diumenge, 3 de novembre del 2013

03/11/13. Zarzalejos, el compte de Godó i el dividendo independentista


Benvolguts,

Aquest enemic dels catalans, fatxa, fill de fatxa, germà de fatxa director de la FAES, però protegit del Comte de Godó, excreta una altra vegada la seva bilis i continua no volent entendre la història i pensant en dretes i esquerres en comptes de pensar en independentistes i unionistes!

A veure si enteneu aquest paràgraf:

·       En estas circunstancias, no es que haya que rectificar el proceso soberanista sólo por su alta improbabilidad jurídica y política, sino que se tendrá que hacer por pura supervivencia, salvo que las clases dirigentes centrales en Catalunya y CiU estén dispuesta a entregar el país al modelo socioeconómico y político de una izquierda tan carpetovetónica, trasnochada y con pulsiones insurreccionales como es la de ERC.

Si no vaig errat el tal José Antonio parla de que caldrà rectificar el proceso soberanista, por pura supervivencia. És que proposa de fer un cop d’estat des de dins?

Mireu en aquest altre paràgraf quina finor en l’anàlisi:

·       Salvo que las clases dirigentes centrales en Catalunya y CiU estén dispuesta a entregar el país al modelo socioeconómico y político de una izquierda tan carpetovetónica, trasnochada y con pulsiones insurreccionales como es la de ERC…

Jo veig que aquest José Antonio, veu partits polítics on li convindria veure eixos nacionals. Qui està duent tot aquest procés és el poble de Catalunya. Ja els agradaria als José Antonios que fossin els polítics...

I ara, si voleu, llegiu l’excreció de bilis:

El dividendo independentista

José Antonio Zarzalejos en La Vanguardia

el 3 noviembre, 2013

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EL ÁGORA

Los procesos políticos audaces se convierten en temerarios cuando su eventual consecución puede llevar a sus impulsores a la autodestrucción. Es lo que está ocurriendo con el proceso soberanista en Catalunya. La masa crítica de la energía independentista la están poniendo, a tenor de las encuestas y sondeos públicos y privados, las clases medias catalanas y su burguesía, agrupadas hasta ahora en CDC y Unió, partidos que han venido conformando una exitosa federación que ha gobernado durante casi un cuarto de siglo. Pero mientras son las franjas centrales de la sociedad catalana las que se enrolan en el proceso independentista, es decir, invierten en él su capital político, resulta que el dividendo lo cobra la izquierda republicana.

En razón de errores de cálculo ya relatados hasta el exceso, ERC se ha alzado con el santo y la limosna. Después de participar en dos tripartitos de infausto recuerdo y peor resultado, la formación de Junqueras absorbió el 25 de noviembre del 2012 parte del electorado de CiU, ha pactado con Mas la estabilidad del Govern sin entrar en él, asume el liderazgo de la oposición y se beneficia del fuerte desgaste del Ejecutivo. Y no sólo eso: las encuestas, además de valorar mejor a su líder que al president, auguran un descalabro de CiU –si es que la federación aguanta unida– de modo tal que la hegemonía del nacionalismo pasaría de CDC y Unió a ERC.

En estas circunstancias, no es que haya que rectificar el proceso soberanista sólo por su alta improbabilidad jurídica y política, sino que se tendrá que hacer por pura supervivencia, salvo que las clases dirigentes centrales en Catalunya y CiU estén dispuesta a entregar el país al modelo socioeconómico y político de una izquierda tan carpetovetónica, trasnochada y con pulsiones insurreccionales como es la de ERC. En este preciso momento, esa es la auténtica cuestión. Dicho en refrán popular: unos cardan la lana (CDC y Unió) y otros crían la fama (ERC). Asistimos a una grotesca práctica de la ley del embudo.

La oferta que pueda hacer el Gobierno y que el pasado martes reclamaba Francesc Homs para entablar un diálogo, dispondría, de producirse, de un radio reformista y de un perímetro constitucional, que podría desembocar en un referéndum. Y así, CiU se enfrentaría a un dilema: o romper con el Estado, o hacerlo con ERC. Porque ni desde la Moncloa, ni desde el Congreso, ni desde la sociedad española se podría dar satisfacción a las demandas de máximos (la secesión). Volvemos donde estábamos: la independencia de Catalunya se escapa a la verosimilitud y el inmovilismo atenta contra la realidad catalana.

Localizar territorios de encuentro es tan posible ahora como lo fue en otros momentos históricos. En todo ellos –desde 1640 en adelante hay episodios abundantes– convergen dos factores: de una parte, la tensión centrífuga catalana con una autopercepción nacional perseverante y una militancia identitaria secular, y de otra, que, antes o después, el pacto con el Estado ha sido el mejor instrumento de convivencia recíproco. Incluso cuando durante una década (1641-1652) Catalunya se creyó mejor amparada por la Corona de Francia, entregando a Luis XIII el Condado de Barcelona, terminó por regresar al yugo más benigno de Felipe IV. Recordemos la advertencia de Cicerón: quien olvida la historia se condena a repetirla.

Lo que ocurre en Catalunya –nadie más allá del Ebro puede olvidarlo– es, por una parte, síntoma de un fallo sistémico del régimen constitucional de 1978, y por otra, consecuencia de una cadena de errores en la que todos han insertado un eslabón. El frustrante tránsito del Estatut del 2006, recebado con la crisis económica que ha abocado a Catalunya a una insuficiencia financiera más aguda que en otras comunidades, está en el origen inmediato de esta coyuntura crítica, aunque el mediato haya que remontarlo a un patológico desarrollo constitucional del llamado “pacto apócrifo” (la diferencia nunca concretada entre nacionalidades y regiones) que creó la “burbuja” autonómica en detrimento de la voluntad implícita del constituyente de reconocer en plenitud y de manera concluyente realidades como la catalana.

Ofertar una alternativa a la situación de Catalunya no es algo graciable o discrecional para el Estado. Es obligado porque si los independentistas practican respecto de España la otredad, los que no lo son a ningún efecto han de practicar respecto de Catalunya la proximidad. La tentación de sostener la temeridad política o el afán de revancha son planteamientos inasumibles e incivilizados, democráticamente ínfimos y éticamente rechazables. “En política hay que sanar los males, jamás vengarlos”, escribió Napoleón. Y tenía razón.

La fuerza de Susana Díaz

La decisión estaba tomada: el grupo parlamentario socialista se abstendría el miércoles en la moción de UPyD contra el derecho a decidir. Pero así se conoció la determinación de Rubalcaba, entró en juego el turbión andaluz del PSOE que movió sus fichas con gran rapidez. Todo partió de Susana Díaz, la presidenta andaluza, que encontró eco en Manuel Chaves y Alfonso Guerra, secundados por los diputados extremeños coordinados con Guillermo Fernández Vara. Y de la abstención se pasó a apoyar la moción con los populares. Quiebra, de nuevo en el grupo, y la cohesión interna PSOE-PSC zarandeada. Y es que el socialismo andaluz –antes el catalán tuvo más fuerza que el sureño– ha encontrado en Díaz lo que se conoce como “el nuevo discurso nacional del PSOE”.

La resistencia de Pere Navarro

Pero a la fuerza de la andaluza, la resistencia del catalán. Pere Navarro no desiste de la unidad con el PSOE –es lo más sensato– ni se apea de la pirotecnia de una consulta “legal y pactada” que él sabe que es pedir peras al olmo aunque tenga el valor posicional que el PSC difícilmente puede ya abandonar. Navarro juega en dos pistas, la propia con sus tensiones, y la del PSOE en el que hay voces que prefieren la marginación electoral en Catalunya a la transacción con el PSC. El valor estratégico de un Navarro en un terreno incómodo como en el que está, resulta, sin embargo, enorme por si en un momento dado CiU deja de navegar con ERC y precisa de un práctico que le conduzca a puerto de refugio. Hostigar al PSC y a Navarro es poco perspicaz.

Joan A. Forès
Reflexions

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