Avui parlem del que es va anomenar autogolpe, en que va consistir i com va continuar (no sé si recorden que el fill del Tejero que també és guàrdia civil celebra cada 23-F l'aniversari del Cop d'Estat a la seva caserna amb una "paella" amb militars vinguts de diferents casernes...
Cercant
amb el Google hi ha una bona quantitat d’articles amb la paraula autogolpe. Hem triat aquest que fa una
extensa explicació de com va ser el 23-F
i el perquè. Ja fa dos o tres anys que l’Iñaki Anasagasti, aprofitant que
s’havia mort Sabino Fernández Campo, militar espanyol
i assistent personal del rei Joan Carles I de Borbó, va publicar un article de títol Lo que pasó de verdad el 23 F, que també aclaria molt el tema de qui havia
fet què en la preparació i execució del 23-F.
Aprofito per incloure dos gargots del Perich, precisament de l'any 75, que mostra l'estat d'ànim dels "españolitos" a l'època. Pertanyen a un fabulós llibre que s'anomena Diálogos entre el poder i el no poder.
Aquest apunt està signat per Fernando Paz que en el seu web
demostra la solvència de les seves opinions.
Vegem
l’article i reflexionem sobre la democràcia a Espanya:
FOTO: El rey Juan Carlos I y el teniente coronel
Tejero/Actuall.
23-F, el autogolpe inspirado por el mismísimo Rey Juan
Carlos
Si
fracasó fue porque Tejero, que había sido utilizado por los servicios de
información, se sintió engañado –porque lo había sido-, y no quiso participar
en una farsa que había de desembocar en un Gobierno presidido por un militar
pero con destacados miembros de la izquierda.
22/02/2016
Quiere
la leyenda que el 23 de febrero de 1981, un grupo de guardias civiles
–añorantes del franquismo- tomaron el Congreso al asalto, secuestraron
a los diputados con el fin de imponer un régimen dictatorial y, tras
unas horas ocupando el hemiciclo, depusieron su actitud y las armas gracias a
la división entre los militares y la tajante orden del rey de que estos
mantuviesen el orden constitucional. Y que así se frustró la intentona
involucionista.
Cuatro
días después, el 27 de febrero, el pueblo español se echaba a la calle
en defensa de “la libertad, la democracia y la Constitución” en una
manifestación, ciertamente multitudinaria, para la que los partidos políticos
movilizaron hasta el último de sus afiliados.
A lo
largo de las dos décadas –largas- que siguieron al 23-F, se asentó tal visión de aquella histórica jornada consagrada
no a la verdad histórica, sino a la conveniencia política. Porque la verdad es muy otra.
Una
mentira que interesaba a todos
El 23-F fue, digámoslo ya, un autogolpe. Una maniobra para
fortalecer el sistema, no para acabar con él. Un golpe para rectificar el
régimen -un golpe de “timón”, como se venía diciendo desde distintos ámbitos –
no para sustituirlo. Pero ¿por qué?
El
proceso de transición estaba en un punto muy peligroso; el separatismo crecía y
las autonomías no solo no habían encauzado las ansias particularistas de
algunos, sino que las habían desatado.
Los
gobiernos centristas eran muy débiles, y el partido que los sustentaba estaba resquebrajado y
sin dirección, pese a que el propio monarca se había implicado en su
mantenimiento (el rey había recabado apoyo económico para la UCD entre las
monarquías del Golfo).
La
situación en materia terrorista era desesperante: en
1980, ETA había asesinado casi a un centenar de personas, en su inmensa
mayoría policías y militares. En medios políticos que comprendían al
PSOE –y hasta a algunos comunistas- se hablaba abiertamente de la necesidad de
un gobierno de
concentración e incluso del general
Armada como cabeza del mismo.
Su origen hay que buscarlo en la traición de un Suárez que
les había prometido no legalizar jamás el PCE
El
malestar castrense no se debía únicamente al terrorismo y a la impotencia
gubernamental para ponerle coto. Su origen hay que buscarlo en la
traición de un Suárez que les había prometido no legalizar jamás el PCE.
Corría
septiembre de 1976. El presidente había empeñado solemnemente su palabra ante
el vicepresidente para la defensa, ante los tres ministros militares, ante el
jefe de Estado Mayor Central, ante los capitanes generales y ante unos treinta
almirantes y generales.
En
abril de 1977, la traición del presidente a su promesa –felonía
inconcebible para un militar- produjo en gran parte de este estamento
un sentimiento de repulsión hacia Suárezque jamás le abandonaría.
Adolfo Suárez, tras el intento golpista en el Congreso de
los Diputados.
La
izquierda, hasta ese momento, mostraba una notable falta de entusiasmo
por la apertura política. Aunque en 1976-1977 los grupos de izquierda
argüían no apoyarla por desconfiar de que el gobierno de Franco fuese
sincero en sus propósitos aperturistas, la realidad era exactamente la
contraria: la izquierda se oponía a la reforma política –propugnando
la ruptura- precisamente porque lo que temían no es que los franquistas no
trajesen la democracia, sino que la trajesen.
Pero el
apoyo masivo que la población dio al referéndum convocado para el 15 de
diciembre de 1976 por el gobierno franquista le hizo replantearse la
estrategia. Incapaz de hacer frente al proceso democratizador, resultaba más
práctico sumarse a él y capitalizarlo.
Y hasta
tal punto lo consiguieron que, apenas una década más tarde, habían logrado
consagrar como versión canónica aquella que hacía a la izquierda
protagonista casi en exclusiva de la tan cacareada “transición a la democracia”,
mientras la derecha había desempeñado un papel meramente retardatario, con un
franquismo intentando hacer naufragar por todos los medios el imparable
avance hacia la libertad.
En ese
relato, la democracia estaba manchada por un pecado original imborrable,
que era el de su procedencia franquista, algo que la izquierda ha tenido muy
presente hasta el día de hoy.
La
creación de un mito
Esa
fue la razón por la que se apropió del 23-F y expandió la
versión de que ese día nació la democracia. La imagen del
pueblo manifestándose en defensa de las libertades democráticas contra
un golpe de estado franquista, se corresponde mejor que nada con la
idea de ruptura: los franquistas habían tratado de torpedear la incipiente
democracia – y qué mejor imagen que la de un tricornio recortándose contra el fondo
de un parlamento, pistola en mano- de modo que no podían ser quienes la
hubiesen traído.
España encontraba su versión de la resistencia contra la
tiranía, como Europa había encontrado la suya durante la II guerra mundial
De
este modo, se creaba un mito, el del 23-F: el mito de una sociedad
moderna que se rebelaba contra la dominación de un grupo antidemocrático.
España
encontraba su versión de la resistencia contra la tiranía, como Europa había
encontrado la suya durante la II Guerra Mundial. Al frente de los heroicos
resistentes, el monarca, los partidos, los medios.
Se
erigía, así, el mito de un rey dispuesto a jugárselo todo por la
democracia, de unos partidos que salían a la calle en defensa de
las libertades y de unos medios rayanos en el heroísmo. El
23-F se convirtió en el acontecimiento histórico que bautizaba el
régimen español y le lavaba de su pecado original.
Los diputados se levantan de sus escaños/Fuente: Manuel
Hernández De León (EFE).
Pero
lo cierto es que la llamada ultraderecha nada tuvo que ver con aquello. Ninguna
de las organizaciones de esa significación estuvo en la trama, ni fue requerida
en modo alguno para participar del golpe ni en los sucesos que fuesen a
acontecer más tarde.
Sólo Juan
García Carrés –antiguo sindicalista del vertical y falangista, pero
sin ninguna responsabilidad política en organización alguna – estuvo implicado,
pero lo estuvo por su amistad personal con Tejero, no en su condición
ideológica y mucho menos por su dependencia orgánica de ningún partido
político.
En la gestación del 23F estuvieron implicados los partidos
políticos, la corona y el ejército
El
verdadero golpe del 23-F fue diseñado por los aparatos del Estado, por
el CESID.Estuvieron implicados en su gestación los partidos políticos (desde
Fraga hasta Ramón Tamames, de Alianza Popular hasta el PCE y, sobre todo, el
PSOE), la Corona y el ejército.
Pero
quienes lo ejecutaron fueron el comandante Cortina y el teniente
coronel Calderón;dirigentes ambos del CESID
y justificadamente tenidos por demócratas no lejanos a la progresista UMD (Unión Militar Democrática).
Cortina
y Calderón utilizaron a militares decididos y resueltos que,
como la inmensa mayoría de los militares en 1981, conservaban una
incuestionable lealtad a Franco que habían transferido al monarca
por orden expresa del Caudillo. Eso permitió mantener la falacia del
carácter ultra del 23-F.
El golpe nunca fue para reinstaurar el franquismo, sino para
reformar el sistema
De
modo que el golpe nunca fue para reinstaurar el franquismo, algo
que hubiera sido absurdo, sino para reformar el incipiente sistema que
se había salido del cauce previsto; para “reconducirlo”, en la terminología
de Juan Carlos I.
Por
eso no tiene nada de casual que la “reconducción” se
pusiera en manos de dos generales de intachables antecedentes
monárquicos, Armada y Milans del Bosch. Años más tarde, Suárez
llegó a publicar que “lo que Armada quería realizar era constitucional”.
Y tanto.
Otro
de los objetivos del 23-F era el de adelantarse
al llamado “golpe de los coroneles”, fraguado en el entorno del coronel San
Martín, ya en marcha y con el que convergería. Lo que se auspiciaba desde las
instituciones y organismos del sistema era un golpe a la francesa (“Operación
De Gaulle” se llamó a lo del CESID) a favor del sistema para evitar una salida
a la turca –tres golpes en veinte años-, en su contra, que se podría ensayar
para la primavera. Lo cual ha contribuido enormemente a la confusión que desde
entonces ha producido el 23-F.
Si el
golpe fracasó fue porque el teniente coronel Tejero, que hasta
entonces había sido utilizado por los servicios de información para la toma del
Congreso, se sintió engañado –porque lo había sido- y no quiso
participar en una farsa que había de desembocar en un gobierno
presidido por un militar pero que incorporaba destacados miembros de los
partidos de izquierda.
Y
porque Armada no se personó en La Zarzuela, la División Acorazada no llegó a sacar los tanques gracias a los
militares franquistas -aunque sí ocupó TVE- y porque la imagen
del parlamento secuestrado, en el que se habían producido unos tiros y unos
penosos empujones, no fue la mejor propaganda para la causa.
El
fracaso del golpe hizo que el CESID
pusiera en marcha la idea de que había sido un golpe ultraderechista, en lo que
constituye una de las grandes mentiras de la democracia española.
Una
mentira secundada por la profesión periodística que, con honrosas excepciones,
no solo no cuestionó dicha versión, sino que elaboró una larga serie de
mendaces justificaciones al efecto. Al fin y al cabo ¿quién iba a mover un
músculo por una pandilla de golpistas de extrema derecha?
Mientras, el
comandante Cortina subió en el escalafón, Armada fue indultado y,
sobre todo, Su Majestad ganó una indisputada aura de legitimidad, la
democracia se consolidó y los partidos se hicieron con el control de la
sociedad.
Que, en definitiva, era lo que se trataba.
Joan A. Forès
Reflexions
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