Alfons Duran-Pich
Alfons Duran Pich
28/09/2015
LA DERROTA DEL ESTADO
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FOCUS : Política
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FECHA :
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El resultado de las elecciones en Catalunya ha sido
terminante: el bloque independentista ha obtenido mayoría absoluta. Ahora se
iniciará el proceso para alcanzar la soberanía nacional. No han podido con la
fuerza del pueblo llano. En una sociedad democrática, el gobierno del Estado
español debería presentar su renuncia. Han fracasado de forma abrumadora.
Y no será porque no hayan sacado de su abultado armario
toda la basura que han acumulado a lo largo de los años. No les ha servido de
nada. En un análisis coste-beneficio, el resultado final es penoso.
Ahora, en la distancia, es saludable revisar su
comportamiento a lo largo del proceso. Sin ir más lejos (no es necesario) el
gobierno socialista del señor Rodríguez Zapatero declaró estar dispuesto a
apoyar el Estatuto de Autonomía que aprobara el Parlament. Luego (en clave
política) la comisión correspondiente del Parlamento español (presidida por
el señor Guerra, disfrazado de humorista), se “cepilló” el Estatuto aprobado
y lo dejó en mínimos. En paralelo (también en clave política), el Partido
Popular recorrió caminos y pueblos de la España imperial para que los
españoles firmaran un manifiesto contra el Estatuto de mínimos, que luego fue
la base de su recurso ante el Tribunal Constitucional. Este último se tomó
los años que le convino y dictó una resolución que transformó aquel Estatuto
catalán, votado por los representantes directos de los ciudadanos, en un
manual operativo de mesa de camilla.
Catalunya reaccionó y la sociedad civil se puso en marcha.
Es interesante señalar que sólo las naciones con raíces históricas que
incluyan el comercio, las artes y los oficios, el capitalismo primitivo de
carácter mercantil, la revolución industrial, la acumulación de capital, la
creación y solidificación de una burguesía ilustrada, los ateneos obreros,
las asociaciones cívicas, etc. se pueden permitir el lujo de tener una
“sociedad civil”. Éste es el caso de Catalunya. El Estado Español, por su
parte, está huérfano de esta categoría analítica (ver mi artículo “El
Estado contra la Nación” 03.09.2014) y es por ello que no fue capaz en su
momento de interpretar esta reacción popular. Las manifestaciones públicas
del grueso de la población catalana se fueron repitiendo in crescendo durante
los últimos cuatro años. Algunos políticos catalanes reaccionaron y se
adhirieron al tsunami. El gobierno del Estado se inventó el discurso de la
“abducción”: dos millones de personas sometidas a un lavado de cerebro. Hay
que ser intelectualmente muy lerdo para no comprender la dimensión del
fenómeno.
Se negaron a hablar, se negaron a escuchar, se negaron a
todo. La propuesta de un referéndum los puso muy nerviosos. Ningunearon a
todos los movimientos pre-electorales que trataban de medir el sentimiento de
la gente. Defendían la soberanía de su “ejército de ocupación”.
Pero como empezaron a darse cuenta de que el contencioso
se les iba de las manos, pusieron en marcha todos sus aparatos represivos:
policías que fabricaban dossiers, fiscales hiperactivos, jueces amenazantes,
militares nostálgicos de “una, grande y libre”, ex-ministros casposos, juntas
electorales “a la búlgara”, etc. Todos ellos acompañados de los comunicadores
a sueldo (a la derecha y a la izquierda del espectro) que iban soltando
repetidamente sus soflamas biliares en el noventa y nueve por ciento de los
medios españoles (tanto públicos como privados). Podríamos calificar esta ola
agresiva como la del vector “funcionarios del Estado”. Al final, mucho ruido
y pocas nueces.
La segunda ola fue la de los “técnicos” (economistas de
think tanks financieros, “expertos” en una variedad de campos, diplomáticos
de salón). Sus argumentos contra la independencia iban desde “os equivocáis”
a “os hundiréis”, pasando por todos los matices. Hubo mucha improvisación y
poca base objetiva. Además se encontraron (tampoco se habían enterado) con un
sólido muro de expertos de verdad que habían estudiado el tema en
profundidad. La ola pegó contra el arrecife y se disolvió.
La preocupación de la casta en esa ciudad inventada
que es Madrid (in the middle of nowhere) fue en aumento. Las
elecciones estaban próximas y las cloacas casi agotadas. Había que mover más
cosas.
La tercera ola fue la de las “grandes empresas”
(monopolios privados, bancos y empresas de obras públicas preferentemente: el
palco del Bernabéu en pleno). Movieron a sus patronales e hicieron declaraciones
explícitas contra la independencia. Como el Estado los apretaba, sus
discursos, redactados a toda prisa, rozaron en muchas ocasiones el ridículo.
¿Cómo pudo decir el presidente de CaixaBank que los grandes de la banca se
retirarían a otros pagos y abandonarían Catalunya? ¿Qué se creyó que iban a
hacer sus depositantes? ¿Qué va a hacer el BBVA con los clientes catalanes de
CatalunyaCaixa? ¿No han contemplado el escenario de que muchos catalanes,
hartos de tanta coacción, transfieran sus cuentas a bancos extranjeros
operando en Catalunya? ¿Dónde se inserta la campaña del 1-2-3 del cortijo de
la señora Botín? ¿No saben que hay otras marcas internacionales que están
interesadas en operar en una Catalunya independiente y no en la España
actual, donde la banca está oligopolizada? ¿Qué pensaban, que somos idiotas?
Mejor que vigilen sus depósitos y no olviden que el dinero es nuestro.
Esta batalla la ha ganado el pueblo catalán, en una nueva
demostración de su calidad democrática. Sin gritos, sin aspavientos, con una
sonrisa abierta. Ahora hay que proseguir la ruta marcada. Llevará algún
tiempo, pero nadie podrá quitarnos el sabor de la victoria.
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