Benvolguts,
Aquest enemic dels catalans, fatxa, fill de fatxa,
germà de fatxa director de la FAES, però protegit del Comte de Godó, excreta
una altra vegada la seva bilis i continua no volent entendre la història i pensant en dretes i
esquerres en comptes de pensar en independentistes i unionistes!
A veure si enteneu aquest paràgraf:
· En estas circunstancias, no es que haya que rectificar el proceso soberanista sólo por
su alta improbabilidad jurídica y política, sino que se tendrá que hacer por
pura supervivencia, salvo que las clases dirigentes centrales en
Catalunya y CiU estén
dispuesta a entregar el país al modelo socioeconómico y político de una
izquierda tan carpetovetónica, trasnochada y con pulsiones insurreccionales como
es la de ERC.
Si no vaig errat el tal José Antonio parla de
que caldrà rectificar el proceso
soberanista, por pura supervivencia. És que proposa de fer un cop d’estat
des de dins?
Mireu en aquest altre paràgraf quina finor en
l’anàlisi:
· Salvo que las clases dirigentes centrales en Catalunya y CiU estén dispuesta a
entregar el país al modelo socioeconómico y político de una izquierda tan
carpetovetónica, trasnochada y con pulsiones insurreccionales como es la de ERC…
Jo veig que aquest José Antonio, veu partits
polítics on li convindria veure eixos nacionals. Qui està duent tot aquest
procés és el poble de Catalunya. Ja els agradaria als José Antonios que fossin
els polítics...
I ara,
si voleu, llegiu l’excreció de bilis:
El dividendo independentista
José Antonio Zarzalejos en La Vanguardia
el 3 noviembre, 2013
EL ÁGORA
Los procesos políticos audaces se convierten en
temerarios cuando su eventual consecución puede llevar a sus impulsores a la autodestrucción.
Es lo que está ocurriendo con el proceso soberanista en Catalunya. La masa crítica de
la energía independentista la están poniendo, a tenor de las
encuestas y sondeos públicos y privados, las clases medias catalanas y su burguesía, agrupadas hasta
ahora en CDC y Unió, partidos que han venido conformando una exitosa federación
que ha gobernado durante casi un cuarto de siglo. Pero mientras son
las franjas centrales de la sociedad catalana las que se enrolan en el proceso
independentista, es decir, invierten en él su capital político, resulta que el dividendo lo
cobra la izquierda republicana.
En razón de errores de cálculo ya relatados hasta
el exceso, ERC se ha alzado con el santo y la limosna. Después de participar en
dos tripartitos de infausto recuerdo y peor resultado, la formación de
Junqueras absorbió el 25 de noviembre del 2012 parte del electorado de CiU, ha
pactado con Mas la estabilidad del Govern sin entrar en él, asume el liderazgo
de la oposición y se beneficia del fuerte desgaste del Ejecutivo. Y no sólo
eso: las encuestas, además de valorar mejor a su líder que al president,
auguran un descalabro de CiU –si es que la federación aguanta unida– de modo tal que la
hegemonía del nacionalismo pasaría de CDC y Unió a ERC.
En estas circunstancias, no es que haya que rectificar el proceso
soberanista sólo por su alta improbabilidad jurídica y política, sino que se tendrá
que hacer por pura supervivencia, salvo que las clases dirigentes
centrales en Catalunya y CiU estén dispuesta a entregar el país al modelo socioeconómico y
político de una izquierda tan carpetovetónica, trasnochada y con pulsiones
insurreccionales como es la de ERC. En este preciso momento, esa es
la auténtica cuestión. Dicho en refrán popular: unos cardan la lana (CDC y
Unió) y otros crían la fama (ERC). Asistimos a una grotesca práctica de la ley
del embudo.
La oferta que pueda hacer el Gobierno y que el
pasado martes reclamaba Francesc Homs para entablar un diálogo, dispondría, de
producirse, de un radio reformista y de un perímetro constitucional, que podría
desembocar en un referéndum. Y así, CiU se enfrentaría a un dilema: o romper
con el Estado, o hacerlo con ERC. Porque ni desde la Moncloa, ni desde el
Congreso, ni desde la sociedad española se podría dar satisfacción a las
demandas de máximos (la secesión). Volvemos donde estábamos: la independencia de
Catalunya se escapa a la verosimilitud y el inmovilismo atenta contra la
realidad catalana.
Localizar territorios de encuentro es tan posible
ahora como lo fue en otros momentos históricos. En todo ellos –desde 1640 en
adelante hay episodios abundantes– convergen dos factores: de una parte, la tensión centrífuga catalana
con una autopercepción nacional perseverante y una militancia identitaria
secular, y de otra, que, antes o después, el pacto con el Estado ha sido el
mejor instrumento de convivencia recíproco. Incluso cuando durante
una década (1641-1652) Catalunya se creyó mejor amparada por la Corona de
Francia, entregando a Luis XIII el Condado de Barcelona, terminó por regresar
al yugo más benigno de Felipe IV. Recordemos la advertencia de Cicerón: quien
olvida la historia se condena a repetirla.
Lo que ocurre en Catalunya –nadie más allá del
Ebro puede olvidarlo– es, por una parte, síntoma de un fallo sistémico del
régimen constitucional de 1978, y por otra, consecuencia de una cadena de
errores en la que todos han insertado un eslabón. El frustrante tránsito del Estatut del 2006,
recebado con la crisis económica que ha abocado a Catalunya a una insuficiencia
financiera más aguda que en otras comunidades, está en el origen inmediato de
esta coyuntura crítica, aunque el mediato haya que remontarlo a un
patológico desarrollo constitucional del llamado “pacto apócrifo” (la diferencia
nunca concretada entre nacionalidades y regiones) que creó la
“burbuja” autonómica en detrimento de la voluntad implícita del constituyente de
reconocer en plenitud y de manera concluyente realidades como la catalana.
Ofertar una alternativa a la situación de
Catalunya no es algo graciable o discrecional para el Estado. Es obligado
porque si los independentistas practican respecto de España la otredad, los que
no lo son a ningún efecto han de practicar respecto de Catalunya la proximidad.
La tentación de sostener la temeridad política o el afán de revancha son
planteamientos inasumibles e incivilizados, democráticamente ínfimos y
éticamente rechazables. “En política hay que sanar los males, jamás vengarlos”,
escribió Napoleón. Y tenía razón.
La fuerza de Susana Díaz
La decisión estaba tomada:
el grupo parlamentario socialista se abstendría el miércoles en la moción de
UPyD contra el derecho a decidir. Pero así se conoció la
determinación de Rubalcaba, entró en juego el turbión andaluz del PSOE que
movió sus fichas con gran rapidez. Todo partió de Susana Díaz, la presidenta andaluza, que
encontró eco en Manuel Chaves y Alfonso Guerra, secundados por los diputados
extremeños coordinados con Guillermo Fernández Vara. Y de la
abstención se pasó a apoyar la moción con los populares. Quiebra, de
nuevo en el grupo, y la cohesión interna PSOE-PSC zarandeada. Y es que el
socialismo andaluz –antes el catalán tuvo más fuerza que el sureño– ha
encontrado en Díaz lo que se conoce como “el nuevo discurso nacional del PSOE”.
La resistencia de Pere Navarro
Pero a la fuerza de la andaluza, la resistencia
del catalán. Pere Navarro no desiste de la unidad con el PSOE –es lo más
sensato– ni se apea de la pirotecnia de una consulta “legal y pactada” que él
sabe que es pedir peras al olmo aunque tenga el valor posicional que el PSC
difícilmente puede ya abandonar. Navarro juega en dos pistas, la propia con sus
tensiones, y la del PSOE en el que hay voces que prefieren la marginación
electoral en Catalunya a la transacción con el PSC. El valor estratégico de un Navarro en un
terreno incómodo como en el que está, resulta, sin embargo, enorme por si en un
momento dado CiU deja de navegar con ERC y precisa de un práctico que le
conduzca a puerto de refugio. Hostigar al PSC y a Navarro es poco perspicaz.
Joan
A. Forès
Reflexions
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