dijous, 18 d’octubre del 2012

13/10/12. Article de Jordi Galí i rèplica maleducada de l'Angel de la Fuente. Jordi Galí. Cataluña: cooperación o confrontación. Ángel de la Fuente. Cataluña y Europa: una de vaqueros.

Benvolguts,

Presentem un article de Jordi Galí a El País, seguit d’una resposta pocasolta i mofeta de l’Angel de la Fuente.

Aquest és un dels articles del De la Fuente, abans que el nomenessin assessor del ministre Montoro per a la redacció de les noves Balances Fiscals. Un altre article de les mateixes característiques és:


La sèrie d’articles molt partidistes contra la independència de Catalunya del de la Fuente mostra que no és la persona més apropiada per ser imparcial en la comesa que té encomanada.

D’aquestes anàlisis venen les 4 sortides del jutge Viver i Pi-Sunyer en representació del Consell Assessor per a la Transició Nacional (CATN):
http://reflexionsjafores.blogspot.com.es/2014/04/140415-vilaweb-catalunya-independent.html

1. Cataluña: cooperación o confrontación

Un divorcio amistoso con costes mínimos para las partes no es una quimera

http://elpais.com/elpais/2013/10/08/opinion/1381229276_518709.HTML

Una de las principales incertidumbres relativas a la eventual creación de un Estado catalán es el encaje de este con Europa. Muchos catalanes se preguntan si este nuevo escenario sería compatible con seguir disfrutando de las ventajas económicas asociadas a nuestra pertenencia a la Unión Europea (UE) y a la zona euro.

Aunque, por definición, la capacidad soberana de un Estado abre la puerta a muchas alternativas, en el caso de Cataluña parece existir un amplio consenso social y político sobre la deseabilidad de continuar en la UE y de mantener el euro como moneda. ¿Cuáles son las opciones de una Cataluña independiente para alcanzar dichos objetivos? En mi opinión, la respuesta a esta cuestión difícilmente puede desvincularse del escenario en que se produzca el eventual proceso de constitución del Estado propio. A grandes rasgos podríamos distinguir entre dos escenarios posibles: cooperación y confrontación.

En un escenario de cooperación, el Estado español aceptaría un resultado favorable a la independencia de una eventual consulta al pueblo catalán, iniciándose un proceso de colaboración entre los dos Gobiernos para gestionar un “divorcio amistoso.” Este es precisamente el marco previsto en el acuerdo entre los Gobiernos de Escocia y el Reino Unido por el que ambas partes se comprometen a “trabajar constructivamente de acuerdo con el resultado [del referéndum], sea cuál sea este, para preservar los intereses del pueblo escocés y del resto del Reino Unido”. En un escenario de esta naturaleza, la admisión automática o no de Cataluña en la UE (y, de resultas, en la zona euro) sería una cuestión formal sin más interés que el propiamente simbólico. En el peor de los casos, dicha admisión se produciría después de un proceso de negociación que, dadas las circunstancias extraordinarias mencionadas más arriba, debería poder ser simplificado y rápido. Lo único realmente importante sería garantizar, durante el periodo transitorio, la continuidad de derechos y obligaciones que rigen las relaciones económicas entre Cataluña y el resto de la UE, y, de forma especial, los relativos a la libre circulación de mercancías, personas y capitales. Esta “extensión” del régimen actual también debería incluir, de forma natural, los aspectos monetarios. Así pues, a pesar de que durante este periodo Cataluña no sería formalmente parte de la zona euro, el euro continuaría siendo la moneda oficial y las entidades financieras catalanas deberían poder acceder, como en la actualidad, a los mecanismos de financiación del eurosistema y al mecanismo de pagos europeo. A finales del periodo transitorio, y en el momento de la integración formal, el banco central del nuevo Estado asumiría sus funciones como banco central nacional dentro del eurosistema.

Desde un punto de vista práctico, la única diferencia que este escenario supondría respecto al de admisión automática sería que Cataluña no estaría representada formalmente en las instituciones y órganos de gobierno de la UE (incluido el Consejo de Gobierno del BCE) durante el periodo transitorio hasta la admisión definitiva. Dado el gran número de países miembros de la UE y la consiguiente irrelevancia efectiva de cada uno de ellos en las decisiones colectivas, nadie puede afirmar sin sonrojarse que tal ausencia supondría un perjuicio significativo para la economía catalana.

Aun sin entrar en la UE, Cataluña podría tener el euro como moneda oficial

Por otra parte, un eventual escenario de confrontación vendría definido por el rechazo por parte del Estado español a reconocer el nuevo Estado y, por consiguiente, el bloqueo indefinido de su admisión en la UE (que requiere la unanimidad de los Estados miembros). Pero en la medida en que se preservaran los tres pilares mencionados más arriba (libre circulación de mercancías, trabajadores y capitales), dicho escenario no debería acarrear consecuencias adversas para la economía catalana. En contraste con la opinión generalizada, estos derechos no están restringidos a la UE y hay diferentes formas de articularlos (el caso de Suiza es, quizá, el más paradigmático en este sentido). Además, la UE sería la primera interesada en preservar la reciprocidad en estos derechos, dada la importancia cuantitativa y cualitativa del mercado catalán y la presencia de un gran número de empresas europeas con base en Cataluña (sin olvidar la contribución neta de esta a las arcas comunitarias).

En el ámbito monetario, la no admisión en la UE implicaría también que Cataluña no sería un Estado miembro de la zona euro. Pero Cataluña podría mantener el euro como moneda oficial, si así lo deseara. Un “acuerdo monetario” con la UE como el que rige en algunos países no comunitarios que utilizan el euro podría bendecir dicho uso y facilitar la continuidad en las relaciones monetarias y financieras. En el peor de los casos, las entidades financieras con sede en Cataluña podrían acceder a la liquidez del BCE a través de filiales o sucursales establecidas en la zona euro, como lo hacen regularmente numerosos bancos no comunitarios de acuerdo con lo establecido en la normativa relevante del BCE (la llamada “Documentación General”).

¿Cuál de los escenarios analizados es más deseable para todas las partes implicadas? En un escenario de cooperación, donde ninguna parte tiene como objetivo deliberado el perjuicio de la otra, la posibilidad de un divorcio amistoso con costes mínimos para todas las partes no debería ser una quimera. Más allá de las formalidades jurídicas, nada debería poder impedir la continuidad plena, por lo menos de facto, del marco de relaciones económicas y financieras actuales, y de los derechos y obligaciones que le están asociados. Por otra parte, resulta difícil imaginar una actitud intransigente por parte del Estado español ante el fait accompli de una Cataluña independiente, ya que ello tendría importantes costes económicos para España, y ninguna ventaja que no fuera la (posible) satisfacción de castigar a Cataluña y a sus ciudadanos por haber elegido un marco político distinto al actual. Entre otras cuestiones, cabe suponer que una actitud hostil cerraría la puerta a cualquier negociación de buena fe sobre el reparto de la deuda contraída por el Reino de España.

Dadas las más que probables consecuencias adversas para España de un escenario de confrontación una vez consumada la decisión del pueblo catalán de construir un Estado propio, la actual ofensiva intimidatoria del Gobierno español no parece gozar de mucha credibilidad, siendo su única explicación la voluntad de doblegar el deseo de la gran mayoría de los catalanes de poder decidir libremente su futuro.

Jordi Galí es director del Centre de Recerca en Economia Internacional (CREI) y catédratico de la Universitat Pompeu Fabra.

2. Cataluña y Europa: una de vaqueros

Cuando el divorcio es inevitable, lo mejor para ambas partes es que sea civilizado, pero acusar falsamente al otro de maltrato y amenazar con no pagar la hipoteca conjunta no contribuyen al buen desenlace


¿Podría una hipotética Cataluña independiente mantenerse dentro del mercado único europeo y bajo el paraguas del BCE? Sin duda ninguna, contesta mi estimado colega Jordi Galí en un artículo publicado hace unos días en este periódico con el objetivo aparente de tranquilizar a una tropa un tanto inquieta ante las recientes declaraciones de algunos responsables comunitarios.

El argumento del profesor Galí entreteje cuatro ideas que encajarían bien en el argumento de una película de vaqueros de serie B.

·       La primera es que el único malo posible en el casting es el feo (la España no catalana), que amenaza con ponerse desagradable si el guapo (el pueblo catalán) insiste en construir su propio Estado. Esto no es inevitable. Si el feo fuese tan civilizado como el bueno (el Gobierno británico) y se tomase de forma más relajada eso de la secesión, el guapo podría seguir cómodamente instalado en los brazos de la chica (Europa) sin problema ninguno.

·       Segunda, de hecho, el feo sería tonto si decidiese ejercer de malo porque tiene mucho que perder si se enfada con el guapo, con quien tiene muchos negocios a medias. Y también muchas deudas de las que el guapo podría desentenderse si le tocasen mucho las narices.

·       Tercera, el feo no tiene pistola. Aun cuando España vetase el acceso del nuevo Estado catalán a la Unión, este podría seguir de facto en el mercado único, posiblemente a través de algún tipo de tratado de asociación. De la misma forma, Cataluña podría mantener unilateralmente el euro como moneda y tendría acceso a la liquidez del BCE a través de las matrices, subsidiarias o sucursales españolas de sus entidades de crédito.

·       Y cuarta, la chica jamás permitiría que el feo saque al guapo del club, aunque parece ser que más por interés que por amor verdadero. Dada la gran importancia del mercado catalán y su contribución neta al presupuesto de la UE, ya se ocupará esta de no dejarnos fuera del mercado único, aunque sea abriéndonos la puerta de atrás. Así pues, todo hace prever un desenlace feliz en el que los amantes siguen juntos y el feo, tras amagar con ponerse borde, no pondrá problemas —y si los pone peor para él porque tampoco le servirá de nada—.

Tanto seguir en la UE como firmar un acuerdo con ella requiere un largo e incierto proceso

Como ficción, el guion podría tener un pase, pero desde luego como análisis serio de las implicaciones de la secesión deja bastante que desear. No hace falta rascar mucho para descubrir que en el mundo real el lío que plantea Galí no es culpa del feo y no admite apaños extraños ni puertas traseras. Para más inri, no está claro que el malo sea tonto, y la chica no bebe precisamente los vientos por el guapo. Si la apuran, lo más probable es que se quede con el feo, que al fin y al cabo es amigo de la familia.

Los integrantes de la Unión Europea (UE) son los Estados firmantes de su tratado fundacional y no sus respectivos territorios o ciudadanos. Así pues, el miembro del club europeo es el Reino de España. Cataluña forma parte de la UE solo en su calidad de territorio español, y dejaría de hacerlo automáticamente si perdiese tal condición, pasando entonces a considerarse lo que en la jerga comunitaria se denomina un Estado tercero. Llegados a este punto, el nuevo Estado catalán podría ciertamente solicitar la adhesión a la Unión o negociar, como sugiere Galí, un tratado de asociación similar a los que disfrutan Suiza o Noruega.

Cualquiera de estas posibilidades requeriría un proceso largo, complejo y de resultado incierto. La primera de ellas exigiría el acuerdo unánime de todos los Estados miembros. La segunda no, pero ningún tratado de asociación podría firmarse sin el apoyo de una amplia mayoría del Consejo Europeo y no está nada claro que un nuevo Estado catalán pudiese contar con el apoyo necesario. En primer lugar, existe el peligro evidente de un veto español, que no sería necesariamente irracional en un contexto de competencia entre ambos Estados por la localización de grandes empresas, tanto domésticas como extranjeras, y por los mercados europeos. Pero además hay otros países europeos que podrían verse tentados de utilizar el caso catalán como escarmiento en cabeza ajena para sus propios movimientos separatistas. Al fin y al cabo, resulta difícil pensar que un club de Estados como es la UE esté dispuesto a aceptar con ecuanimidad un precedente que podría desequilibrar a buena parte de sus miembros.

Dudo mucho que los costes económicos derivados de la exclusión de Cataluña, incluyendo su posible aportación neta al presupuesto comunitario, prevalezcan sobre tal cálculo político. En este sentido, quizás convenga recordar que para el mundo mundial somos muy poquita cosa y para la UE también. Con datos de 2012, Cataluña suponía solo el 1,44% de la población de la UE y el 1,50% de su PIB. Aunque algún entusiasta de la causa ha llegado a dudar en la prensa local de la viabilidad del proyecto europeo sin la aportación catalana, la fría razón exige reconocer que somos perfectamente prescindibles.

Permanecer bajo el paraguas del BCE no estaría garantizado para algunos bancos

Lo que he dicho más arriba sobre las implicaciones de la secesión para la posición catalana en la UE lo han dicho por activa y por pasiva diversos portavoces comunitarios, incluyendo al menos dos presidentes de la Comisión, y lo dicen también los informes oficiales sobre la cuestión escocesa del propio Gobierno británico que tanto admira Galí. Pero todo ello no ha hecho mella ninguna ni en el profesor Galí ni en el Gobierno catalán, que, inasequibles al desaliento, se aferran a la idea de que la cosa se resolvería, llegado el caso, con algún apaño político de urgencia que permitiría a la economía catalana seguir de facto en el mercado único y en el euro con todas sus ventajas. Ambos demuestran con ello una visión muy española de la ley como cosa relativa e infinitamente elástica que seguramente les resultará muy extraña a nuestros amigos del norte de Europa. Por mi parte, sigo sin ver cómo tales apaños podrían articularse sin necesidad de un tratado, lo que me remite de nuevo al párrafo anterior.

Así pues, no existen las soluciones mágicas a las que Galí parece fiar la permanencia efectiva de la economía catalana en el mercado único. Y lo mismo ha de decirse sobre la posibilidad de seguir bajo el paraguas del BCE. No tengo ninguna duda de que, llegado el caso, el BCE ofrecería a La Caixa y al Sabadell la liquidez que pudiesen necesitar en relación con sus actividades en lo que quede de España en las mismas condiciones que a los bancos españoles, pero es muy dudoso que esté dispuesto a hacer lo mismo con su negocio en Cataluña (o con el del BBVA o el Santander). De hecho, hacerlo sería una irresponsabilidad potencialmente muy cara, pues obligaría al contribuyente europeo (seguramente, más bien al español) a hacerse cargo de riesgos de terceros sobre los que el BCE o el Banco de España tendrían muy poco control.

Dos reflexiones finales.

·       Primera, coincido con el profesor Galí en que, cuando el divorcio es inevitable, lo mejor para ambas partes es que sea civilizado. Pero acusar falsamente a la otra parte de maltrato y amenazar con no pagar la parte que le toca a uno de la hipoteca común no contribuyen precisamente a aumentar la probabilidad de tal desenlace.

·       Y segunda, antes de tirarse por el balcón conviene asegurarse de que haya agua debajo. Si uno no lo hace, no se puede acusar al vecino de mala fe por no haber puesto la piscina justo allí.

Ángel de la Fuente es investigador en el Instituto de Análisis Económico (CSIC).

15/04/14.

3.       D’aquestes anàlisis venen les quatre hipòtesis sobre l’entrada a la UE,

i les tres alternatives del Consell Assessor per a la Transició Nacional (CATN) resumides pel jutge Viver i Pi-Sunyer, en representació del Consell:


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Joan A. Forès
Reflexions

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