Benvolguts,
Una bona
reflexió de Salvador Cardús a La Vanguardia.
Ja sabem que
tenim dret a decidir i ara volem exercir-lo. Mentre no l’exercim, com diu l’articulista:
mientras no sea
posible hacer una consulta, en lugar de mayorías silenciosas, lo que tendremos
serán mayorías
silenciadas.
Llegiu-vos
dues o tres vegades, sobretot els que no vareu viure el franquisme, el paràgraf de José
Ribas a l’Ajoblanco. Molt ben explicat quan compara la majoria silenciosa amb
la por del franquisme sociològic, la mayoria silenciada!
De fet crec
que no s’ha parlat gaire de qui va lluitar contra el franquisme. Doncs resulta
que varem ser els catalans! Quines organitzacions antifranquistes tenien a
Espanya? Tenien quelcom semblant a una Assemblea de Catalunya, que era el poble
organitzat? Se’ls hauria mai acudit de llençar el crit de Llibertat, Amnistia, i
Estatut d’autonomia? Doncs no! Ells eren la majoria silenciosa que ara reclama
la Camacho. Que bé que viuries Camacho en aquella sufocant España de Las Cortes
i los tercios sindicales, i el Consejo de Ministros del Franco, el Fraga i l’Utrera
Molina, i La calle es mia, i els presos polítics i l’assassinat organitzat pel
poder, etc. I que bonic el Movimiento! No te n’enyores?
I ara l’article:
Sobre
las mayorías silenciosas
Salvador Cardús i Ros
en La Vanguardia
el 16 octubre, 2013
Parece ser que la expresión
“mayoría silenciosa” fue usada por primera vez por Richard Nixon el 3 de
noviembre de 1969. El presidente norteamericano, en un discurso conocido
precisamente como The silent majority speech, apeló al apoyo de la
mayoría de norteamericanos que no hacían pública su oposición a la
participación de EE.UU. en la guerra de Vietnam. Los movimientos de protesta en
contra de la guerra se habían extendido por todo el país, especialmente después
de la gran concentración de 200.000 manifestantes en Washington en 1967. El
argumento de Nixon era: “Si la voz de una minoría, por ferviente que sea en su
causa, se impone por encima de la razón y el deseo de la mayoría, esta Nación
no tiene ningún futuro como sociedad libre”. A pesar de todo, sólo tres años
después, Nixon retiraba las tropas norteamericanas de Vietnam, renovaba la
presidencia y el 27 de enero de 1973 firmaba los Acuerdos de Paz de París.
Sea como sea, la expresión
“mayoría silenciosa” hizo fortuna en la España de Franco, aquí para justificar
el autoritarismo del régimen en contra de las minorías que se manifestaban
contra la dictadura. Es cierto que la fuerza del franquismo se
basaba principalmente en una mayoría silenciosa que con su pasividad dejaba el
campo abierto a todo tipo de arbitrariedades. Una mayoría silenciosa, sin embargo, que en las
puertas de la transición pasaría a ser calificada, ahora en sentido crítico,
como “franquismo sociológico”, un término que se atribuye al
sociólogo Amando de Miguel. Es decir, la misma idea que había servido para justificar
la impunidad del régimen franquista se convertía en la expresión de la coacción
implícita e invisible que había hecho tan difícil combatir la dictadura en vida
de Franco.
El papel asfixiante de la “mayoría
silenciosa” durante el régimen franquista, fabricada con el adoctrinamiento y
el miedo, fue bien descrito por José Ribas, fundador de la revista Ajoblanco,
en una entrevista publicada en abril del 2008 en Alasbarricadas. Decía Ribas: “El franquismo tiene dos fases: la represión y
asesinato terrible (…), y una España, gris, anquilosada, opresiva. Pero lo peor
era una mayoría silenciosa, el franquismo sociológico muy extendido, con lo
cual rebelarte era muy fuerte y difícil, porque el franquismo tenía muchos
adeptos, esto no hay que obviarlo (…). Porque la represión estaba en tu casa,
en los lugares de trabajo, en todas partes, y si querías romper con esto,
chocabas con la policía y con muchísimos elementos de la sociedad que estaba
dormida en esa mayoría silenciosa y siniestra”. Efectivamente, si en
una sociedad libre y democrática la mayoría silenciosa podía justificar las
decisiones de Nixon, aquí la mayoría “dormida y siniestra” era cómplice del
régimen autoritario.
Es por esa razón que cuando a raíz del
gran éxito de la Via Catalana del pasado Onze de Setembre, desde los sectores
no soberanistas del PP, se empezó a apelar nuevamente a la mayoría silenciosa
para despreciar aquella movilización, además de delatar un poso de cultura
autoritaria no superada, el recuerdo del contexto de significación franquista
hacía chirriar el argumento. Y es
que las mayorías silenciosas se supone que se construyen al amparo de las
hegemonías políticas, culturales y mediáticas. Y en cambio, en este caso, los
mismos que se escudaban en el apoyo de una mayoría silenciosa eran los que
denunciaban una hegemonía favorable a la independencia fruto de un supuesto
adoctrinamiento separatista. Lisa y llanamente: se contradecían al decir que había una
mayoría silenciosa no independentista y al mismo tiempo sostener que se había creado
una hegemonía cultural y mediática secesionista.
El éxito de la Via Catalana, sin
embargo, no se apoya tan sólo en el gran número de ciudadanos que participaron
en ella, sino muy particularmente en el hecho de que se movilizaran. Es decir, lo importante es que toda aquella gente
no se resignara a mantener sus aspiraciones en silencio, fueran o no mayoría. Como decía José
Ribas, las mayorías silenciosas son siniestras y manifiestan una indiferencia
política cómplice con el statu quo. De manera que querer atribuirse como un
activo a la gente que calla es verdaderamente un argumento políticamente muy
pobre. Y por eso mismo es loable que, finalmente, PP y C’s hayan
movilizado los contrarios a la secesión de Catalunya, precisamente para
permitir que salgan de su supuesto silencio.
Pero política suele estar
reñida con lógica. Así, cuando a raíz de la concentración del 12-O en la plaza
Catalunya Sánchez-Camacho aseguraba que “la Catalunya silenciosa ha empezado a hablar”, se
metía en un buen enredo terminológico. Primero, porque una mayoría silenciosa sólo lo es si calla.
Y después, si
los que han querido expresar su voluntad unionista son los que cabían en la
plaza Catalunya, ¿quién podrá apropiarse ahora del silencio de los que aún no
han hablado? A ver si nos enteramos: si hay que acabar con “el tiempo de silencio de
una parte de la sociedad catalana”, como dice Albert Rivera, ¿por qué no la
dejamos hablar en las urnas, el único lugar donde la voz del ciudadano tiene
valor político? La ventaja de la democracia es que hace desaparecer
el argumento de las mayorías silenciosas y permite que todo el mundo que quiera
tener voz hable y decida libremente.
A riesgo de hacerme
pesado, lo repetiré: es la democracia quien cose la pluralidad política a través
de las urnas. Y lo que divide la sociedad es que, por el hecho de no poder
expresarse democráticamente, se tengan que dirimir las diferencias en
manifestaciones y concentraciones en la calle. Así, mientras no sea
posible hacer una consulta, en lugar de mayorías silenciosas, lo que tendremos
serán mayorías
silenciadas.
Salvador.cardus@uab.cat
Joan
A. Forès
Reflexions
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada