes españolas. Fue una agresión a
la soberanía del “pueblo español” expresada en las Cortes. ¿Por qué no hubo
reacción a ese atropello?
11. El episodio recién recordado del dictamen del
TC no fue más que uno entre otros muchos episodios que ponen al descubierto la profunda crisis de régimen en que
vivimos, el final de una época que se inició con la muerte del dictador.
Hoy se habla desde Cataluña, pero también desde el resto de España, de crisis de régimen
y de necesidad
de un proceso destituyente /
constituyente. Muchas irregularidades y abusos se acumulan
para dibujar esta crisis institucional:
· descontento
general sobre el sistema representativo,
· necesidad
de una nueva ley electoral,
· indignación
por la corrupción generalizada,
· rechazo
de la sumisión del poder político a los intereses económicos de los grandes
grupos capitalistas,
· instrumentalización de la Justicia por los
partidos mayoritarios,
· impopularidad
creciente de la monarquía,
· aspiración
de la gente a participar en la gestión y el control de los poderes públicos,
· reivindicación
de lo público frente a la avalancha privatizadora neoliberal,
· oposición
a los recortes masivos de derechos sociales y liquidación del Estado del
bienestar.
Las izquierdas, de aquí y de allá, deberíamos
comprender –a mi juicio— que tenemos una cuestión común que abordar, que es
justamente esta crisis de régimen. En este terreno nos podemos encontrar catalanes y no
catalanes, y en la medida que avancemos en procesos destituyentes y
constituyentes para subvertir toda esta basura seguramente encontraremos
terrenos de diálogo que hoy son inviables. Ni PP ni PSOE ni las
instituciones del Estado, corrompidas y desprestigiadas, permiten hoy un
diálogo constructivo. Éste sólo será posible en la medida que los pueblos de España
en lucha contra los recortes, la corrupción y la desvergüenza de la oligarquía
del dinero, logren un cambio
radical de las reglas del juego. No dejemos que la
problematización de las relaciones entre España y Cataluña oculten los
problemas de fondo. La unión hace la fuerza, y por eso nos conviene abordar
juntos estos problemas de fondo. Lo único que las izquierdas catalanas deberían pedir a las
izquierdas españolas es el reconocimiento del derecho de Cataluña a decidir su
relación con España. Este reconocimiento nos hará fuertes a todos. Y
probablemente dará una oportunidad al pueblo de Cataluña que el actual régimen
le está negando de manera incomprensible e inicua.
Joaquim Sempere
Llicenciat i
doctor en Filosofia per la UB
Maîtrise de Sociologia per la Universitat de Paris-X (Nanterre)
(actualment professor emèrit de Sociologia a la UB)
Maîtrise de Sociologia per la Universitat de Paris-X (Nanterre)
(actualment professor emèrit de Sociologia a la UB)
Joan
A. Forès
Reflexions
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