Benvolguts,
L’autor d’aquest article ja va quedar retratat
en els darrers articles comentats: http://reflexionsjafores.blogspot.com.es/search?q=Tapia
En aquest article, després d’uns exemples de
la política catalana i espanyola més recent, es fixa més en els participants a
les manifestacions dels darrers 11 de setembre, però explicat amb mala llet:
·
Choque innegable cuando un millón de catalanes (lo que no
presupone que fueran mayoritarios en las urnas) han salido a las calles dos años seguidos
para reclamar la independencia.
Ja parla com nosaltres distingint Catalunya i España
(i no del resto de España). Malament quan s’adopta la filosofia de l’enemic!
I s’espanta del creixement exponencial de l’independentisme
a Catalunya...
Us
recomano que us llegiu l’article amb el filtre mental de qui és l’autor:
¿Qué trama Rajoy sobre Cataluña?
Joan Tapia en El Confidencial
el 12 noviembre, 2013 en Derechos, Libertades, Política, Sociedad
OPINIÓN
Hace unas semanas, Duran i Lleida, el líder
de la minoría catalana, le
lanzó a Rajoy en el Congreso de los Diputados una frase ya célebre: “Señor Rajoy,
muévase o se va a encontrar con una declaración unilateral de independencia que
algunos le van a aprobar en el Parlament”. Y Pérez Rubalcaba, que por lo
que parece tiene una mala salud política de hierro, tras su pacto con el PSC de
Pere Navarro (y con el visto bueno, pero con la cautela de la federación
andaluza) dice que la relación entre España y Cataluña pasa por el peor momento
y que la solución es una reforma constitucional que luego debería someterse a
referéndum. También en Cataluña, con lo que se podría dar “salida” a la
exigencia de una consulta, muy mayoritaria en dicha comunidad.
Pero Rajoy, salvo algunos gestos, no hace ningún
caso y en los últimos días ha afirmado que una
reforma constitucional no serviría para nada y que de los artículos 1 y
2 de la Constitución, los que fijan que la soberanía recae en la totalidad del
pueblo español, no se puede ni hablar. Añade un argumento de peso –cogido de Enric
Millo, el discreto pero eficaz número dos del PPC que viene del partido de
Duran i Lleida– de que en la UE entró España y no 17 comunidades autónomas.
Y esgrime argumentos ‘sentimentaloides’: “Somos el
país más antiguo de Europa y no queremos poner aduanas a los sentimientos que
nos unen desde hace siglos, ni queremos levantar fronteras en el año 2013
entre vínculos que no se pueden romper ni entre afectos que no se pueden
separar”. Es una lástima que Rajoy no lo tuviera en cuenta cuando ordenó fuego
a discreción contra el Estatut, cuando el PP de Andalucía hizo una campaña
diciendo que Zapatero cogía dinero de los españoles para dárselo a los
catalanes y cuando recurrió al Constitucional un Estatut ya votado (cierto que
con participación baja, pero cumpliendo estrictamente la ley) pese a la campaña
contraria –curiosos compañeros de cama– del PP y de ERC. Y en Cataluña se
vivieron especialmente mal los ‘incidentes’ para forzar al Constitucional:
retraso inaudito de la renovación reglamentaria del Tribunal, recusación del
magistrado Pérez Tremps…
Seguramente, una conducta más prudente del PP –en
el que primó tanto el rechazo al Estatut como el intento de quebrar a Zapatero–
no hubiera llevado al actual choque frontal entre el nacionalismo catalán y el
español. Choque
innegable cuando un millón de catalanes (lo que no presupone que fueran
mayoritarios en las urnas) han salido a
las calles dos años seguidos para reclamar la independencia.
Pero pese a que Rajoy no es el más cualificado
para hablar de sentimientos, vínculos y afectos que él ha contribuido a
debilitar, tiene razón en una cosa. Cuando tras las elecciones del 77 se acordó
elaborar una Constitución (no había otra opción) existía una voluntad inicial
de consenso y las dos fuerzas principales (UCD y PSOE) sabían que España
necesitaba integrarse en la UE y que ello exigía construir una democracia de
corte europeo. Y a este consenso se sumó con bastante rapidez el PCE de Santiago
Carrillo (el catalán Solé Tura, luego socialista, fue su
representante en la ponencia constitucional), los nacionalistas catalanes de Jordi
Pujol (Roca Junyent estuvo en dicha ponencia), e incluso la mayor
parte de Alianza Popular con Manuel Fraga a la cabeza.
Rajoy dice que si ahora se abriera el melón de la
reforma constitucional y no se lograra el consenso con el primer partido
nacionalista catalán (hoy la CiU de Artur Mas, pero quizás dentro de poco la
ERC de Oriol Junqueras) una Constitución votada sólo por el PP y el
PSOE, con menos consenso que la del 78, no arreglaría nada. Y tiene razón en
que ahora las fuerzas catalanas exigen un ‘derecho a decidir’ que constitucionalmente
no existe en ningún país europeo. Y que CDC y ERC quieren la consulta como
paso previo a la independencia. Si la quieren –viene a decir Rajoy–, que
la consigan si pueden (violando la Constitución y quedándose fuera de la UE),
pero la reforma de la Constitución española nunca la podrá satisfacer.
Planteadas así las cosas, Rajoy está en lo cierto.
Pero es un planteamiento-trampa. Es como si ante cualquier conflicto serio, una
de las partes –que cree tener la sartén por el mango– dijera que como el
acuerdo es imposible no vale la pena negociar. Es una actitud que puede llevar
al enquistamiento del problema porque la vida suele arrollar a las leyes que no
se adaptan a las nuevas realidades. Pero viendo lo que ha pasado tras la
decisión de la Corte de Luxemburgo sobre la doctrina Parot y el malhumor
de Aznar por la ‘blandura’ de Rajoy, también es posible colegir que el
presidente no quiere imponer a su partido una reforma constitucional que le
comportaría un serio desgaste.
Primero, ganar las elecciones del 2015 (sin subir
la tensión interna en el PP) y luego ya veremos en función de los resultados.
¿Sería más flexible un Rajoy sin mayoría absoluta (si gana en el 2015 es lo más
probable)? La historia nos enseña que Aznar en el 96, después de una campaña en
la que acusó al PSOE de debilidad ante Pujol, no dudó, para conseguir el
respaldo nacionalista, de presumir de hablar catalán en la intimidad y
en ceder importantes competencias (por ejemplo sobre los Mossos) en base
al ahora tan criticado artículo 150 de la Constitución.
Mientras tanto, la opinión pública catalana ve
cómo Wert habla de “españolizar a los niños catalanes” (hay una
generación que todavía recuerda aquello de “cristianizar a los negritos”) y cómo Montoro reduce el triple que en España
la inversión pública en Cataluña. Quizás la esperanza de Rajoy sea
que la frágil unidad catalana (de todos menos el PP y Ciutadans) acabe saltando
por los aires. El PSC ya ha dicho que sólo quiere una consulta legal. Duran,
como Iniciativa (aunque esta no exige legalidad), quiere una pregunta que abra
la puerta a una tercera vía entre el inmovilismo actual y la independencia. Y
mientras ERC exige la consulta sí o sí, Mas ha dicho que debe ser legal y que
en último extremo habrá elecciones plebiscitarias (y ha indicado que desea
agotar la legislatura catalana que acaba en el 2016).
Ante esta cacofonía, es
posible que Rajoy piense que así como la dureza del PP logró quebrar la
voluntad de Zapatero con el Estatut, ahora la negativa a negociar hará reventar las tensiones (que existen y
son fuertes) en el amplio movimiento sobre el que Mas se ha montado explotando
una irritación general por la sentencia del Constitucional pero sin valorar la
división política (y el gran recelo empresarial) ante la vía independentista. Incluso
es posible que Rajoy calcule que un radical Junqueras (si fuera el primer
partido catalán) tendría menos fuerza de arrastre que un partido de tradición
moderada como CiU.
Rajoy tiene sus razones para pensar que abrir el
melón de la reforma constitucional no arreglaría nada (y puede ser en efecto
demasiado tarde), pero no debe olvidar dos cosas. Una, que cuando el PP
llegó al poder en 1996 el independentismo catalán era muy minoritario y ERC
era una fuerza casi marginal en Cataluña. Y en Madrid no había pasado nunca de
tener un diputado. Tras la segunda legislatura de Aznar tuvo ocho diputados en
Madrid y fue la tercera fuerza en Cataluña. Y ahora, tras la sentencia y los
‘regalos’ Wert-Montoro, puede ser la primera. Dos, según la última encuesta de El Periódico de Catalunya (y otras
dicen cosas similares) el 47,2% de los catalanes se siente independentista.
Es un porcentaje muy alto, pero lo peor –para un presidente del Gobierno del
PP– es que sólo el 16,8% dice que lo ha sido siempre. Las dos terceras partes de los independentistas de hoy (el
30,4% de los catalanes) se han ‘convertido’ en los últimos años. Por la
sentencia del Constitucional y la actitud agresiva de gran parte del PP y de
algunos socialistas como Alfonso Guerra o Rodríguez Ibarra. La crisis económica
puede haber ayudado, pero no es suficiente. Prueba: la nueva
presidenta andaluza es españolista.
Quizás la dureza de Rajoy pueda romper las piernas
de Artur Mas, que ha cometido serios errores, pero que el 47% de los catalanes se sienta
independentista es algo más profundo que puede convertirse en un dato fijo o
crecer. Por eso, Rajoy no debe despreciar los consejos de dos
políticos rodados y poco aventuristas como Duran i Lleida y Rubalcaba.
Joan Tapia
Joan
A. Forès
Reflexions
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