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Article 3 dels 8 articles del 6 de febrer del 2016
El sueño de la democracia
Andreu
Jaume en El País
el 5 febrero, 2016 en Comunicación, Derechos, Historia, Igualdad, Justicia, Libertades, Memoria, Política,Sociedad, Sociología, Valores
TRIBUNA
Desde el franquismo, hubo un espejismo
de regeneración que, al cabo del tiempo, muestra su reverso
Hay ya bastantes síntomas y evidencias de
que lo que está ocurriendo en España, política y socialmente, puede interpretarse
como el despertar del sueño de la democracia. Me apresuro a puntualizar que en
ningún caso estoy menospreciando el cuerpo de libertades, derechos y
obligaciones que emanan de la Constitución y que para muchos ha sido,
afortunadamente, el único sistema que hemos conocido. Pero quizá aquellos que
no vivimos la dictadura no hemos sabido identificar hasta ahora este hedor con
el cadáver del franquismo.
El franquismo retrasó todavía más nuestra
extraviada incorporación a la modernidad europea, generando un desahucio
político que, sustentado por la recuperación económica de los años sesenta,
generó unos vicios en la sociedad que han pervivido a lo largo de todo el
periodo democrático. Jaime Gil de Biedma, en una carta escrita a Juan Ferraté
en 1962, describía la transformación que entonces sufría nuestro país con estas
palabras: “Parece que España, que es un país feudal que no ha tenido
feudalismo, y un país burgués que jamás ha hecho la revolución burguesa, se
prepara a ser un país neocapitalista sin gran capitalismo. Vamos a la economía
de consumo, pero de un consumo mínimo: nuestro porvenir consiste en
convertirnos en el menos desarrollado de los países desarrollados. Es decir:
adquiriremos nuevas miserias y nuevos defectos sin perder ninguno de los antiguos.
Creo que hemos entrado resueltamente por ese camino y ni siquiera la inmediata
caída de Franco y un colapso político nos salvarían ya: el milagro español está
en marcha y participaremos de la prosperidad europea a escala española;
tendremos una prosperidad pequeña, bastante sórdida”. La lucidez del poeta, en
una fecha tan temprana, es casi inverosímil, pues acierta a describir el
embrión de todo lo que, efectivamente, no nos pudimos librar ni siquiera con la
muerte de Franco.
Esa sordidez de cuna franquista se ha
evidenciado además, a lo largo de la democracia, observando siempre un mismo
comportamiento. Primero se produce un espejismo de regeneración que, al cabo de
un tiempo, muestra su reverso. Pasó con el PSOE y el felipismo. Ocurrió luego
algo parecido con Aznar, que también obró su particular y falso milagro. En
Cataluña lo hemos comprobado con la inagotable ruindad de la familia Pujol,
cuyas prácticas delictivas son herencia del más puro franquismo. Y por supuesto
ha ocurrido también con la Casa Real y la autoinducida lesa majestad de Juan
Carlos I. Parece como si los españoles no fuéramos capaces de mantener lo
construido, de creer en nuestras instituciones, en la cosa pública. Como Pier
delle Vigne en el infierno de Dante, parecemos condenados a hacer un cadalso de
nuestra casa.
Todo ello ha venido acompañado además de un
fenómeno muy propio del país: la vergonzosa obsecuencia intelectual. Por eso ha
ido adquiriendo más valor y ejemplaridad la dureza con que Rafael Sánchez
Ferlosio, casi desde la primera hora y prácticamente a solas, juzgó a Felipe
González. Pero más allá del periodismo, es sintomática también la tendencia de
nuestra literatura, en especial de la novela, por acompañar e incluso loar el
relato oficial. Casi siempre, cuando nuestra novela abandona el campo de la
distracción y se preocupa por algún aspecto de nuestra experiencia común suele
ser ancilar de un consenso histórico, sacralizado por la “salvación” de la
democracia.
Estos días se ha publicado una novela que
viene a desmentir todos estos supuestos y que ha generado esta reflexión. Se
trata de Fosa común (Literatura Random House), de Javier Pastor. Con la visión
que sólo tienen los grandes, Pastor acierta a situar su historia en el
interregno que va de 1975 a 1977, tras la muerte del dictador y antes de la
Constitución. Es asombroso cómo logra concretar toda la brutalidad de nuestro
país en esos años, vividos por un adolescente insensible al clima político,
compañero de clase de una chica que un día, junto a su madre y sus hermanos, es
asesinada a tiros por su padre, un capitán del Ejército. Fue un caso real. A
través de la relación que el protagonista mantiene con la masacre, en momentos
distintos de su vida, la novela le da la vuelta a la épica de la Transición,
dejando al descubierto toda la corrupción secular de la sociedad, esa que
creíamos haber superado con el sueño de la democracia. En ese sentido, Pastor
ha recuperado para la novela el coraje que había tenido con Martín-Santos,
Benet o Marsé. Su lectura es inaplazable. Nos ayudará a prevenirnos de nuevos
engaños.
Andreu Jaume es crítico y editor.
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