Benvolguts,
Hem dit més d’un cop, que el Joan Tàpia i l’e-notícies eren uns
indesitjables per separat i uns indesitjables
al quadrat si van junts!
I aquí he trobat una mostra de la mala llet del
conjunt Tàpia-e-notícies, amb un
article de títol: ¡Mala suerte!
Uns quants tasts:
·
con mucha pompa y todavía mayor estulticia
·
pseudoconsulta (6)
·
la performance convocada por Mas es una chapuza
Tanmateix aquest article de fa 3 mesos en
el període previ al 9N, criticant Mas i Rajoy,
el podríem re-escriure avui mateix justament en el període previ a les eleccions al Parlament
de Catalunya, anomenades també plebiscitàries, del 27S, substituint Mas i Rajoy per Mas i Junqueras!
Al cap i a la fi en l’article esmentat el Tàpia està renyant en Mas i el Rajoy, però ara una bona quantitat de catalans tenim unes ganes
boges de renyar Mas i Junqueras!
Fixeu-vos com l’e-notícies amb la mala llet habitual i ficant el dit a la llaga diu avui que El Govern obre la porta a no celebrar les eleccions el 27-S. O sigui que en aquest cas coincidim!
I ara l’esmentat article, suposant que el vulgueu llegir:
¡Mala suerte!
Joan Tapia en El Confidencial
el 29 octubre, 2014 en Derechos, Libertades, Nacionalismo, Política, Sociedad, Sociología
OPINIÓN
Cuando Artur Mas, el martes 14 de este mes –hace
muy pocos días– renunció a la consulta convocada con mucha pompa y todavía mayor estulticia
el pasado 27 de septiembre y que el Tribunal Constitucional había suspendido,
Rajoy dijo que era una excelente noticia. E insistió poco después cuando Mas ya
había convocado “el proceso participativo” o la pseudoconsulta. Recuerdo que la
noche del Planeta –siempre la festividad de Santa Teresa el 15 de octubre– la
ministra Ana Pastor, con su tono prudente pero semblante relajado, me susurró
que –retirada la consulta– la confrontación se debía y podía encauzar a través
del diálogo.
Parecía que llegados al borde del precipicio o del
choque de trenes, los dos Gobiernos habían reflexionado. Artur Mas retiraba la
consulta –porque no tenía otro remedio sin romper la legalidad y pese a que le
abría una crisis con sus socios soberanistas– y el Gobierno Rajoy miraba hacia
otro lado mientras tenía lugar la pseudoconsulta que también era una válvula de
escape para la tensión acumulada. Los catalanes independentistas –los que salen
a la calle cada 11 de septiembre desde el 2012– harían una nueva performance en
forma de manifestación-votación y luego se podría hablar sin que nadie se
hubiese bajado los pantalones. Quizás podría iniciarse el deshielo.
Pero al final no ha sido así. El viernes pasado
tanto Rajoy desde Bruselas como la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría
–tras la reunión del Consejo de Ministros– dijeron que el Gobierno estudiaba la
posible inconstitucionalidad del nuevo 9-N. Y el anuncio indicaba una nueva
impugnación ante el Constitucional que se confirmó el lunes. El Gobierno optaba
por plantar cara a la pseudoconsulta (una manifestación-votación sin
ninguna consecuencia jurídica) aunque eso le haga menos simpático todavía –cosa
difícil– en Cataluña.
Pero en el dilema entre ser severo o quedar en
ridículo, el Gobierno de Madrid lo tenía claro. Y es que las afirmaciones de
Artur Mas diciendo que se trataba de engañar al Estado y la publicación de
anuncios en la prensa –pagados por la Generalitat– animando a participar en la pseudoconsulta
del 9-N tampoco le dejaban muchas opciones. Salvo que prefiriera aguantar
estoicamente el chaparrón con la esperanza de desbloquear la situación, opción
inteligente pero con costes y que, como se ha visto, no ha sido la elegida.
A corto plazo el Gobierno de España no cede un
ápice en sus posiciones y vuelve a colocar a Artur Mas en una posición
complicada. ¿Obedecerá al Constitucional, lo que le causará nuevos problemas
con sus aliados, o asumirá los riesgos de la ruptura de la legalidad? Pero el
balance para Rajoy tampoco es positivo porque Cataluña desea la consulta y las
prohibiciones repetidas solo pueden hacerle aparecer como un Gobierno
autoritario que se niega al diálogo. Aunque también es cierto que cuando las
apuestas se llevan al límite, el ganador –al menos a corto– siempre es quien
tiene más fuerza material y jurídica. Y que no es Artur Mas el que está en
mejor posición.
Pero el recurso –y la casi segura nueva suspensión
del Constitucional de la pseudoconsulta– tampoco van a favorecer al
Gobierno de España ante la opinión pública catalana. La independencia tiene
ahora el apoyo de un 40-45% de los catalanes frente a poco más del 20% hace
solo tres o cuatro años. Pero la consulta –la sentencia del Constitucional del
2010 invalidó cuatro años después el referéndum del 2006– tiene un apoyo muy
superior y cercano al 70%.
Recurrir la convocatoria de consulta –con una infumable
doble pregunta y convocada unilateralmente– era una operación
arriesgada. Pero ahora, recurrir también la pseudoconsulta –más una
manifestación que una consulta– alejará más a Madrid de la sensibilidad de
muchos ciudadanos de Cataluña. Aunque es cierto que la performance convocada por Mas es una chapuza
y que Rajoy puede pensar que lo peor que le puede pasar a un Gobierno es que le
tomen el pelo.
Está visto que ninguno de los dos Gobiernos está
dispuesto a ceder un ápice en sus posiciones para buscar un mal pacto (o uno no
tan malo) que –como dice la sabiduría popular– siempre es mejor que un buen
pleito. Mas ha decidido subir la apuesta. Y el Gobierno Rajoy cree que no puede
quedarse atrás. Le dice: “Te veo porque tengo mejores cartas”.
Dudo que ninguno de los dos Gobiernos tenga estas
mejores cartas y estoy seguro que los ciudadanos –y la estabilidad política y
económica– saldrían ganando con unas posiciones más pragmáticas y menos
dogmáticas. Pero cuando los Gobiernos legítimos y electos se empeñan en apostar
por el camino de la confrontación, los opinadores sólo podemos decir que se
equivocan. Y que querer ganar los partidos por cuatro a cero puede ser una
ilusión contraproducente. No podemos hacer mucho más y el profeta Jeremías no
tiene buena fama y además es del Antiguo Testamento. Tanto en Barcelona como en
el Madrid del siglo XXI creen que el choque de trenes será poco cruento y
costoso y que en todo caso una parte (la suya) será la vencedora. Se creen su propia
propaganda.
Ante esta confianza ciega, mutua y por fuerza
equivocada (al menos para uno de los dos bandos), el escepticismo es casi
obligado. Máxime si está claro que ninguno de lao dos –ni el inmovilismo ni el
independentismo– tienen la razón, y cuando se teme –ni ingenuamente ni por
‘buenismo’ sino en base a la experiencia histórica– que el choque de los
nacionalismos (en este caso el catalán y el español) es siempre una senda peligrosa
que acostumbra a acabar mal para ambos. ¡Mala suerte!
Joan A. Forès
Reflexions
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