Benvolguts,
Aprofitant les
revelacions de Suárez de fa pocs dies de que en la Transacció (que no
Transició) no va fer un referéndum de Monarquía o República perquè les
enquestes donaven la República com a resultat, a Eldiario.es ha creat un magnífic
article recopilatori del periode de la Transacció.
Vegem-lo:
Adolfo Suárez, el referéndum
frustrado y la monarquía precocinada
En una
entrevista inédita al expresidente en 1995,
que ha desvelado 'La Sexta Columna',
Suárez confiesa que no sometió a referéndum la monarquía porque las encuestas
le dijeron que perdería
Juan Carlos pasó de ser heredero
del dictador tras haber jurado los principios fundamentales del régimen a rey
de una monarquía parlamentaria
El estrecho camino por el que transitó
España desde el franquismo, tutelado por las élites, cerraba el paso a
veleidades republicanas
21/11/2016
- 20:51h
El rey y
Suárez en una reunión de la Junta de Defensa del Alto Estado Mayor el 24 de
febrero de 1981
El rey y Suárez
en una reunión de la Junta de Defensa del Alto Estado Mayor el 24 de febrero de
1981.MANUEL H. DE LEÓN / EFE
más
INFO
- Adolfo
Suárez no sometió a referéndum la monarquía porque las encuestas le
dijeron que perdería
- Pablo
Iglesias, sobre la confesión de Adolfo Suárez: "Reconoce una cosa que
todos sabíamos pero escucharlo es tremendo"
- El
espíritu de la Transición resucita con las negociaciones para formar
Gobierno
- ETIQUETAS:
¿Referéndum sobre monarquía en la
Transición? Adolfo Suárez reconoció en 1995, en una entrevista recientemente
emitida por La Sexta Columna, que lo descartaron por las
encuestas. Pero lo cierto es que fue una idea que nunca tuvo
cabida en el estrecho margen diseñado por las élites que tutelaron el tránsito
desde la dictadura.
¿Por qué? Porque el sistema de la
Transición son élites pactando. Repartiéndose cargos, instituciones y
prebendas. Puertas giratorias entre la política y la empresa. Partidos blindados, cuyas direcciones eligen
diputados, alcaldes, consejeros de empresas públicas y el gobierno de los jueces. Y todo ello coronado por un rey que juró los
principios fundamentales del régimen franquista, que se apuntó a la democracia
cuando murió el dictador y que se dio un baño de legitimidad en el 23F.
Si Juan Carlos fue ungido por el
dictador, el presidente, Adolfo Suárez, exsecretario del Movimiento, lo fue por
el monarca. Y la Constitución, a su vez, por siete padres –todos hombres–, si bien fue tejida entre bambalinas
por los números dos de
UCD y el PSOE, Fernando Abril Martorell y Alfonso Guerra.
El presidente
del Gobierno, Adolfo Suárez (i) conversa con el secretario general del PSOE, Felipe
González, momentos antes de la entrevista que mantuvieron en el Palacio de la
Moncloa de Madrid. 27/06/1977. EFE
El patio
de la política era tan reducido como lo eran sus camarillas, con un terreno de
juego de notables limitado, siempre ante la atenta mirada de los Estados Unidos de Jimmy Carter y la Alemania de Willy Brandt y Helmut
Schmidt. Los
actores podían contarse con los dedos de las manos. Ese terreno tan reducido
cerraba el paso a veleidades republicanas.
Debate constitucional
Eran
tiempos en los que el PSOE de Felipe
González cantaba en sus mítines "España,
mañana, será republicana", y en los que el PCE eurocomunista de Santiago Carrillo cambiaba la tricolor por
"Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía".
Tan así
era, que en el debate
parlamentario de mayo de 1978 sobre el proyecto de Constitución, el
socialista Luis Gómez Llorente defendía el voto particular del PSOE al párrafo tercero del artículo 1º
del anteproyecto de Constitución: "Por
el que defendemos la República como forma de Gobierno".
La
intervención de Jordi Solé Tura, entonces diputado comunista del PSUC, expresaba así su posición, más
tibia que la socialista entonces: "Nuestro voto obedece a una apreciación del contexto
político en que hemos elaborado el proyecto, y en que estamos elaborando la
Constitución. Desde el punto de vista de los principios generales somos, lo
hemos dicho, lo decimos y así figura en nuestro programa, partidarios de la
República, como también somos partidarios de la República Federal [...].
Pero, pese a esto, hemos votado a favor de la institucionalización de la monarquía parlamentaria porque estamos en el momento en que estamos y
porque estamos haciendo la Constitución, ésta y no otra, en la actual coyuntura
política del país".
Fue la reforma, en lugar de la ruptura.
Fue la reconciliación amnésica
plasmada en un texto constitucional que
instauraba una monarquía parlamentaria que preponderaba los partidos mayoritarios
a través de la circunscripción electoral provincial, a los que situaba en el
centro de la política, y que enterraba los crímenes del franquismo.
La
izquierda organizada, el PCE, optó
por su dirección del exilio en lugar de la del interior, y la derecha venía del franquismo.
En la memoria estaba vívida la Guerra Civil, la
dictadura de Primo de Rivera, las guerras carlistas del siglo XIX, los vaivenes
constitucionales desde la primera Carta Magna, la de 1812.
ETA mataba un día sí y otro
también, y la extrema derecha sembraba el terror, y la muerte, como la de los
abogados de Atocha.
La
Constitución de 1978 responde a 1978. Y,
por encima de todos, el rey.
Derecho de admisión político
Los
despachos en Zarzuela, las visitas estivales a Marivent, los pactos bajo cuerda,
la política de unos pocos con el consenso como valor supremo, lo que se decide
institucionalmente qué es y no es política. Si a alguien iba destinado el "no nos
representan" es a ellos, a los políticos y partidos que participaban en
este juego con el derecho de admisión reservado.
La
abdicación de Juan Carlos, pactada
hace dos años en tiempo y forma entre el rey, el presidente del Gobierno,
Mariano Rajoy, y el entonces secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, fue el penúltimo episodio, el enésimo
"atado
y bien atado", en el que un PSOE en mínimos electorales históricos apuntalaba de nuevo el
edificio tambaleante de la Transición,
con todo lo que representa. Como hizo en agosto de 2011, sellando con el PP una reforma constitucional exprés para
limitar el tope de gasto público, y como
ha vuelto a hacer el 29 de octubre al hacer presidente a Mariano Rajoy, golpe palaciego
mediante.
Harakiri de las Cortes franquistas para aprobar la ley de
reforma política. Fin de 40 años de
dictadura. Pactos de La Moncloa. Violencia. Padres de la Constitución
redactando la Carta Magna. Consensos. El rey repartiendo juego. Reconciliación.
Reforma y no
ruptura. Y la configuración de un
sistema de relaciones políticas y sociales, con los partidos como principales
instrumentos de la acción política.
Cultura de la Transición
Todo ese
concepto de cómo hacer política, entender las instituciones y su relación con
la sociedad fue definido por el escritor y periodista Guillem Martínez como CT
o Cultura de la Transición. Y el 15M,
en buena medida, era una impugnación a esa CT:
puede haber política fuera de los partidos, puede haber política fuera de las
instituciones, puede haber cultura fuera de los cauces oficiales. Y no sólo eso,
precisamente mucho de lo que rodeaba aquel entramado intelectual, político y
económico fue señalado como responsable de la crisis económica, del incremento
de la desigualdad, de la corrupción. Lo hicieron la PAH, las mareas, los
comunes urbanos, 15MpaRato...
Antonio Hernando
felicita a Mariano Rajoy tras ser investido presidente del Gobierno. MARTA
JARA
La
investidura de Rajoy –y todo el proceso previo– ha resucitado ese espíritu de
hace 40 años. Todo
vuelve a girar alrededor de los partidos y el Congreso –no ya las plazas y la
sociedad civil–, con "los medios
hipnotizados y obsesionados por el teatrillo político de la
representación", según describe el editor y activista Amador Fernández-Savater: "La CT es la
política de palacio y el periodismo que solo enfoca al palacio".
Y el palacio es la institución, el
Congreso, donde se sellan los pactos entre los representantes, y vuelve el eje
izquierda-derecha, y las luces y alfombras amenazan con hechizar a los nuevos
inquilinos.
El
espíritu de la Transición o CT, que
pareció tambalearse a raíz del 15M,
está recuperando vigor tras la investidura de Rajoy. Y no sólo porque las principales
voces, 40 años después, siguen
siendo masculinas. Quizá porque el edificio no era tan fácil de desmoronar como
parecía.
O quizá porque, en unos tiempos en
los que el relato de las cosas es fundamental, aún conserva prestigio en el
imaginario colectivo –y da réditos– el juego de partidos en la institución donde
se dice anteponer "lo que une por encima de lo que separa".
Ahora, PP y PSOE, únicos representantes del
modelo nacido en 1978, rondan el 50% de
apoyo electoral. Y Unidos Podemos y
las confluencias superan el 20%, expresando una
clara contestación al bipartidismo y al régimen instalado en los últimos 36
años.
Eso sí, 2016 no es 1978: ahora España no sale
de una dictadura que nació de una Guerra Civil; no hay violencia de ETA ni de
la extrema derecha –en enero se cumplen 40 años de la matanza de Atocha–; y la sociedad es otra, sí, pero sigue sin atisbarse en el horizonte
un referéndum sobre la monarquía. Igual que en 1978.
Andrés Gil
Joan A.
Forès
Reflexions
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