Benvolguts,
Un dels nostres pitjors enemics mediàtics, que actua des de
la impunitat de la caverna catalana dels Godó, torna a voler fer-nos por, com
ve fent periòdicament.
Recordem-ho: José Antonio
Zarzalejos, fill de Governador Civil
de les “colònies vascongadas” en el 1976-1977
(gairebé amb el dictador de cos present) i Fiscal del Tribunal Supremo a partir del 1982. Germà d’un altre Zarzalejos, Secretario
General de la Presidencia del Gobierno durante los gobiernos de José María Aznar y actual Secretario general de la
Fundación FAES)[Viqui].
L’article preten fer-nos convencer
de la bondat del diàleg…
[… ]es cierto que junto a
grupos
irreductibles, hay otros muchos, y más numerosos, permeables
a entrar en una “interlocución
racionalizadora de la emotividad que el independentismo comporta”…
Es pregunta ¿Cómo hacemos que el argumento sensato no se convierta en una
amenaza que provoque temor? Es asunto aún no resuelto….
També diu una cosa que m’agrada
del president de Freixenet (que fins fa poc tenia a la recepció de les caves una
placa commemorativa de la visita del sinistre dictador Franco), i és que demostra
temor a la independència de Catalunya i al boicot als seus productes i als de
Codorniu pel fet de la col·laboració d’aquestes dues empreses amb el
franquisme. Boicot que ja es comença a notar: Algo parecido arguye Josep Lluís Bonet, presidente de Freixenet, que
por posicionarse sensatamente detecta un boicot dentro y fuera de Catalunya a la que
considera “parte esencial de España”.
I el tal José Antonio preten fer la por
habitual: Posibles
deslocalizaciones, marginación internacional, conflicto interno entre
ciudadanos con identidades diferentes, ens tornarem cecs… i a més
a més incita al conflicto
interno (segons la doctrina del Führer Aznar: Y, por supuesto, por la implosión de las
fuerzas secesionistas…
I a més ens recomana que no practiquem el
victimisme…
I no parla de la “cerrazón” del Rajoy (recordeu-ho, el responsable
de l’enfosament del Prestige, de los hilillos de plastilina i del chapapote...)
La independencia y el miedo
José Antonio Zarzalejos en La Vanguardia
el 10 noviembre, 2013 en Comunicación, Derechos, Libertades, Política, Sociedad
EL ÁGORA
Nadie ama al hombre al que tiene miedo”, escribió
Aristóteles. Este
apotegma debemos grabárnoslo quienes deseamos que Catalunya permanezca en
España. No lo conseguiremos si en los argumentos que se ofrezcan a
los muchos catalanes que se han adscrito al secesionismo por ilusión, por
frustración, por cansancio o por sentimientos sobrevenidos de distinta
naturaleza hay más pretensión de disuasión (desistimiento) que de persuasión
(convencimiento). Porque, siguiendo las muchas enseñanzas de Nehru, el primer
jefe de Gobierno de India independiente, “un hombre con miedo es capaz de hacer
cualquier cosa”. Dicho lo cual, es cierto que junto a grupos irreductibles, hay
otros muchos, y más numerosos, permeables a entrar en una interlocución
racionalizadora de la emotividad que el independentismo comporta.
Como escribió, defendiéndose, en este diario el
pasado lunes Jaime Malet, presidente de la Cámara de Comercio de Estados
Unidos, “ante
una posible secesión, no se trata de la utilización de argumentos de miedo,
sino de sensatez” en relación con la reacción que un proceso
separatista podría provocar en el ámbito financiero y empresarial. Algo
parecido arguye Josep Lluís Bonet, presidente de Freixenet, que por posicionarse
sensatamente detecta un boicot dentro y fuera de Catalunya a la que considera
“parte esencial de España”. ¿Cómo hacemos que el argumento sensato no se
convierta en una amenaza que provoque temor? Es asunto aún no resuelto. Ni por
el Gobierno español (que incluso renuncia a emitir contrainformes) ni por los
partidos contrarios a la independencia de Catalunya, ni por los grupos sociales
y económicos que tampoco la desean.
Las razones para persuadir
a los independentistas no arraigados en el secesionismo a fin de que dejen de
serlo han de partir, como sugiere en su desolador libro Germà Bel ( Anatomía de
un desencuentro), no tanto de un cariño impostado, como del respeto por lo que
sienten y por lo que aspiran. Por el contrario, la afirmación del autor según
la cual “nadie debería querer cambiar al otro” encierra un sofisma y una
renuncia de los que su propio libro son prueba evidente: está escrito desde la autocomplacencia acrítica
hacia el independentismo y con el propósito de acendrar las convicciones secesionistas
del que aún no haya llegado a ellas plenamente.
Quizás el quid de la cuestión no sea tan difícil
como parece. La
independencia ofrece un panorama de disfunciones gravísimas para Catalunya.
Posibles deslocalizaciones, marginación internacional, conflicto interno entre
ciudadanos con identidades diferentes… pero, en una medida similar, la secesión
catalana es una amputación territorial, social, demográfica, económica y
cultural para España. De tal manera que el elenco de razones que se
exponen con una animadversión contraproducente para evitar la ruptura rezan
para unos, pero también para otros. Una Catalunya fuera de España sería una Catalunya demediada
pero dejaría una España igualmente perdedora.
La interlocución es difícil pero no imposible siempre
y cuando, de un lado, no germine la suficiencia discursiva, y de otro, no se
cultive tanto el victimismo. Ni suficiencia, ni victimismo. Esta puede ser la
ecuación adecuada para una conversación de pros y de contras, de clarificación
de sentimientos hostiles y de desencuentros históricos, cuya inevitabilidad es
absoluta. En algún momento de este proceso habrá que sentarse aunque sólo sea
para diagnosticar la gravedad de las lesiones que recíprocamente nos vamos a
infligir de continuar por el camino por el que ahora transitamos. No será,
desde luego, una conversación versallesca en la que el Estado pueda eludir la
referencia a la Constitución y a los poderes de que esta le dota, pero la
cuestión no tendría que llegar a ese límite de colisión sino quedarse en un
estadio anterior.
Introducir en una espiral emocional, no exclusiva
de los catalanes independentistas, elementos de pragmatismo es tan complicado
como aconsejable. El criterio de Gaziel según el cual los sentimientos son una
fuerza “impolítica”, se comporta como un auténtico veredicto que reprocha desde
la distancia temporal el sesgo de los acontecimientos del presente. La
renuncia, además, al historicismo es una equivocación. Desde Winston Churchill
a Anatole France, pasando por poetas como Machado (“Ni el pasado ha muerto / ni
está el mañana / ni el ayer escrito”), nos han advertido de la capacidad
aleccionadora de los errores pretéritos para entender el presente y superarlo.
Los extremismos motejarán esta proposición de buenista. Muy por el contrario,
es un pragmatismo terapéutico que desafía la destemplada displicencia de los
inmoderados.
Ni reforma ni respuesta
Mariano Rajoy cree, como muchos otros, que la insaciabilidad del
nacionalismo independentista hace por completo inútil la reforma de la Constitución
para reencauzar la cuestión catalana. Su apuesta va por el
apaciguamiento verbal, la acción internacional, la interlocución con el empresariado
y la oferta en su momento de un nuevo sistema de financiación autonómica dentro
del régimen común. Y, por supuesto, por la implosión de las fuerzas
secesionistas. El presidente tampoco contestará a agravios. Confía
en su política de criogenización. Mientras, el Ministerio de Educación acaba de
conceder el premio Nacional de Ensayo 2013 a Santiago Muñoz Machado por su
libro Informe sobre España en el que propugna ardorosamente la reforma
constitucional.
Ahorcamiento socialista
La conferencia política del PSOE concluye con la
fisura abierta de la relación del partido con el PSC. Les une mucho, pero les
separa más: una estrategia de Estado para abordar la cuestión catalana. Los
socialistas catalanes apuestan por una ficción (la consulta legal y pactada) y
el PSOE discrepa pero les ofrece una federalización de España. El problema es
que el socialismo, dentro y fuera de Catalunya, proyecta una imagen cuarteada y
no transmite convicción. No lo hace ni Navarro ni Rubalcaba. Y sin Catalunya
con un PSC que obtenga en las generales más de 20 escaños (ahora impensable) no
hay poder para el PSOE en el Gobierno central. Perdida para el socialismo Catalunya, pierde
también España por mucho combustible que aporte Andalucía.
José Antonio Zarzalejos
Joan
A. Forès
Reflexions
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